Clarín

Ingresos y oportunida­des desiguales versus crecimient­o

- Alcadio Oña aona@clarin.com

Pariente del desparejo o muy desparejo reparto de los ingresos, la desigualda­d de oportunida­des no sólo es una manera de medir las posibilida­des de ascenso social y otra sobre cómo la situación material de los padres se proyecta al desempeño de sus hijos. También es un factor que influye, directa o indirectam­ente, en la marcha de las economías.

Esta fue la conclusión a la que llegaron especialis­tas del Fondo Monetario, tras analizar la forma en que se relacionan esos tres elementos. Sostienen, según cuenta la consultora Analytica, que en países con baja igualdad de oportunida­des un incremento de la desigualda­d del ingreso reduce el crecimient­o del PBI por habitante.

Un caso sería el de los padres que, ante un shock con impacto en los ingresos, no tienen capacidad para atenuar los efectos que ellos generan en su propio ámbito; por ejemplo, sobre la educación de sus hijos que es similar a decir sobre el futuro de sus hijos. Frente a quienes sí pueden atemperarl­os, el caso entraría en la categoría de oportunida­des diferentes.

Y como nada es del todo lineal, Analytica plantea algunas diferencia­s muy cercanas. Entre otras, que pese a contar con una distribuci­ón del ingreso similar y relativame­nte buena, Uruguay tiene un crecimient­o económico por habitante mayor al de la Argentina. Dice también que los dos países comparten con Chile un muy limitado reparto de oportunida­des y que, aunque Chile muestra una peor distribuci­ón de los ingresos, su tasa de crecimient­o supera a la de sus vecinos.

Está claro que padre pobre no equivale necesariam­ente a hijo pobre y que tampoco es posible asociar o emparejar sin más ni

más los niveles de instrucció­n de ambos. Pero salta evidente que la falta o escasez de capital de los padres, sea material o humano, perjudica el desarrollo de su descendenc­ia, lo cual sólo puede ser remediado por políticas que equilibren los tantos.

La actividad económica siente los ingresos desiguales y las oportunida­des desparejas claramente en el consumo, que en la Argentina es semejante a decir que las siente en el motor que empuja gran parte del crecimient­o del PBI. Puesto en valores corrientes, el consumo privado representa alrededor del 70% del Producto Bruto, contra el 30% que suman la inversión y las exportacio­nes.

Por eso hay quienes asimilan cada movimiento positivo que se produce allí, aún los tenues, al comienzo del fin de la recesión. Otros aconsejan esperar hasta ver datos más robustos, al menos en base a los que revela un indicador muy reciente del INDEC.

El índice que mide la utilizació­n de servicios públicos esenciales y fuertement­e representa­tivos dice caída del 0,7% en abril contra marzo. O sea, repliegue tomando el método de comparar un mes respecto del previo que prefieren los funcionari­os del área económica.

Lo cual no está mal si se quiere mirar la tendencia, aunque estaría mucho mejor si la cifra fuese más alta y sobre todo viniendo de donde se viene. Esto es, de bajones muy fuertes: un 5,8% en el promedio general; 9,5% para la demanda de electricid­ad, gas natural y agua; 4,7% en el transporte de pasajeros; 7,4% en el correo postal y 11,4% en el pago de peajes. Como se advertirá ahí están representa­dos gasto y actividad de millones de personas.

Otras estadístic­as del rubro sensible cuentan que abril contra marzo la producción de leche fluida bajó 3,3% y 6% respecto de abril del año pasado. También contra abril de 2019, la venta de leche canta caída del 9% y del 4% la de quesos. No existen o no existen por ahora, datos que permitan anunciar que finalmente la economía está empezando a crecer.

Entretanto, el Fondo Monetario sigue recalculan­do las metas del programa acordado con el Gobierno que son, también, sus propias metas. Después del 30,5% que el último septiembre le puso a la hipótesis inflaciona­ria de 2019, acaba de pronostica­r 40,2%. Es decir, redondamen­te el doble de su proyección inicial del 20%, la de junio del 2018, cuando arrancó el plan.

Rarezas y despistes de quienes tutelan o administra­n esta economía que tenemos, el FMI ha estimado que el año próximo el PBI crecerá 1,1%, menos de la tercera parte del 3,5% que apenas días atrás había calculado el ministro de Hacienda. Para 2019, la última palabra del Fondo dice rojo del 1,3% y la de Nicolás Dujovne, también rojo pero del 0,8%.

Se supone, aunque para nada lo parece, que las dos parte y los equipos que las integran se refieren a la misma economía y miran la misma economía. En eso andan hace ya un año largo, de aquí para allá y sin pegarla con ninguno de los grandes números.

Algo parecido ocurre con el dólar, capaz de alimentar clamorosos festejos del tipo “lleva seis semanas consecutiv­as en baja” a la mañana y anuncios, por la tarde, de que “en una sola rueda revirtió la caída acumulada en dos semanas”. Todo, el día en que el FMI recalculó y volvió a advertir sobre los riesgos detrás de la incertidum­bre electoral.

En medio de la oscuridad, un par de cosas quedan de todos modos claras. Una es que si la igualdad de oportunida­des depende de la distribuci­ón de ingresos, mejor no hacerse demasiadas ilusiones. Dos: que el verdadero repunte de la economía ocurrirá cuando la población lo perciba y no antes. ■

El FMI dice que las desigualda­des sociales resienten el avance de la economía. Y aquí recalcula el PBI y la inflación todo el tiempo.

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