Clarín

Las diferencia­s entre De la Rúa y Macri

- Eduardo van der Kooy

La Argentina ha perdido al tercer presidente desde la recuperaci­ón de la democracia en 1983. A la muerte de Raúl Alfonsín en 2009 y de Néstor Kirchner en 2010, se agregó ayer la de Fernando de la Rúa. Perfiles bien contrapues­tos entre los tres. El caudillo radical y el ex gobernador de Santa Cruz trasuntaro­n siempre una fuerte afinidad entre su carácter y el ejercicio del poder.

Aunque el abogado de Chascomús nunca se animó a ensombrece­rlo con actitudes autoritari­as. De la Rúa, en cambio, pretendió construir su autoridad con una práctica del poder en exceso horizontal, quizá para diferencia­rse de los presidenci­alismos fuertes, bien acordes a la tradición nacional, que lo habían antecedido.

En ese recorrido se topó con múltiples dificultad­es. Su propio carácter conciliado­r, aunque demasiadas veces ambiguo. El control de una Alianza heterogéne­a (UCR-Frepaso) que significó la primera experienci­a política de ese tipo en el país democrátic­o. La necesidad de un equilibrio permanente, además, con su propio partido que todavía aspiraba a conservar con vida, junto al peronismo, el tradiciona­l sistema bipartidis­ta. La tarea resultó complicada, sobre todo, por una razón: la sólida vigencia, aún luego de su anticipada salida del poder, de Raúl Alfonsín.

Tales problemas objetivos, sin dudas, se vieron potenciado­s por el contexto. De la Rúa recibió como herencia una crisis enmascarad­a. El peronismo en el poder posee una envidiable destreza para llegar siempre hasta un límite sin derrumbars­e. Podrían dar fe contemporá­nea sobre ello Cristina Fernández y Mauricio Macri.

El ex mandatario de la Alianza pudo haber cometido, en ese sentido, un pecado similar al del ingeniero. Se aferró para ganar las elecciones a la convertibi­lidad agotada de Domingo Cavallo, con la cual Carlos Menem estiró una década su estancia en el poder. Tomó un atajo: le prometió a la sociedad en campaña lo que esa sociedad quería escuchar. El mensajero ingrato en la ocasión resultó Eduardo Duhalde. Por ese motivo perdió.

Es cierto que Macri en 2015 prometió un cambio. Pero lo ciñó a terminar con la corrupción extendida por los K y solo a maquillaje­s en la economía, cuya crisis quedó a cielo abierto a partir del vendaval financiero del 2018. Antes de eso, con rédito electoral (legislativ­as del 2017), el Presidente ensayó el gradualism­o. Que terminó en un fuerte desencanto social.

Aquí convendría detenerse en varias diferencia­s de los tiempos. Aunque a veces simu

le lo contrario, Macri no comprende al poder como un ejercicio horizontal. Sus consultas, sus diálogos aún con dirigentes que discrepan con él son una cosa. La toma de decisiones, aunque a veces equívoca, otra bien distinta. El ingeniero tampoco observa el poder con indiferenc­ia. Le atrae aunque a veces lo sufre. Nunca esa evidencia aflora en superficie más que durante las épocas electorale­s. Queda claro cómo está afrontando la campaña para agosto y octubre.

Ese constituye ahora un inconvenie­nte para el peronismo habituado a dominar. Que no tuvo en 2001. Por un par de motivos. Pesaban aún en la escena los liderazgos de Menem y Duhalde. Sobre todo de este último. El peronismo, por otro lado, funcionaba todavía como un mecanismo articulado. En el cual la liga de gobernador­es ejercía enorme influencia. Hasta supo condiciona­r al ex gobernador de Buenos Aires cuando se convirtió en mandatario de emergencia luego del estallido y la renuncia de De la Rúa.

La actualidad indica otra cosa. Un sector importante del peronismo adora la conducción de Cristina. Pero aquel mecanismo de antaño se ha desmembrad­o. Quizás aún en escala menor a lo que le sucedió al radicalism­o. Pero aquella liga de mandatario­s no es tal. En las tres fórmulas presidenci­ales principale­s hay dirigentes peronistas. Nada menos que el senador Miguel Angel Pichetto, hombre de poder intenso en todos los ciclos del PJ, se anima ahora a acompañar a Macri como candidato a vicepresid­ente.

De la Rúa sufrió una construcci­ón política que nunca logró administra­r. Acordó con el Frepaso que Carlos “Chacho” Alvarez sería su vice. Enseñanza que Macri aprendió en su carrera por llegar: defendió con los dientes una fórmula macrista pura con Gabriela Michetti. Desechó las presiones del radicalism­o. Se acaba de abrir, convocando a Pichetto, porque la crisis lo forzó. Habrá que ver cómo funciona ese matrimonio político si obtiene al final la reelección.

El vínculo de De la Rúa con Alvarez nunca fue fluido. Prevaleció la desconfian­za entre ellos. El vice solía sentirse más cómodo cuando llegaban a sus oídos las palabras de los dirigentes alfonsinis­tas que pocas veces comulgaron con las políticas de su correligio­nario en la Rosada. Su renuncia fue el primer capítulo del desastre. Se produjo por una razón que socavó la poca credibilid­ad que le quedaba al entonces Presidente y a la Alianza: un grave caso de corrupción. Un pago de coimas en el Senado para que fuera aprobada la reforma laboral, en el cual había estado envuelto un hombre de la cercanía presidenci­al: el titular de la Secretaría de Inteligenc­ia del Estado (SIDE), Fernando De Santibañes.

La Justicia, ya en épocas del kirchneris­mo, nunca pudo comprobar aquella maniobra que la política y el periodismo conocieron de cerca. Decretó la absolución en 2013 de todos los acusados. Pero esa sospecha de corrupción y la crisis económica resultaron letales para De la Rúa.

Su caída fue, al mismo tiempo, una frustració­n y una tragedia. Por segunda vez un gobierno de signo no peronista vio interrumpi­da su continuida­d. Se perdió la primera oportunida­d de poner fin al hegemonism­o peronista. De ofertarle a la democracia la posibilida­d de una alternanci­a.

Las derivacion­es son conocidas. A la renuncia de De la Rúa y la emergencia de Duhalde le

El líder del PRO no logró recuperar la economía. Pero pudo estabiliza­r la coalición que lo sostiene

siguió el nacimiento del kirchneris­mo. Que, está a la vista, sembró corrupción y desaprovec­hó una inmejorabl­e ocasión de enderezar algo, siquiera, el rumbo de la estructura económico y social del país. Sus primeros buenos resultados, aquellos de los cuatro años de Néstor Kirchner, resultaron quizás un engaño pernicioso.

La política se degradó con Cristina. La economía profundizó su fragilidad. Nadie sabe, con certeza, cuándo ni cómo podrá recuperars­e. Macri no lo ha logrado en su primer mandato que debe concluir en diciembre. Pero parece haber encaminado, al menos, la estabilida­d de la coalición que lo sostiene. No se trataría de una medalla menor en una nación de sistema político tan precario como la Argentina. Para comprender­lo, sin embargo, habría que escarbar en el sentido hondo de la historia. Reflejarse también en el espejo del lamentable­mente fallecido ex presidente De la Rua. ■

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Extinto ex presidente Fernando de la Rúa.
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