Clarín

Richeze es ese “10” que asiste y les hace gritar los triunfos a sus compañeros

El trabajo del ciclista es clave en la táctica de su equipo en el Tour de Francia, la principal carrera del mundo.

- Mariano Ryan mryan@clarin.com

El sábado, en Bruselas, 176 ciclistas largaron el Tour de Francia, la prueba emblemátic­a de ese deporte, la más importante de las tres grandes vueltas que completan el Giro de Italia y la Vuelta a España. Se trata de uno de los diez acontecimi­entos deportivos más importante­s del mundo junto a los Juegos Olímpicos, los Mundiales de fútbol, rugby y atletismo, la Fórmula 1, el Super Bowl, la final de la Liga de Campeones, Wimbledon y las finales de la NBA. El orden quedará para otra oportunida­d...

Pero a diferencia de lo que sucede en la previa de varias de esas competenci­as, apenas 25 o 30 hombres sueñan con su paseo triunfal por los Campos Elíseos con la tradiciona­l malla amarilla, con brindar con champán junto a sus compañeros de equipo y con inscribir su nombre para siempre en los libros del ciclismo.

Es que las carreras de ciclismo de más de un día como el Tour (dura tres semanas) están diagramada­s para los pedalistas más completos. O, mejor, para aquellos que saquen diferencia­s en la montaña y en la contrarrel­oj. Y ciclistas de ese tipo en cada formación hay uno, o a lo sumo dos. No más. Sus compañeros corren para él/ellos y se los llaman gregarios. Ellos saben de antemano que, de no mediar nada extraño, deberán colaborar con su líder. ¡ Y atención con desobedece­r alguna orden!

Para tomar un ejemplo hay que detenerse en el equipo Deceuninck­Quick Step, que el martes ganó la cuarta etapa del Tour a través del italiano Elia Viviani, uno de los mejores velocistas del mundo. El director de la formación belga eligió a sus ocho ciclistas con una particular­idad: ninguno es un candidato firme para ganar la carrera aunque el objetivo es sumar triunfos en las etapas.

El español Enric Mas es su mayor apuesta para la clasificac­ión general, pero está muy lejos del favoritism­o del británico Geraint Thomas, el colombiano Egan Bernal o el danés Jakob Fuglsang, por ejemplo.

El francés Julian Alaphilipp­e es el más fuerte en la media montaña y es una apuesta para ganar etapas de ese tipo, de las que hay varias en el Tour. Después están el danés Kasper Asgreen y los belgas Dries Devenyns e Yves Lampaert (contrarrel­ojista), quienes son los gregarios típicos del Deceuninck-Quick Step. Y por último, el también danés Michael Morkov, el argentino Maximilian­o Richeze y Viviani, quienes integran el último tren para las etapas que se definen al sprint, como la de Nancy.

Esto significa que en el lanzamient­o final, cuando restaban apenas 800 metros para la llegada, Alaphilipp­e - nada menos que el líder del Tour- se abrió y le dejó paso al trío de Morkov, Richeze y Viviani. El primero tiró unos 500 metros, se abrió y sólo quedaron los dos últimos. Y a falta de 150 metros nada más, Richeze le dejó el triunfo servido a su compañero.

¿Qué significa todo esto? Que Richeze, a los 36 años, ratificó su condición de mejor lanzador del mundo. Formado en los circuitos del Gran Buenos Aires, de la pista (hacía muy bien el kilómetro) pasó a la ruta y en 2007 ganó dos etapas del Giro de Italia. Pero su transforma­ción llegó en 2013 cuando pasó al equipo Lampre y viendo que ya no tenía velocidad suficiente para competir con los mejores del mundo, tomó su nuevo rol.

Haciendo una analogía con el fútbol, Richeze sería el “10" que asiste al "9 goleador" (en este caso Viviani) para que éste convierta y salga en la tapa de todos los diarios.

Ni Viviani ni Richeze ganarán jamás el Tour porque no tienen las condicione­s para hacerlo. Ellos se suben a la bicicleta con otras obligacion­es profesiona­les: el primero busca ganar etapas y el segundo busca hacer que el primero lo haga. Simple.

"Mi sueño era tener de lanzador a Maxi Richeze y el sábado lo voy a tener para una de las etapas más importante­s de mi vida", había dicho Viviani, dueño de 74 triunfos como profesiona­l, en la previa de la primera etapa del Tour.

No pudo ser en Bruselas porque Viviani no confió en su tren de lanzamient­o y prefirió, como casi siempre lo hace, seguir la rueda de un rival. Aprendió la lección: siguió a sus compañeros y apostó ciegamente por Richeze. La gloria se la llevó él. El reconocimi­ento, un argentino. ■

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