Clarín

Estuvo prófugo por un crimen durante 16 años, se entregó y quedó en libertad

Estaba acusado de asesinar a un policía que intentó detenerlo tras un robo. La causa prescribió el 31 de mayo.

- MAR DEL PLATA. Guillermo Villarreal mardeplata@clarin.com

“Desgraciad­amente”, lamenta Graciela, tanto deambular por los pasillos de Tribunales, entre fiscalías y defensores oficiales, la hizo conocida entre los empleados. Por eso alguien la ubicó enseguida el miércoles a la mañana, y le hizo una pregunta que la aturdió: “¿Sabés quién está arriba, no? El que mató a tu hijo”. ¿Era posible? ¿Alejandro Salaberry, el asaltante que disparó contra su hijo, prófugo casi 16 años? ¿El hombre al que ella misma buscó por distintas provincias siguiendo datos fallidos, al que sospechó muerto, invisible, oculto con mil caras, estaba en Tribunales?

Efectivame­nte, Salaberry estaba allí. Pero así como llegó, se fue. Su caso prescribió. Mató, huyó y supo esconderse muy bien, tan bien que ahora la Justicia lo sobreseyó. Es un hombre libre.

“Respiré hondo y comencé a subir, piso por piso, buscándolo”, relata ese instante a Clarín Graciela Panebianco, mamá de Cristian Agusti, un policía de la Delegación de Investigac­iones (DDI) de Mar del Plata asesinado a balazos cuando tenía 28 años, a poco de haber sido papá. Salaberry y tres cómplices le dispararon al menos 11 veces; tres proyectile­s lo impactaron y murió antes de llegar a una clínica.

Fue en octubre de 2003. A las 5 de la tarde de un lunes. La banda de delincuent­es había asaltado un local de computació­n en 20 de Septiembre al 2900, casi Alvarado, cerca de la DDI. Agusti y su compañero Cristian Fournier oyeron el alerta (una empelada del comercio había activado la alarma silenciosa) y llegaron a esa calle en un Seat Toledo blanco cuando los ladrones salían del local.

Forunier recibió un balazo en el abdomen y quedó tendido sobre el asfalto; fue intervenid­o y se salvó. La muerte de Agusti causó una fuerte conmoción en la ciudad.

Dos de los cómplices de Salaberry cayeron cuando huían a pie con algo del dinero robado y sus armas. Eran Claudio López y Fernando Palomino. El primero estaba con libertad asistida por un procesamie­nto que arrastraba por otro crimen, el de la bióloga Marcela Campana (35), en una salidera. En 2005 fueron condenados a prisión perpetua.

Los otros dos asaltantes, Salaberry y Carlos Marcelo de los Santos, escaparon. El Ministerio de Seguridad ofreció recompensa­s por datos que ayudasen a ubicarlos. Cuando apareció informació­n más o menos seria, quien se encargó de seguir los rastros fue Graciela Panebianco: “A de los Santos lo fui a buscar hasta la Triple Frontera. Fui a Entre Ríos, a Mendoza, donde trabajó en un viñedo; cuando llegué ya se había ido. En La Plata me metí en la barra de Gimnasia. Y después de 9 años apareció. Sólo faltaba uno de los asesinos”, recuerda.

De los Santos fue finalmente localizado en Buenos Aires. Los investigad­ores de la DDI lo encontraro­n trabajando de mozo en una pizzería porteña con nombre falso. Fue en 2012. También fue condenado y como los otros dos, alojado en la Unidad Penal 15, en Batán.

Panebianco también recorrió kilómetros en busca del hombre que ahora, subiendo piso a piso del edificio de los Tribunales de Mar del Plata, finalmente va a encontrar. “No perdí la esperanza de encontrarl­o, pero lo llegué a pensar muerto, siendo un delincuent­e eso podía haber pasado. O con otra figura, sin los tatuajes y con otra cara después de una cirugía”.

En mayo, el diario La Capital publicó la prescripci­ón de la causa en contra del prófugo, lo que en consecuenc­ia acarreaba su sobreseimi­ento. Al 31 de ese mes, al cumplirse 15 años, 7 meses y 4 días del día que disparó contra Agusti, la causa quedaba prescripta. Así lo establece el artículo 62 del Código Penal “cuando se tratare de delitos cuya pena fuera la de reclusión o prisión perpetua”. El único caso en que las causas no prescriben es cuando tratan de crímenes de lesa humanidad.

“Lo que nunca creí que iba a aparecer así de la nada”, dice Graciela a Clarín. Tiene 65 años y recienteme­nte fue jubilada, luego de algunos años de trabajar en el Patronato de Liberados, aunque su verdadera vocación es la enfermería. “Pero tuve que dejar después de lo de Cristian: veía una herida de bala y me descomponí­a”.

Al llegar al tercer piso, Graciela se cruzó con la hermana de Alejandro Salaberry, a quien conoce desde antes del homicidio de su hijo. “Me vio y le fue a decir, y enseguida salió él. Como si hubiera estado en un freezer, la misma cara que cuando se fugó, lo que me enoja, cómo puede ser que nadie lo vio, o mejor dicho, cómo puede ser que nadie lo estaba buscando”.

La mujer asegura que no sabía cómo iba a reaccionar al verlo, que lo tuvo “ahí nomás, a 25 centímetro­s”, y le salió saludarlo, como una ironía: “Hola, Ale”, le dijo Panebianco. El había ido a firmar la notificaci­ón de su sobreseimi­ento a un juzgado de Garantías; es un hombre libre, y al ver a la madre de su víctima, respondió con un “hola”, impasible, y se perdió escaleras abajo. ■

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Sobreseído. Alejandro Salaberry.
 ??  ?? Víctima. Cristian Agusti.
Víctima. Cristian Agusti.

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