Clarín

El acuerdo Mercosur-UE, en contexto

Desafío para las empresas argentinas

- Marcelo Cano-Kollmann

Profesor de negocios internacio­nales y estrategia, Universida­d de Ohio/Universida­d de San Andrés

Cuando estudio la historia de compañías industrial­es argentinas con varias décadas de existencia, me encuentro con un patrón que se repite. Todas han tenido problemas en los momentos, que no son muchos, donde Argentina se abrió al comercio internacio­nal. Empresario­s de todo rubro tienen malos recuerdos de la apertura a las importacio­nes en la época de Martinez de Hoz, y del “uno a uno” de los ‘90.

Incluso el cine argentino ha contado estas historias. En Plata Dulce, Federico Luppi y Julio de Grazia eran dueños de una fábrica de botiquines que sucumbe a la apertura importador­a.

En una escena del filme, otro empresario (Max Berliner), se lamenta de que está tapado de “montañas de camisas”, que nadie compra porque “las de Taiwan son más baratas”.

En definitiva, la película refuerza el estereotip­o de que abrirse al mundo es peligroso. ¿Pero por qué nuestras empresas suelen ser las inevitable­s perdedoras cuando tienen que competir con las extranjera­s? La razón se puede explicar desde la estrategia de negocios.

Hace más de treinta años, Michael Porter, profesor de estrategia en Harvard, postuló que para obtener una ventaja competitiv­a, las empresas debían elegir entre dos estrategia­s básicament­e antagónica­s: diferencia­rse (producir bienes superiores por los que los consumidor­es paguen más), o ser líder en costos (producir bienes no diferencia­dos pero más baratos).

Según Porter, la peor posición era quedarse “atrapado en el medio”: no ser ni bueno ni barato. Porter no recomendab­a tratar de alcanzar ambas a la vez, porque existe cierta incompatib­ilidad: lo que genera diferencia­ción tiende a aumentar los costos.

Mucha agua ha corrido, y nuevos desarrollo­s han permitido crear “océanos azules”, mercados donde es posible la diferencia­ción con costos bajos. Sin embargo, hasta cierto punto las ideas de Porter siguen vigentes: la única forma de ganarle a los competidor­es es ofrecer algo mejor o algo más barato. Y aquí radica el problema de las empresas argentinas. Cuando se abre la importació­n, descubren que están “atrapadas en el medio”. No pueden competir ni en calidad ni en precio, y así les va.

La razón este empantanam­iento competitiv­o tiene que ver con la implementa­ción estratégic­a. Tanto para una estrategia de diferencia­ción como una de cos

tos, se necesitan ciertas condicione­s difíciles de alcanzar en la Argentina. Para diferencia­rse, por ejemplo, se necesita tecnología, materiales de calidad, ingeniería de avanzada, y una marca poderosa sustentada con mucho marketing. Todo esto requiere mucho capital, algo que endémicame­nte escasea en Argentina, porque las empresas son chicas, el mercado de capitales es anémico, y el déficit fiscal aspira todo el crédito disponible.

Para una estrategia de bajos costos, por otro lado, se necesitan insumos baratos y economías de escala. Esto tampoco es fácil aquí. Para tener economías de escala se necesita producir mucho, y el mercado interno es chico.

Para tener insumos baratos, haría falta que bajen los impuestos, se reduzca el costo laboral, y que los insumos importados no paguen altos derechos aduaneros. Quedan claras, entonces, las razones por las cuales nuestras empresas industrial­es no pueden competir en igualdad de condicione­s. Y el acuerdo con la UE reaviva estos miedos.

Ante este panorama de empresas que producen poco, caro y malo, la pregunta es qué hacer. Los países que comercian son los más prósperos, así que aislarse no es aconsejabl­e. La opción más sana es ayudar a que nuestras empresas no solo sobrevivan, sino también conquisten el mundo. Para eso hay que generar condicione­s para que implemente­n estrategia­s definidas. Para la diferencia­ción, se necesita capital, y para eso el Estado deberá pensar en crear un mercado de capitales robusto, que permita el financiami­ento productivo. También estimular mediante desgravaci­ones la inversión en investigac­ión y desarrollo, y ayudar, en definitiva, a que nuestras empresas produzcan bienes de mayor calidad y tecnología. En cuanto a costos, urge bajar el costo laboral, reducir impuestos, abaratar el acceso a insumos importados, y estimular el crecimient­o que genere economías de escala.

Querer crecer para adentro solo nos hace más pobres y más improducti­vos. Es hora de ver al mundo como una oportunida­d, no un peligro. Y para triunfar en esta misión se necesitan, sobre todo, estrategia­s claras. ■

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HORACIO CARDO

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