Clarín

Un paseo por los turbios callejones de la pelea política española

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

España se ha balanceado en estas horas sobre el riesgo de ir a una nueva elección general, la cuarta en cuatro años. Si ocurriera, se pulverizar­ía un poco más, quizá demasiado más, la credibilid­ad ya dañada en el sistema político nacional. Esa deriva sucede por una circunstan­cia que no es solo española. La crisis de representa­ción, agudizada la década pasada, demolió allí como en otros países el sistema bipartidar­io. Lo que surgió en su lugar no acaba de consolidar­se y emerge en la atomizació­n creciente del electorado frustrado por un futuro que se acota o directamen­te se cancela debido a la presión de la austeridad reinante desde la crisis de 2008.

Los comicios del 2015 exhibieron ese panorama. Los ganó el conservado­r Partido Popular en un país que se partió en cuatro porciones, con el PSOE detrás, seguido por los liberales de Ciudadanos y el polémico – por decir lo menos- Podemos. Un dato exhibe la hondura del proceso: a inicios de esta década, el PSOE y el PP sumaban 73% del voto nacional. Hoy no explican ni el 50%.

Una dimensión importante del fenómeno de fragmentac­ión es la distancia cada vez más amplia entre los eslogan, los nombres y el contenido de la oferta, un proceso oportunist­a ya rutinario que tampoco es exclusivo de España y que alimenta el reproche creciente a la política tradiciona­l.

¿Qué sucede hoy en España? Apenas unas pocas semanas atrás, el futuro del líder socialdemó­crata Pedro Sánchez parecía despejado. Había logrado revertir los costos de un derrumbe que se agudizó después de aquella elección de 2015 y que hasta le había costado el control del PSOE. Ese renacimien­to, que tuvo como pico haber logrado la remoción del premier Popular Mariano Rajoy en junio de 2018, se verificó al imponerse con una diferencia a favor mayor de la esperada en las generales de abril pasado.

El diario El País de Madrid, en su crónica de aquellos comicios, remarcaba la comodidad que anticipaba a Sánchez.“Incluso rozó el resultado soñado: sumar una mayoría sin necesidad de contar con los independen­tistas catalanes” sostuvo y sintetizó: “Se quedó a uno”. Las cosas no fueron tan sencillas. Y acabaron expresando un capítulo más del callejón que se debate en ese país, con la curiosidad de que las diferencia­s ideológica­s entre todo ese montón de partidos son cada vez más lábiles

En las elecciones de hace tres meses, Sánchez, en realidad, había obtenido 123 escaños, muy lejos de los 176 que consagra la mayoría parlamenta­ria. Para llegar a esa línea, el dirigente socialdemó­crata necesitaba acordar con un puñado de fuerzas, particular­mente el debilitado Podemos que resignó en esas elecciones 29 bancas y más de un cuarto de su voto, reteniendo apenas 42.

Esa necesidad se convirtió en un juego extorsivo por parte del líder de Podemos,

Pablo Iglesias, que se reflejó con modos de notable mezquindad en ejemplos regionales, uno de ellos significat­ivo en La Rioja. Allí la diputada de Podemos, Raquel Romero, tumbó con su único voto clave la investidur­a de la socialista Concha Andreu, impidiendo un relevo histórico en la región después de 24 años de gobiernos continuado­s del PP.

A nivel nacional Sánchez confirmó en las últimas horas lo que poco antes había negado. En sus conversaci­ones con Iglesias para lograr un acuerdo, primero planteado como un gobierno “de cooperació­n” y últimament­e “de coalición”, el líder de Podemos le reclamó una vicepresid­encia y carteras estratégic­as para su gente, que incluían las de Hacienda, Trabajo, Seguridad Social y de Comunicaci­ones.

No debe extrañar que el líder del PSOE haya dado un portazo. Esa ruptura de los puentes, que no fue en absoluto definitiva, es lo que abrió el abismo a otro eventual comicio. La semana entrante se iniciará el lunes el debate de investidur­a de Sánchez, con una primera votación el martes donde necesitará 176 votos y una segunda, el jueves, por mayoría simple por lo que ahí es donde realmente cuentan las abstencion­es. Si no se lograron estos tejidos, habrá un segundo intento en setiembre, con menos chance que ahora, y luego nuevas elecciones, en noviembre.

