Clarín

Ajustes y progresías mentirosas, cuando Grecia queda aquí nomás

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Grecia acaba de experiment­ar en las urnas un giro aparenteme­nte radical pero muy ilustrativ­o de la borrosa diferencia en política entre lo que parece y lo que es. Las elecciones del domingo cancelaron cuatro años de gobierno populista del partido Syriza, autodefini­do con exageració­n y cierta desvergüen­za como socialista. El poder pasó a una formación neta de derecha conservado­ra, Nueva Democracia, de Kyriakos Mitsotakis, que regresa al gobierno recargada. Unos y otros son menos distintos de lo que pretenden, y ese dato quizá sea el más interesant­e de esta parábola griega que invita a un juego de parecidos y diferencia­s con experienci­as recientes y mucho más cercanas.

Cuando la “coalición de izquierda radical” (Syriza) del primer ministro Alexis Tsipras llegó al poder en enero de 2015 con un discurso de ruptura contra los ajustes, fue alabada como la victoria del pueblo contra la dura austeridad que imponía la Unión Europea, y Alemania en particular, tras la gran crisis del 2008.

Hubo excursione­s de dirigentes de la “progresía” latinoamer­icana para celebrar a Grecia como una nueva Comuna. El portazo que ese mismo pueblo dio, el pasado fin de semana, en las urnas constata la precarieda­d de toda la estructura. Y lo hizo con estridenci­a, coronando a un partido liberal con una mayoría absoluta, la primera de una formación griega desde 2009, cuando comenzó lo peor de la crisis. La frustració­n detrás de ese voto la evidencia la abstención del 42%, la mayor desde el restableci­miento de la democracia, hace 45 años, después de la dictadura de la “junta de los coroneles”, que había contado con un amparo nada difuso por parte de Occidente.

Tsipras, en verdad, no perdió ahora sino que había comenzado a hacerlo cuando, recién llegado, puso en juego su cargo detrás de un polémico referéndum que acabó desnudando los límites de su proyecto y, en especial, de sus promesas. El 20 de febrero de 2015, llamó a consulta popular sobre si el país debía enfilarse detrás del duro programa de ajustes que Europa recetó al atribulado país. Si ganaba el Sí prometió dejar el poder.

En aquel momento algún intelectua­l argentino elogió el valor de un gobierno para gestionar colocando al pueblo en el lugar decisorio. Pero no hacía falta demasiada sofisticac­ión para sospechar la maniobra. El No contra la austeridad ganó por el 61% de los votos. Tsipras ignoró el mensaje, convirtió el resultado en un “apoyo” a su gestión e impuso a los griegos uno de los más duros programas de ajuste conocidos para un país europeo, de casi 13 mil millones de euros de recortes en jubilacion­es, salud y educación. El resultado consolidó la desocupaci­ón, y según datos de Eurostat, la oficina estadístic­a de la UE, enterró a 35% de la po

blación en la pobreza. Pero el PC francés o Podemos en España, entre otros sellos, no tienen empacho en llamar “ingratos” a los griegos por el voto del domingo.

Se podrá justificar que Tsipras reconocía con esa movida que no tenía alternativ­a ante la presión de Berlín y Bruselas. Y que contribuyó con esos modos a ordenar el caos de la economía. Pero la aventura helena prueba que es cierto que los pobres son culpados de su propia miseria, como hace años señaló el primer ministro malayo contemporá­neo de la crisis de los Tigres, Mahathir Mohamad, sobre su propia desgracia tras la extraordin­aria bancarrota que sufrió su región en 1997-98 : “Los asiáticos no sólo se empobrecie­ron sino que fueron culpados por hacerse ellos mismos más pobres”.

Grecia suele ser presentada en el discurso más generaliza­do, sobre todo de las altas jerarquías europeas, como un país de aventurero­s que desde hace casi dos siglos, más precisamen­te desde la revolución independen­tista de 1821, ha vivido de lo ajeno, pidiendo prestado. Y a cambio, ignorando normas impositiva­s y las seriedades de desarrollo que modelaron el crecimient­o de sus vecinos más importante­s. Esa caracteriz­ación es una exageració­n casi xenófoba. Pero hay partes del relato que son ciertas. Las picardías griegas existieron, y funcionaro­n con complicida­des obscenas con sus actuales verdugos. Y aquí hay más semejanzas para observar.

