9 de Julio a puro fervor
Despliegue militar y una multitud en el desfile porteño
La fiesta duró cuatro horas y se calcula que hubo unas 400 mil personas. Sobrevolaron aviones Fokker F-28 y Hércules, pasaron tanques camuflados, veteranos de Malvinas y tropas de varios regimientos. Macri lo siguió desde un palco.
Trepados a los árboles, sentados sobre contenedores de basura, subidos a cajas de alumbrado público y con los brazos y las piernas abrazados a semáforos. Parados en el pico de la barranca de la avenida Bullrich y en fila sobre los separadores de carriles de Libertador. Reunidos en balcones. También acostados en las vías del San Martín, asomándose entre las vigas de hierro de un puente metálico, a casi 20 metros de altura, desesperados por una vista limpia del desfile militar. Fueron decenas de miles. Para Presidencia, incluso más: “Alrededor de 400.000 en las 4 horas del evento”, comunicaron.
Desde las 11:30, cuando empezaron a despegar los aviones de combate de la Base Aérea El Palomar, la avenida ya no ofrecía localidades. Acá y allá, había cabezas y por encima de ellas banderitas de Argentina, que jóvenes del Ejército repartía. Por donde se mirara había multitud: familias cargadas con cochecitos y canastas para improvisar un picnic; matrimonios grandes con la escarapela en la solapa; grupos de adolescentes entretenidos en hacer alpinismo urbano, y turistas locales y extranjeros.
Media hora antes de que todo empezara, Luciano y Candela caminaban de la mano de sus hijos de 5 y 6 años por el costado del Hipódromo. Llevaban mochilas con comida y bebida y posibles entretenimientos para el momento en que la nena -la menor- o el nene -el mayor- se aburrieran del paseo. “No ahondamos en lo que está pasando. Explicarles el concepto de Día de la Independencia es muy abstracto para ellos”, dijo Luciano a Clarín. Llegaron desde Acassuso. A Luciano todavía se lo notaba con reservas: “No me gusta ver tanques de guerra ni armas. Los trajimos porque todavía no interpretan a qué conduce lo bélico. Pensamos que va a ser entretenido a nivel visual”.
Sobre la avenida, entre las calles Salguero y Dorrego, lo infantil y lo bélico no paraban de mezclarse. En especial, cuando aparecieron los tanques camuflados y arriba, el show aéreo con los Fokker F-28, los Hércules y los cazabombarderos A-4AR. Para los más chicos, la avenida parecía un escenario de película de acción.
Para José María y Mariana, oriundos de La Cumbre, Córdoba, el asunto era todavía más familiar. Él es militar y su mujer y sus tres hijos armaron una vida en relación a ese rol, que los llevó de provincia en provincia, hasta establecerse en Las Cañitas.
Repartieron banderas argentinas entre el público, y chicos y grandes se emocionaron.
“Necesitamos sacar más la bandera, que no sea algo que usamos solamente para cuando juega la selección de fútbol”, analizó él.
A metros, Florencia y Victorio sonreían a la pantalla del celular. Ella llevaba a la hija de ambos, de apenas una semana. Él cargaba a upa al hijo varón de 2 años. Sonreían para capturar el primer Día de la Independencia en el que el papá de Victorio desfilaría como veterano de la Guerra de Malvinas. Durante el conflicto, participó como aviador del Ejército. Sus misiones fueron transportar gente de la Argentina a las islas y hacer misiones de asalto. Minutos más tarde, ese mismo hombre ya retirado sería ovacionado por las filas que se formaron a lo largo de Libertador. Su hijo ya lo imaginaba: “Le trajimos a los nietos y me parece que nuestra tarea, después que esto termine, va a ser contenerlo”.
La emoción fue palpable. Tanto abajo, en la calle, como en el palco presidencial, donde el jefe de Estado Mauricio Macri y la primera dama Juliana Awada estuvieron acompañados por la vicepresidenta Gabriela Michetti, el jefe de Gabinete Marcos Peña y el senador nacional Miguel Ángel Pichetto, entre otros funcionarios.
Por momentos, la multitud se salió de cauce: fueron miles los que caminaron a través del hueco de un alambrado para acceder a las vías del San Martín y desde ahí treparse a un puente metálico. Ahí el paisaje era inmejorable pero también riesgoso.
En la altura, Jorge Jerez jamás soltó a su nieto Bruno. “Cuando llegamos, a las 12, ya no había lugar así que seguimos a la gente y, como el tren no anda, subimos hasta acá”, dijo Jorge. De fondo el viento traía los tambores y el saxo de las bandas militares. Bruno repetía que quería ver caballos. A Jorge esa demanda no lo ponía ansioso, podía quedarse ahí todo el tiempo que hiciera falta, es que para él era fácil conectar con el deseo de su nieto. Cuando era chico había visto más de un desfile militar. Jamás los olvidó. Y ayer deseaba con todas sus fuerzas que lo mismo le ocurriera a Bruno. ■