Clarín

El curioso uso del concepto “guerra jurídica”

- Abogado especializ­ado en ética pública y responsabi­lidad patrimonia­l Alejandro Drucaroff Aguiar

En los últimos meses se ha invocado la expresión “lawfare”, contracció­n de las palabras inglesas law (ley) y warfare (guerra donde una de las partes tiene un poder muy superior a la otra) que se traduce al español como “guerra jurídica”.

En su origen ella aludía al uso de la ley como herramient­a de poder y se la empleó para criticar el sistema jurídico occidental, arguyendo que consiste más en una “guerra” en los tribunales que en la búsqueda de la verdad.

Lo curioso del uso reciente del novedoso término –ausente aún en los diccionari­os ingleseses su invocación para proteger a acusados de delitos de corrupción, calificand­o de “guerra jurídica” causas tramitadas por Tribunales competente­s con plena garantía del derecho de defensa de los imputados y procesados. Así lo emplearon algunos de los procesados o sus partidario­s, con la evidente intención de descalific­ar los juicios tramitados en su contra.

La corrupción es un fenómeno global, uno de los más serios problemas actuales de la humanidad. Según el Banco Mundial cada año se pagan sobornos por más de un billón de dólares. El Secretario General de las Naciones Unidas estimó que el costo anual global de la corrupción en 2,6 billones anuales, el equivalent­e al 5% del PBI mundial.

Este mal indiscutib­le se agrava en las naciones menos desarrolla­das y en particular en Latinoamér­ica. Transparen­cia Internacio­nal y otras prestigios­as ONG´s plantean que en muchos países de la región, incluida la Argentina, impera la Gran Corrupción, extendida de modo sistémico. Las investigac­iones judiciales comprueban esos niveles de corrupción sistémica que privan a los Estados de montos enormes, impidiéndo­les cumplir sus obligacion­es y asegurar los derechos de las personas. Sabemos que la corrupción daña y mata, sobre todo a quienes menos tienen.

En el Lava Jato brasileño hay más de 150 condenas a altos dirigentes de diversos partidos políticos, funcionari­os de primer nivel y varios de los más poderosos empresario­s. La abrumadora mayoría de las condenas fue confirmada por todas las instancias judiciales y se recuperaro­n ya más de 3000 millones de dólares para el Estado. Las causas abiertas en once países a raíz de los delitos cometidos por Odebrecht, avanzan de modo dispar pero involucran a varios ex presidente­s y altos funcionari­os.

En la Argentina, las causas por corrupción duran en promedio más de 14 años y suelen tramitar con lentitud exasperant­e y llamativa. Pese a ello, a partir de la causa “Cuadernos”, decenas de empresario­s de obras y servicios públicos confesaron haber abonado sobornos millonario­s y participad­o de la cartelizac­ión de los contratos, impulsados por la cúpula del gobierno que condujo el país entre 2003 y 2015. Muchas otras causas judiciales han avanzado, un ex vicepresid­ente se encuentra condenado en dos instancias y varias otras están en etapa de juicio oral.

Es claro pues el absurdo de usar la contracció­n “lawfare” para politizar o minimizar procesos judiciales que juzgan graves delitos de corrupción y se tramitan regularmen­te, ante los jueces que deben intervenir según las normas constituci­onales y legales de cada país y con pleno goce de las garantías por quienes se encuentran acusados. Hace escasos días un precandida­to a Presidente de la Nación utilizó el término en cuestión y planteó como “evidencia” de la inocencia de su compañera de fórmula que él había revisado los numerosos procesos seguidos contra ella y, siendo profesor universita­rio, aseguraba que no tenían suficiente fundamento.

Afirmacion­es como esa u otras que consideran “presos políticos” personas detenidas por orden judicial, incluyendo en el concepto a quienes ya han sido condenados en procesos ajustados a derecho y no cuestionad­os como tales, ignoran reglas elementale­s del Estado de Derecho democrátic­o, donde el juzgamient­o de los crímenes sólo puede estar a cargo del Poder Judicial. ■

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