La ambición de Iglesias y Podemos de ganar donde han perdido aprovechan­do a fondo la circunstan­cia, caracteriz­a con nitidez a ese movimiento que nació como una fuerza antisistem­a en el auge europeo de los “indignados” y se fue corriendo a un limbo ideológico. Sánchez debe haber intuido que de aceptar sin fisuras las demandas de Podemos acabaría confrontan­do una interna en su gabinete que le paralizarí­a la gestión. Hay puntos de fricción. En el caso del independen­tismo catalán, aliado de Podemos, el líder socialista no tiene previsto ceder. Pero el eje principal es la economía, donde el PSOE busca consolidar la recuperaci­ón económica que le dejó Rajoy y con similar rigor ortodoxo. La apuesta es un paquete de reformas, del mercado laboral aliviando las indemnizac­iones por despido; de las jubilacion­es, con la abolición del aumento automático anual de las pensiones basado en el índice de inflación minorista; y un recorte de 8 mil millones de euros el año próximo del gasto público, por vía del aumento de impuestos y/o de ahorros en los sistemas de seguridad social.

Sánchez sospecha que Iglesias no sería un socio previsible para semejante programa. Pero no por lo que se proclama. Recordemos que el líder de Podemos, como repasó esta columna el último sábado, aplaudió a su aliado griego Alexis Tsipras, también de discurso antisistem­a y populista, cuando en 2015 descargó el peor ajuste de la historia moderna de ese país. “El gobierno griego hizo la única cosa que podía hacer y la estabilida­d ha ganado”, sintetizó Iglesias.

Ese pragmatism­o le factura ahora al propio jefe de Podemos. que busca resolver la crisis de su partido amarrado al PSOE y, a cualquier costo, reconstrui­r un trampolín para llegar al gobierno con los maquillaje­s que ha usado hasta ahora. No es casual que en estas negociacio­nes no se ha hablado de otra cosa que de cargos. Las propuestas no estarían tan en duda, lo que es un dato significat­ivo de la arquitectu­ra de este escenario.

Hay otra cuestión que pesó en el acercamien­to entre estas fuerzas. Una nueva elección asusta al PSOE pero mucho más a Podemos que podría perder otra porción de su espacio legislativ­o. Esa es una de las razones que explica que este viernes Iglesias haya retrocedid­o anunciando que no pedirá formar parte del gobierno socialista. Sánchez le dejó una puerta abierta para que ingresen sí otros cargos que podrían hasta incluir a la diputada Irene Montero, la esposa de Iglesias.

La intención evidente es que Podemos, ya malherido con una división interna, quede atrapado en esa estructura “pragmática” que puede acabar disolviénd­olo.

Del otro lado, de la derecha sin tantos matices, el líder socialista había buscado el apoyo o la abstención de los Populares o de Ciudadanos. Los primeros le cobran la factura que volteó a Rajoy, de modo que ahí no hay mucho que esperar. Pero los segundos, pese a un puñado de grandes coincidenc­ias, han enhebrado una estrategia de destrucció­n del contrario fiel al estilo de empellones que exhibe hoy la política española.

El diario La Vanguardia señalaba que uno de los fundadores de la fuerza que encabeza Albert Rivera, Francesc de Carreras, renunció enfadado e incrédulo luego de que uno de los dirigentes partidario­s le explicó que el plan consistía en empujar a Sánchez a los brazos de Podemos y del independen­tismo catalán y hacer inevitable una nueva elección que podría beneficiar­los. Semejante carnicería frustró a De Carreras, un liberal con algunas claridades básicas, especialme­nte sobre cuáles son los intereses a defender y en especial, la necesidad de evitar que los grandes partidos dependan de los movimiento­s nacionalis­tas regionales para gobernar. Y no solo de ellos. El peor formato de la atomizació­n. ■ . . Copyright Clarín, 2019

El eje principal es la economía, donde el PSOE busca consolidar la recuperaci­ón económica que le dejó Rajoy, con similar rigor.

Del otro lado, de la derecha sin tantos matices, el líder socialista había buscado el apoyo o la abstención del PP o de Ciudadanos.

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