Imperdonable
“En un Canal de cuyo nombre prefiero no acordarme...” como diría don Miguel de Cervantes, hace pocas horas presenciamos un espectáculo no sólo sorprendente sino absolutamente lamentable. Entre un grupo de “niños prodigio” apareció súbitamente un niño/a cuyas características nos resultaron inaceptables. ¿Por qué? Pues, porque entre otras cosas, la banalización de la sexualidad apareció como un divertido juego más. De pronto, entre coreografías y canciones surgió un personaje difícil de describir. Se trataba de una criatura que, a través de la cámara, nos mostró características que no vamos a olvidar. Y me explico: la mitad de su cabeza pertenecía al sexo masculino con pelo corto y colorido adecuado. La otra, ostentaba una larga cabellera natural y el maquillaje correspondiente a una adolescente. El vestuario hábilmente, también marcaba un corte viril en un hemisferio y otro, coqueto y elegante, armonizando con las preferencias femeninas. Podría extenderme acerca de otras características del personaje en cuestión pero quizás sea más útil plantearse algunas preguntas. ¿Cuál es la idea de confundir sexos y apariencia? ¿Qué puede pensar ese chico/a exhibido como un fenómeno circense? De ninguna manera es “un amor” como enunciaba una voz presente. Más bien, un hecho grave que transforma la sexualidad en un mal chiste, ofende a los adolescentes que sufren determinados problemas de identificación y, en última instancia hace uso de la pantalla para establecer una turbia historia cuyos protagonistas sin duda sufren la circunstancia de ser “distintos”.
Hay cosas de las cuales jamás deberíamos reírnos. Por ejemplo: quiénes somos y adónde nos lleva la vida. Innumerables figuras médicas han dedicado sus trabajos a establecer determinadas diferencias. Y toda alteración de nuestra esencia merece el mayor de los respetos. De ninguna manera, insisto, se puede calificar como “un amor” el trasfondo doloroso de la determinación sexual de cada uno. En todo caso, una muestra de “amor” sería evitar estas exhibiciones. ■