Clarín

La excelencia es nada sin grandeza

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Existe una pasión por la excelencia. No sé si es argentina, pero existe. Con eso se nace. La enriquecés, la pulís, la compartís. Pero si no está en el ADN, es inútil. La excelencia impulsa la competenci­a. Y ambas derivan en la grandeza, que es otro condimento del ADN. Un hecho reciente, triste por cierto, desata estas reflexione­s de potrero en esta ventanita mañanera. Déjenme contar la historia. En 1975, el inolvidabl­e Sergio Renán compitió por el Oscar con “La Tregua”. Frente a él tenía a “Amarcord”, de Federico Fellini. Renán se sabía sin chances, “Pero, ¿quién nos quita la esperanza?”, dijo a los periodista­s que lo acompañamo­s. Ganó “Amarcord”.

La noche de la ceremonia, y aquí la historia, competían por actriz de reparto dos grandes mujeres: Ingrid Bergman, por “Crimen en el Expreso del Oriente” y Valentina Cortese, por “La noche americana” de Francois Truffaut. El premio lo merecía Cortese, una gran actriz que, como la Bergman, veía ya cerca el final de su carrera. Pero el Oscar fue para Ingrid. Cuando le tocó agradecerl­o, la sueca le habló a una sola persona: “Valentina, –dijo con la voz entrecorta­da y según creo recordar– este Oscar era tuyo. Yo lo sé. Todos lo sabemos. No sé muy bien por qué está en mis manos, pero…” Entonces, la Cortese, que veía pasar el último tren de su vida, vestida con un vaporoso vestido blanco, la interrumpi­ó, se puso de pie en la platea y gritó: “¡Ma tu sei grande, Ingrid! ¡Tu sei grande!” La excelencia es nada sin grandeza. Las cualidades que nos visten nunca marchan solas. Si lo hacen, se pierden. Valentina Cortese, este es el hecho triste, murió el pasado miércoles en Milán. Tenía 96 años.

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