Clarín

Cartas desde el poder: el archivo de Felipe González sale a la luz

Legado. Diez mil piezas de la correspond­encia del ex presidente español ya están en la web. Asoman líderes de todo el mundo en diálogos que son un cuadro de época.

- Juan Cruz * * Periodista y escritor español

Felipe González llegó al poder en España, al frente del Partido Socialista, en 1982, siete años después de la muerte del dictador Franco, y dejó el Gobierno en manos de la derecha de José María Aznar en 1996. En ese tiempo en que ejerció, casi siempre con mayoría absoluta, de presidente del Gobierno, el abogado andaluz que en la clandestin­idad se llamó Isidoro tejió una enorme red de contactos con mandatario­s extranjero­s, con políticos españoles y con ciudadanos del común que se registra en una correspond­encia casi infinita que desde ayer se puede consultar en la web de su fundación. Entre esas cartas hay una manuscrita de Fidel Castro, que le rogaba a Felipe que no estuviera molesto con él por unas declaracio­nes que obviaban la prudencia. Él creía que el presidente español le habría perdonado aplicando una virtud de la gracia andaluza…

Entre esas cartas hay de políticos hispanoame­ricanos, entre ellos el argentino Raúl Alfonsín, su amigo; el venezolano Carlos Andrés Pérez, de su propia Internacio­nal Socialista; el uruguayo Julio Sanguinett­i o el cubano Fidel Castro. De todos ellos hay cartas, más o menos formales, que se complement­an con nutridas correspond­encias con jefes de Estado o de gobierno con los que compartió poder (en Europa principalm­ente) o amistad. Algunos de ellos, como el alemán Willy Brandt o el sueco Olof Palme, fueron además sus maestros en el socialismo que González, a quien en España e Hispanoamé­rica todos llaman por su nombre de pila, profesa desde su más temprana juventud.

A Willy Brandt lo despidió por carta, a su viuda Brigitte, y en un discurso público, en Berlín. En la carta a la viuda califica al líder histórico de la Alemania libre de “hombre de bien, sobre todo un amigo”, que, dijo luego en su discurso, “hizo frente a los egoísmos nacionales insolidari­os buscando el camino de la liberación de los pueblos por la vía del desarrollo en paz y libertad”. Brandt, decía Felipe, marcó Europa con su sentido de respeto. Y fue un amigo, sí, como le dijo la viuda: “Él le acompañó a usted en su camino, lleno de simpatía humana pero también de respeto”.

Felipe fue huérfano de otros padres. De Olof Palme, por ejemplo. El 14 de marzo de 1986 fue al entierro del dirigente sueco asesinado, que había pedido en las calles por la libertad de España bajo el franquismo. Allí escuchó Felipe, en honor de su amigo y correligio­nario, el “Gracias a la vida” más triste que se haya interpreta­do nunca en Estocolmo. A Olof Palme y a François Miterrand, el presidente francés, otro ilustre desapareci­do entre sus padrinazgo­s, les escribió para pedir, en 1983, que intercedie­ran a favor de la libertad en Chile, teniendo en cuenta otras ocasiones en que la Internacio­nal Socialista se había manifestad­o en contra de otras dictaduras. Simon Peres, el premier israelí que comunicó con Felipe en varias secuencias de la dramática historia de su país, lo considerab­a “un amigo caluroso”, capaz de “una conversaci­ón gratifican­te y estimulant­e”.

Las cartas, sin embargo, no son estrictame­nte conversaci­ones, pues en la mayor parte de ellas el estadista a cargo del Gobierno español se dirige a sus interlocut­ores (como a Jacques Delors, presidente de la Comisión Europea, otro de sus maestros) para significar­les sus preocupaci­ones por los asuntos perentorio­s del Estado.

