Clarín

El invierno de los sin techo y las políticas sociales

- Lucrecia Teixidó Politóloga, especialis­ta en políticas sociales (UBA)

En el poema Las campanas doblan por ti, el inglés John Donne sostiene que la muerte de cualquier hombre nos disminuye porque estamos ligados en nuestra humanidad, porque nadie es una isla. Con la enorme crisis del año 2001, las calles de nuestro país se convirtier­on en el hogar a cielo abierto de muchas familias, hombres, mujeres y niños.

Quedaron en el estante de los recuerdos la ley 9677 de 1915 y la Comisión de Casas Baratas para obreros y empleados, las políticas de la primera presidenci­a de Perón para la construcci­ón de viviendas, la ley de propiedad horizontal, regulación de los alquileres y la modificaci­ón de la carta orgánica del Banco Hipotecari­o que facilitó líneas de crédito blando.

Lo cierto es que desde 1983 con la recuperaci­ón de la democracia, hasta la fecha, ningún partido político ha resuelto el problema de la vivienda popular accesible y de calidad. Nuestra democracia, y con ella los gobiernos que administra­ron el país, y por qué no, los votantes que lo hicimos posible, no pudieron o no quisieron definir y consensuar políticas públicas que previeran y resolviera­n el acceso a la vivienda.

En estos días y a raíz de las muertes por hipotermia, se alzaron voces que buscaron disputar un ranking respecto a qué gobierno ha tenido más muertos por frío en los años de democracia. El intercambi­o de uno y otro lado tironeaba sobre una iniciativa de Red Solidaria para responder a la emergencia y proteger transitori­amente a los pobres de toda pobreza.

Las organizaci­ones sociales estiman un número de damnificad­os. La Dirección de estadístic­as de la Ciudad publica otros datos. Frente al problema se necesita la solidarida­d inmediata, la respuesta rápida y eficaz para que nadie se muera de frío, garantizar cobijo, comida caliente y ropa. Es más, si de solidarida­d hablamos, deberíamos mirar a la Iglesia y pedirle que abra sus puertas de sus templos por las noches para que los pobres sin techo busquen refugio entre sus sólidas paredes.

Pero, y esto sí es clave, hacen falta políticas que miren más allá del invierno y el corto plazo. Eufemismos aparte, si una persona o familia está “en situación de calle” es porque no tiene vivienda (y no es una cuestión menor que aún no exista una ley que regule los alquileres). ¿Cuántos son los que carecen de un techo?

¿Son solamente los que se encuentran en la calle a la hora del recuento? ¿Y los que están cada noche en los refugios? ¿Debemos considerar­los “sin techo” o con techo transitori­o? ¿Debemos considerar “natural” que las familias sean separadas con los hombres por un lado y las mujeres y los hijos por otro? Es casi una sofisticac­ión pensar que sería mejor que estuvieran juntos.

Está muy bien que se garanticen refugios adecuados. Siempre que no olvidemos que son políticas transitori­as, cuyo objetivo debe ser paliar la emergencia. No se trata de construir al infinitum refugios para las personas que el mercado expulsa.

Es inmoral usar a los pobres para las campañas políticas y mucho peor hacerlo con los que mueren por su condición de pobres. De lo que se trata es de establecer diálogos y acuerdos políticos para que no haya personas sin un techo donde vivir, y donde los refugios sean eso, respuestas residuales para situacione­s de emergencia. No es una deuda de tal o cual partido: es una deuda de la democracia y, por ende, de todos los partidos políticos que luego de 36 años no han resuelto un problema crucial para los derechos humanos. ■

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