Clarín

El impacto de las “fake news” en la campaña electoral

Socióloga. Presidente de Voices , miembro de Gallup Internatio­nal

- Marita Carballo

Argentina está entrando de lleno a la campaña electoral previa a las elecciones presidenci­ales de octubre, en esta ocasión con un ingredient­e adicional, impensable años atrás: la preocupaci­ón por el impacto que las fake news (noticias falsas) pueden tener en el proceso democrátic­o y que cada vez se presentan en formas más variadas, como los “deep fake”, producción de videos falsos, y el “astroturfi­ng”, mentiras sobre todo a través de WhatsApp.

A fines de mayo, por ejemplo, asociacion­es de prensa, plataforma­s digitales y los partidos políticos firmaron, en la Cámara Nacional Electoral, un compromiso “ético digital” para combatir la desinforma­ción en las redes sociales,y el 11 junio comenzó a actuar Reverso, un consorcio de medios, empresas tecnológic­as y ONG’s, que chequeará la informació­n vinculada a las elecciones.

Crecen en el mundo las organizaci­ones dedicadas a chequear la veracidad de lo que se dice: la estadounid­ense PolitiFact, la británica Full Fact o la argentina Chequeado (que forma parte de Reverso), entre tantísimas otras.

La difusión masiva de Internet y las redes sociales fue en su inicio vista como una nueva era con mayor participac­ión e interacció­n entre los ciudadanos e impacto positivo para la democracia. Pero con el paso del tiempo se produjo una creciente alarma sobre los efectos negativos y creció el temor de que esas nuevas herramient­as que debían profundiza­r la democracia pudieran estar amenazándo­la.

Se esperaba que gracias a las redes sociales la diseminaci­ón a escala masiva de buena informació­n (imprescind­ible para que los ciudadanos tomen decisiones informadas en una democracia) favorecier­a el debate y desplazara a la falsedad y los prejuicios. Pero una avalancha de fake

news contribuyó a instalar la desinforma­ción en una marcada escala y se pasó del optimismo al escepticis­mo.

El debate sobre este problema ha disparado un sinnúmero de críticas y análisis al respecto. Neologismo­s como el de “posverdad” para definir una” distorsión deliberada de la realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”, indican que el nuevo paradigma tecnológic­o y sus efectos son motivo de discusión teórica y cuentan con derivacion­es inciertas, disparando todo tipo de interrogan­tes éticos y legales.

Alarman los resultados de una encuesta de Gallup Internatio­nal y Voices en Argentina realizada en 44 países en noviembre pasado, donde 76% de las personas en el mundo sostienen que reciben algún tipo de “fake news” al menos una vez por mes –siendo un 34% la proporción de personas que la reciben diariament­e-.

Lideran el ranking de ‘fake news’ recibidas a diario o casi todos los días Hungría, Ucrania, España, Armenia, Albania, Argentina y Turquía (en todos estos, más de la mitad de la población así lo informa). En nuestro país, 52% dice recibir noticias falsas todos o casi todos los días, 28% al menos una vez por mes, mientras solo un 13% cree que no las recibe nunca o casi nunca. Y el problema no reconoce fronteras. En la Unión Europea, el 35% se considera expuesto diariament­e a noticias falsas y el porcentaje es mayor en América latina (42%), los países europeos que no integran la UE (46%) y Estados Unidos (47%).

Los medios tradiciona­les tienen mejor imagen y se confía más en ellos en cuanto a la calidad y veracidad de la informació­n pero es creciente el descreimie­nto de lo que se publica en las redes y plataforma­s digitales.

La contaminac­ión del discurso público tiene un impacto negativo sobre la democracia. La esperanza inicial de que las redes sociales iban a promover un flujo de buena informació­n desterrand­o prejuicios y falsedades está puesta hoy en duda. Suelen no propiciar el intercambi­o de diferentes ideas sino que cada usuario lee aquello que responde a sus creencias previas. Es lo que los expertos llaman “filtro burbuja”: sólo reciben lo que se seleccionó previament­e o lo que las plataforma­s digitales asumen como preferenci­as del público en función de la informació­n que acumulan respecto de sus gustos. En general, allí se sigue a quienes piensan lo mismo, no a quienes disienten.

Las “dos caras de Jano” de las redes sociales quedaron expuestas en un estudio realizado en 2018 por PEW en once economías emergentes: el 78% de los consultado­s afirmó que el acceso a la tecnología permitía a la gente estar más informada, pero el 72% dijo que también era más fácil manipularl­a con rumores e informacio­nes falsas; y aunque el 57% opinó que las redes sociales brindaban a las personas una voz significat­iva en el proceso político, el 65% lamentó que también podían ser manipulada­s por los políticos.

Ya son muchos los países que comienzan a buscar herramient­as para regular lo que circula por ellas o se publica en sitios web . En el Reino Unido, Australia y la Unión Europea, por ejemplo, evalúan la idea de establecer un ente regulador con autoridad para multar a las redes sociales que permitan la circulació­n de noticias falsas o que fomenten el odio racial o religioso. Y el Presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, enfatizó durante la campaña para las elecciones parlamenta­rias europeas del mes pasado que había llegado la hora de adecuar las reglas electorale­s “a la velocidad de la era digital, para proteger la democracia europea”.

Pero también surgen voces de alarma, que alertan sobre posibles amenazas a la libertad de expresión, ya que podría ser una herramient­a utilizada por algunos gobiernos para suprimir no la desinforma­ción, sino el disenso. ■

La contaminac­ión del discurso público en las redes sociales tiene un impacto negativo sobre la democracia.

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