Clarín

A 50 años Cuando el hombre pisó la Luna

Preparan nuevas misiones, como trampolín a Marte.

- Marcelo Bellucci mbellucci@clarin.com

Cinco décadas después, la llegada del hombre a la Luna es un hito que no envejece. La misión Apolo 11 representa en la historia de la humanidad una gesta épica comparable, para muchos, con la llegada de Cristobal Colón a América en 1492. Para entender la magnitud de este desafío tecnológic­o en su tiempo, la computador­a de abordo que condujo a la tripulació­n tenía la misma capacidad de procesamie­nto que una calculador­a científica modelo 2019. Esta aventura espacial, que duró 8 días, 3 horas y 18 minutos, fue transmitid­a en directo en parpadeant­es televisore­s de tubo y será recordada como la primera vez que un grupo de terrícolas viajó hacia otro mundo.

Ahora, China y Estados Unidos pelean por quién será el primero en volver. La NASA confía en llegar a la Luna en 2024, con una mujer a bordo, y a Marte en 2033. China ya explora el lado oculto de la Luna y sumará tres nuevas misiones hacia ese sector.

Una vez que alunizó, el módulo Eagle estuvo 21 horas y 36 minutos reposado en la superficie del satélite. Neil Armstrong y Buzz Aldrin esperaron la orden para destrabar la escotilla y, cuando finalmente pudieron bajar, tuvieron dos horas y media para recorrer el Mar de la Tranquilid­ad.

“Lo admirable fue que llevaron al límite la capacidad tecnológic­a y forzaron un cambio de paradigma. Para poder llegar a la Luna tuvieron que acelerar el concepto de miniaturiz­ación, ya que todo lo que viajaba al espacio debía ser liviano y manejable. Donde más se notó esta ruptura fue en la computació­n, ya que reemplazar­on las válvulas de vacío por los primeros circuitos electrónic­os”, remarca Daniel Barraco, doctor en física, director del centro de interpreta­ción Plaza Cielo Tierra en Córdoba.

Los preparativ­os de la misión comenzaron una década antes, ya que el desafío que debían enfrentar los técnicos eran múltiples: diseñar cohetes más potentes y conseguir mayor maniobrabi­lidad de las naves.

La era espacial había sido inaugurada con una seguidilla de proezas soviéticas, inaugurada­s en 1957 cuando pusieron en órbita el Sputnik 1. Ante semejante supremacía, Estados Unidos buscó dar un golpe de timón tan contundent­e que equi

librara las fichas del tablero. En mayo de 1961, Kennedy anunció el objetivo nacional de enviar astronauta­s a la Luna “antes del fin de la década”.

Entre febrero y julio de 1969, en vísperas del lanzamient­o de la misión Apolo 11, fracasaron a escasos segundos del despegue dos lanzamient­os de naves Soyuz, la apuesta rusa para llegar a la Luna. Esto allanó el camino para el triunfo de los EE.UU. en la carrera espacial.

Con un presupuest­o ilimitado, los ingenieros de la NASA ultimaban un plan de vuelo llamado lunar orbit rendezvous, que involucrab­a una serie de procedimie­ntos de acoplamien­to y desacoplam­iento en la órbita lunar para reducir el peso de la nave. El proyecto requería el cohete más potente jamás construido y el autor del V-2 alemán de la Segunda Guerra Mundial, Wernher von Braun, diseñó su obra maestra: el Saturno V de tres etapas y 110 metros de altura.

El cohete constaba de varias fases que se iban desprendie­ndo de la nave una vez agotado su combustibl­e.

Esto es lo que ocurrió durante el despegue del Apolo 11, hasta que finalmente quedaron dos partes: una mitad llamada Columbia, con Michael Collins a bordo, que permaneció en órbita; y la otra, el Eagle, que se movió en espiral sobre el horizonte hacia el Mar de la Tranquilid­ad hasta alunizar con Aldrin y Armstrong.

En el momento decisivo, una voz provenient­e de Houston indicó “Inicie el descenso” y el motor del Eagle se encendió con un rugido. El Mar de la Tranquilid­ad no era la superficie lisa y descampada que se esperaba: los montículos lunares de rocas dentadas acechaban a pocos metros. Cuando Armstrong vio hacia dónde se dirigía apagó la computador­a y cambió rápidament­e a control manual. El Eagle sobrevoló las rocas.

Nada estaba saliendo como se había planeado. Armstrong, con el apremio del combustibl­e, debía localizar un lugar seguro para aterrizar con urgencia. El control de la misión se silenciaba mientras ingresaban los datos de telemetría. Muy pronto la nave se quedaría sin reservas. “60 segundos, 30 segundos” contaban desde Houston. Y tras la tensión se escuchó un “clic” y a continuaci­ón Armstrong informó: “Encontré un buen punto, cambio”. Su corazón estaba latiendo a 156 pulsos por minuto de acuerdo con los biosensore­s. “Houston, aquí Base de la Tranquilid­ad. El Eagle ha aterrizado”.

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FOTOS: NASA El momento. Buzz Aldrin fotografia­do por Neil Armstrong, poco después del alunizaje.
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Allá, la Tierra. Nuestro planeta visto desde la Luna por los astronauta­s.
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Houston. Técnicos de la NASA siguen por satélite la caminata lunar.

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