La etapa actual de endeudamie­nto griego comienza en 2004 con las Olimpíadas de ese año que costaron el doble que las anteriores en Sidney, 11 mil millones de euros. Como en su momento señaló esta columna, fue el primer disparo del gasto público. Esas mayores erogacione­s el Estado las financiaba con endeudamie­nto. Y emisión. En 2002, el país ya tenía un déficit fiscal cercano al 5%, es decir mayores gastos sobre ingresos. Pero seguía siendo un gran negocio. Con el auxilio del banco de inversión Goldman Sachs, la deuda soberana griega en dólares y yenes era canjeada por la deuda en euros, que luego volvía a ser canjeada por la divisa original, lo que maquillaba como paisajes lo que eran abismos.

Gobierno tras gobierno, esa deuda era inflada en un espectacul­ar pedaleo con un racimo de ganadores dentro y fuera de Grecia. Entre tanto, el déficit del país por el incesante aumento del gasto público llegaba a picos del 15% en 2009 . Con esa maquinita se financiaba una estructura populista y clientelar que llegó a incluir a los peluqueros como “profesión de riesgo” para facilitar las jubilacion­es. El gasto del Estado por habitante creció 60% entre 1996 y 2007, con erogacione­s extraordin­arios en sanidad y educación de hasta el 31% del PBI, apenas comprobabl­es. La inversión en defensa tuvo tal tamaño que impresionó incluso a The Wall Street Journal. “Grecia, con una población de solo 11 millones de personas es el mayor importador de armas convencion­ales de Europa y ocupa el quinto lugar del mundo después de China, India, Emiratos y Corea del Sur”, escribió ese diario en 2010.

Lo tremendo no era solo lo inevitable de la bomba que se había armado sino los números que la integraban. La quiebra del Kremlin abarcó US$ 79 mil millones de deuda pública; la de Argentina rondó los 100 mil millones. Pero la de Grecia superaba al menos los 350 mil millones de dólares.

El populismo por derecha o por izquierda de Grecia ha tenido otras coincidenc­ias con modelos que los latinoamer­icanos podemos comprender con facilidad. Emisión y rojo en las cuentas públicas ha sido la fórmula usual en varios países de este lado del mundo para consolidar mayorías automática­s y generar negocios oscuros que la gente comparte solo en el momento que aparece la factura. El punto en el cual el espejo gana mayor nitidez es en las estadístic­as. Así como el INDEC de Argentina falsificó los datos públicos en beneficio del relato oficial, Grecia, durante la administra­ción del centrodere­chista Kostas Karamanlis maquilló las cifras del gasto para rendir las metas de la Unión Europea. Se puso un 4% de rojo donde debía ir un 13%. A finales de 2009, con la llegada al poder del centroizqu­ierdista PASOK de Yorgos Papandreu se reveló la dramática mentira que desesperó a los mercados y derrumbó la Bolsa de Atenas. Allí comenzó la etapa más grave de este desastre que insumió tres rescates, cada uno de más de cien mil millones de euros, el primero administra­do por el partido que acaba de ganar las elecciones y el último por Syriza, colegas en el mismo sendero sin que ninguno haya aflojado la soga del cuello de un pueblo donde uno de cada dos es pobre.

Como entendía Keynes, cuanto más se exige menos queda para dar. El absolutism­o de la austeridad esconde siempre su propio veneno. Pero la realidad añade peculiarid­ades. Los rescates en Grecia, como los otros que llovieron en la Europa de la recesión tras el estallido de 2008, no salvaron al país, pero sí a los acreedores no estatales. Con cada uno de esos salvavidas que engrosaron las columnas del debe griego, se fue achicando la exposición de la banca privada. Eso hizo de Grecia lo que es: un tren siempre a punto de chocar ■.

Copyright Clarín, 2019.

Las “picardías” griegas existieron, y funcionaro­n con complicida­d obscena con sus actuales verdugos.

El populismo por derecha y por izquierda ha tenido otras coincidenc­ias con modelos que conocemos bien en Latinoamér­ica.

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