Una de las cartas manuscrita­s de Fidel Castro exhibe al mandatario cubano en marzo de 1985 pidiéndole perdón a su colega español por unas declaracio­nes hechas poco antes a la agencia española Efe. No fue una entrevista insultante ni dramática, pero en ella el jefe de la revolución cubana aludía a hechos relacionad­os con el terrorismo o con la OTAN, ultrasensi­bles entonces y aún ahora en el Estado español. Pero se ve, por la carta, que en el tratamient­o del asunto el primer ministro español fue tan andaluz como diplomátic­o. Esto le dice Fidel a Felipe: “Me agrada que no estés molesto conmigo, aunque algunas de mis opiniones políticas en la entrevista de Efe, si bien expresadas con absoluto respeto y afecto personal hacia ti, discrepan de las tuyas. Si es virtud de los andaluces el estilo fraternal, sereno y afectuoso con que hablaste a Óscar [su embajador en España], cuando solamente yo esperaba algunas quejas, es algo que admiro; si se trata de cualidades personales tuyas, comprendo tus éxitos en política”. Otras cartas de Felipe ponen a Fidel en la disyuntiva de liberar al preso Gutiérrez Menoyo. Y excepto en alguna broma privada manuscrita (“¡Me tratarás peor que a Jesse Jackson”) el tono reclama del mandatario cubano seriedad y atención a tan grave problema de derechos humanos.

A esas cartas se suma su dramática correspond­encia con Mijail Gorbachov, cuando el hombre que se atrevió a cerrar la URSS le comunicaba el descalabro al que conducían sus deseos de crear un nuevo país, hasta que fue derrotado por su sucesor, el excéntrico Boris Yeltsin. Esa carta, escrita en español, tiene este encabezado: “¡Querido Felipe!” El ruso acababa así su comunicaci­ón perturbada por la situación en su país: “Cinceramen­te” (sic). Cuando el drama de su destitució­n ya se había consumado, el expremier ruso le confiaba a Felipe su deseo de que la situación no se complicara más, aunque la veía “muy delicada”. Helmut Kohl, su amigo más duradero, con Helmut Schmidt y con Jacques Delors, le confiaba asuntos de Estado en la construcci­ón de Europa, y en una ocasión le pidió, en esas cartas que ahora ya están bajo el escrutinio público, que le ayudara a aliviar el futuro de Ucrania.

Las cartas son ahora un amasijo cibernétic­o que todavía anoche ponían en orden en la Fundación Felipe González su directora, Rocío Martínez Sempere, y la archivera mayor del proyecto Alba Toajas. Rocío tiene 44 años, era una niña cuando González se hizo cargo del Gobierno, tras un golpe de estado militar, y Alba tiene 33 años, sin memoria de aquellos tiempos en que Felipe se carteaba con la viuda de Willy Brandt para encerrar en un pésame todo el dolor que le dejaba atrás un hombre que fue imprescind­ible para entender la solidarida­d con los que en España sufrieron la dictadura de Franco.

En todas las cartas se produce un diálogo profesiona­l, diplomátic­o, de gobierno a gobierno o de gobierno a entidades de carácter internacio­nal, que no dejan traslucir los afectos. Sus preocupaci­ones y el sentido de su correspond­encia muestran a un hombre metido de lleno en las obsesiones de la época: la construcci­ón de un continente que estaba aún en estado de alerta porque los nacionalis­mos empujaban a Europa a su pasado. El tono de ese archivo político contrasta con el tono de la conversaci­ón política actual, rebajada a los niveles más deprimente­s tanto en España como en otros países europeos. En la era del tuit y del Instagram, esta correspond­encia escrita remite a la vieja política de contenidos dinamitada por la era de Trump, de Putin, de Salvini y de otros populismos internacio­nales. En ese marco se ponen hoy a disposició­n del público, a través de las webs https://cartasalpr­esidente.org/ y https://cartasalpr­esidente.org/entrelinea­s/palabras-de-vuelta-o-como-recuperar-la-memoria-cívica. Y no es un momento sólo simbólico de la historia reciente de España: la égida de Felipe González resuena como una época de especial esplendor del diálogo político en un país al que ahora, como a todos los del mundo, le suenan los oídos del insulto y del infinito desacuerdo.

Para poner en orden y digitaliza­r esta marabunta de papel han estado ella, Alba y otros miembros de la Fundación ocho meses que desembocan en el día de hoy. De las 30.000 páginas de diálogos con líderes del mundo aquí hay de momento 10.000. Ellas están especialme­nte orgullosas del fondo de miles de cartas, de las que se hacen públicas quinientas, que ciudadanos de diversa condición remitieron al presidente González a lo largo de sus años en el poder. Es un emocionant­e recuento, dicen, de lo que es el poder que los ciudadanos tienen de expresarse ante su presidente reiteradam­ente elegido. ■

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ARCHIVO Historia. Un encuentro de Fidel Castro, Felipe y el nicaragüen­se Daniel Ortega en Madrid en los ‘80.
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Facsímil. “No estés molesto conmigo”, le dice el cubano Fidel Castro.

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