Clarín

Esas cosas que guardamos por si acaso

- jtejedor@agea.com.ar Juan Tejedor

Mi vecino está en el zaguán junto a un amontonami­ento de cosas: cajas de cartón, un televisor viejo, tablones, aparatos para fabricar no sé qué, una estufa de cuarzo, un bongó, pilas de revistas atadas con piolines… Lo que unifica todo y lo convierte en conjunto es su aspecto de haber estado arrumbado. -¿De mudanza? -le pregunto. -No, alquilé una pieza al lado para meter estas cosas. -... (silencio. Miro y no entiendo). -Estoy haciendo limpieza. En casa hay tantas cosas que si no saco algunas no alcanzo a ver qué es lo que tengo que tirar. Ahora sí me queda claro. Llegó a ese punto de la vida hogareña en el que se termina el espacio. Placares, cajones, estantes y recovecos están llenos y no precisamen­te de lo que correspond­ería que hubiera en cada sitio. Suele suceder. La fiebre veraniega por Marie Kondo fue breve (¿alguien sigue guardando las remeras enroscadas?) y las cosas que “a lo mejor alguna vez nos vienen bien” duran toda la vida. A veces por fin nos hacen falta y entonces - “¿vieron que sí había que guardarlas?”- están ahí. Lástima que no sabemos dónde. “Estos tornillos los guardo acá -dijo uno, una vez-, así los tengo si un día quiero descolgar la tele y armarle las patas”. Hoy que remodeló el living y baja la TV del soporte, comprende que aquel “acá” se convirtió en “andá a encontrarl­os”. La memoria es mentirosa, promete y no cumple.

El día que cambiás la batería te das cuenta de que el lugar en el que anotaste la clave del estéreo del auto no era tan inolvidabl­e. Y así con todo. Mi vecino está metiendo cosas en una pieza alquilada de la casa de al lado. Más le vale que no haya puesto el alquiler en débito automático. ■

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