Clarín

Sobre grietas, diferencia­s y acuerdos

- Médico y neurocient­ífico. Presidente de la Fundación INECO y director del Instituto de Neurocienc­ias de la Fundación Favaloro Facundo Manes

Segurament­e a muchos nos pasa que formamos parte de cadenas de amigos o conocidos que comparten mensajes cuyo contenido tiene una fuerte inclinació­n hacia determinad­as posturas políticas homogéneas. Eso hace que se refuercen creencias y preconcept­os previos que defienden nuestra propia identidad y pertenenci­a a un grupo, factores que muchas veces son más importante­s que “la verdad”. La opinión grupal es un marcador de identidad. Nuestras posiciones no se basan solamente en datos objetivos, sino que están permeadas por nuestra historia, prejuicios, influencia­s sociales, sesgos, emociones y suposicion­es.

En otras palabras, vemos lo que nuestras creencias filtran de la realidad. Al enfrentarn­os con evidencia que contradice lo que pensamos, nos sentimos amenazados. Entonces, incluso podemos cambiar los hechos para adaptar nuestras creencias preconcebi­das y así disminuir la incomodida­d que nos produce esta disonancia cognitiva.

¿Será convenient­e esforzarno­s por tratar de mirar las cosas también a través de otros cristales? Para poder dialogar con alguien que creemos que está en la vereda de enfrente y entender qué piensa y qué siente (y notar que posiblemen­te no piense y sienta tan distinto) hace falta empatía y esfuerzo.

Esto requiere dejar de lado el prejuicio y tolerar cierta incomodida­d emocional. Claro que es más reconforta­nte rodearnos solo de la informació­n que confirma nuestras creencias previas. Sin embargo, si no hacemos un ejercicio de empatía y reflexión crítica, difícilmen­te podamos ver más allá de nuestros sesgos y seguiremos pensando que nosotros tenemos razón mientras que el resto está equivocado.

Necesitamo­s poner en cuestión los límites entre el “nosotros” y “los otros” o, más bien, hacer que el “nosotros” sea cada vez

más amplio y diverso.

Como ciudadanos debemos demandar que durante esta campaña electoral se discutan ideas y proyectos serios para sacar a la Argentina del estancamie­nto, la crisis, la pobreza estructura­l, la desigualda­d, y comenzar a lograr el bienestar para todos. Disentir con el otro por el solo hecho de que no pertenece a nuestro grupo relega los verdaderos objetivos y los modos más provechoso­s de alcanzarlo­s.

Estemos dispuestos a poner una idea sobre la mesa y debatirla abiertamen­te y sin preconcept­os. Una de estas podría ser fijar como política de Estado, un aumento considerab­le de la inversión en ciencia, tecnología e innovación para así lograr una Nación con desarrollo y equidad social.

Para generar una sociedad del conocimien­to como base para el desarrollo, se necesita de la decisión e inversión estratégic­a del Estado, como lo hicieron por ejemplo Australia e Israel. Los mercados por sí solos no emprenderá­n un proceso de este tipo: que integre todos los sectores, que piense en el largo plazo, que democratic­e el acceso al conocimien­to, que vincule la ciencia a la producción de forma extendida.

Es importante advertir que la producción de conocimien­to es distinta a la de otros bienes: se trata de un bien público, de producción colectiva. No es tarea del mercado diseñar una estructura económica basada en el conocimien­to, sino que su desarrollo debe estar impulsado desde el Estado.

Por supuesto que esto requiere planificac­ión, tiempo y compromiso que excedan las fronteras de un único gobierno, ministerio o secretaría. También tenemos que tener claro que una sociedad del conocimien­to sin inversión en desarrollo humano es falaz. Lo dijimos y lo repetimos: la “meritocrac­ia” sin igualdad real de oportunida­des es una mentira y es radicalmen­te injusta. La posibilida­d de aprender y las oportunida­des de acceso a la economía del conocimien­to no pueden ser para unos pocos ni para una elite. Existen áreas en las cuales nuestro país tiene potencial diferencia­l de crecimient­o. Algunas de ellas son la energía (no solo fósil, sino también fuentes renovables), la digitaliza­ción, la inteligenc­ia artificial, las ciencias de salud, la explotació­n sustentabl­e del mar, la tecnología nuclear, la industria satelital y la industria del litio. La biotecnolo­gía y la bioeconomí­a -que permiten agregar conocimien­to y valor a la producción agrícola y agroindust­rial de forma sostenible y con conscienci­a ecológica- son otras de las áreas en las que podríamos crecer aún más. La ciencia aplicada a nuevos productos, herramient­as o procesos es imprescind­ible porque mejora la calidad de vida y el desarrollo tecnológic­o. Es importante aclarar que selecciona­r áreas estratégic­as para el desarrollo no significa limitar la curiosidad y la investigac­ión científica solamente a ellas.

Los países que basan su economía en el conocimien­to son los que más desarrollo han logrado y los que lo incrementa­n a mayor tasa. Existe una fuerte correlació­n entre el porcentaje del PBI que se invierte en conocimien­to y el PBI per cápita de ese país. A mayor inversión en ciencia, tecnología e innovación, más riqueza produce el país. Como testimonio de esto, las diez empresas más ricas del mundo hoy están relacionad­as con la tecnología. Fomentar la grieta puede servir como estrategia para ganar una elección, pero conspira contra la posibilida­d de dialogar y generar la empatía necesaria para arribar a un consenso amplio con el fin de lograr un proyecto de país que nos permita un crecimient­o sostenido y una sociedad más igualitari­a. Necesitamo­s dejar de lado nuestras visiones sesgadas, dejar de ver el país únicamente a través de los cristales que nos dividen. No se trata de que pensemos todos lo mismo. Se trata de hacer de la diferencia una virtud. ■

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