Clarín

“Me atrevo a decir lo que otros no”

- BOLONIA. ESPECIAL Marina Artusa martusa@clarin.com

Le temía a una muerte violenta, trágica y sangrienta como la que él convertía en elixir de sus policiales. “Espero no morir así sino en mi cama”, me dijo Andrea Camilleri hace tres años en esa sala mágica de su departamen­to de Roma, pegadito a los estudios de la RAI, donde las puertas eran corredizas y en las paredes, del suelo al techo, hacían guardia infinitos lomos de libros. “Escribiend­o sobre la muerte pienso menos en mi propia muerte. Para mí es un ejercicio de exorcismo”, confesó.

En una charla ahumada por el perpetuo pitar de Camilleri, que estaba por cumplir los 90 y seguía fumando sin mirar dónde caía la ceniza que él decapitaba con golpes secos sobre un cenicero de cristal, contó que, durante años, lo primero que leyó de los diarios fueron las necrológic­as.

“Inventar de la nada es algo que me cuesta mucho”, se sinceraba. “Se han publicado más de veinte novelas policiales mías y creo que, de todas ellas, sólo dos me las inventé por completo. Las otras están hechas de crónicas policiales que leí, memoricé y luego transformé”, aclaró. Y recordó un encuentro con el hijo de Georges Simenon: “Me vino a ver y me dijo que, como yo, también su padre decía que carecía de fantasía”.

Me contó que a los diez años le había escrito una carta a Mussolini porque quería ofrecerse como voluntario en la guerra de Abisinia, en Etiopía, pero que unos años después, a los 17, ya era antifascis­ta. “Mussolini no me respondió directamen­te a mí porque olvidé poner la dirección. Pero por la estampilla supieron de dónde venía la carta y le respondier­on al secretario político de Porto Empedocle, donde nací, que era el hermano menor de Luigi Pirandello. La carta decía que era demasiado joven y que ya habría oportunida­d para mí de colaborar”, recordó.

“A una cierta edad uno dice lo que piensa sin demasiado problema. Y tal vez me buscan por eso, porque me atrevo a decir lo que otros no”, me dijo aquella vez Camilleri, sereno.

Y lo demostró hace unos meses, cuando disparó contra las políticas migratoria­s de Matteo Salvini, vicepresid­ente y ministro del Interior italiano: “No quiero hacer comparacio­nes pero alrededor de las posiciones extremista­s de Salvini advierto el mismo consenso que escuchaba cuando tenía 12 años, en 1937, en torno a Mussolini. Es un estar de acuerdo feo porque revela el peor lado de los italianos, el que hemos escondido siempre, el racismo”.

“¡Ahí está! Sus libros me gustan mucho, sus insultos no tanto”, le respondió Salvini. “Me da ganas de vomitar” retrucó Camilleri cuando las redes viralizaro­n la imagen de Salvini besando un rosario en campaña por las elecciones europeas.

“¿Trajo alguna de mis novelas?”, me había preguntado Camilleri aquella vez, en su casa, cuando nos estábamos por despedir. Tenía conmigo La pirámide de barro. “Si quiere se la firmo”, sugirió con humildad. Mi hija, de cinco años, había presenciad­o la charla desde un rincón de la sala donde traté de que se sentara a jugar, lo más lejos posible de las bocanadas ilustradas de nicotina. “Pobrecita, se habrá aburrido. Entonces se lo dedicamos a ella”, dijo y escribió, con letra temblorosa: “A Roma, para cuando me leerá”.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina