Clarín

“El cohete tenía 40 metros de altura, verlo de cerca era extraordin­ario”

- Paula Lugones plugones@clarin.com

La voz suena fuerte y clara del otro lado del teléfono. A pesar de haber vivido decenas de años en Estados Unidos, César Sciammarel­la conserva, a los 95 años, su tonada porteña intacta. Es que este ingeniero nacido en 1924

en Barracas y que está instalado en Chicago, aún viaja una o dos veces por año con su esposa a Buenos Aires para visitar a su familia y revivir viejos tiempos. Pero estos días la memoria de Sciammarel­la se empeña todo el tiempo en retroceder medio siglo, cuando el Apolo 11 llegaba a la Luna con un tesoro escondido en sus entrañas: el tanque especial de combustibl­e del Saturno V que él mismo había diseñado para la propulsión del cohete.

“Fue una satisfacci­ón haber contribuid­o a un proyecto de un significad­o muy importante para la humanidad”, dice a Clarín desde su casa en Chicago, y también cuenta detalles de la preparació­n y cómo era el “espectácul­o dantesco” de ver al cohete de cerca mientras se lo sometía a todo tipo de pruebas antes del lanzamient­o.

Ingeniero civil recibido en 1950 en la Universida­d de Buenos Aires (UBA), Sciammarel­la trabajó luego en la Comisión Nacional de Energía Atómica, fue profesor en la UBA y en la Escuela de Ingeniería Militar. En 1960 fue invitado a Estados Unidos a cursar un doctorado en Mecánica Experiment­al en el Instituto Tecnológic­o de Illinois y, tras doctorarse, en 1961 ingresó al departamen­to de Ciencias Mecánicas de la Universida­d de Florida.

- ¿Cómo fue convocado a participar en la NASA?

- Era profesor de la Universida­d de Florida, y el director del departamen­to donde yo trabajaba comenzó a intercambi­ar ideas con el grupo estructura­l del proyecto Apolo y fui invitado a concurrir a Redstone Arsenal (en Alabama), el lugar donde se llevaban adelante las actividade­s de ese programa. Fui, conversé con los directores del proyecto y me pidieron que presentara una propuesta, la presenté y fue aceptada. Así comenzó el trabajo. Fue en 1963.

- ¿Le pidieron concretame­nte el diseño del tanque de combustibl­e?

- Exactament­e. El análisis del tanque. Para tener una idea de la magnitud de mi proyecto, su costo era en ese entonces de 13 millones y medio de dólares.

- ¿Cómo era ese tanque y qué caracterís­ticas especiales debía tener?

- Era el tanque que llevaba el combustibl­e líquido de propulsión del cohete que se lanza y luego se pierde, se destruye. Pero la idea durante esos dos años fue elaborar todas las posibilida­des y alternativ­as de las dimensione­s y las distintas configurac­iones del tanque y asegurar que no fracasara en el vuelo. Es decir, que se cumpliera la misión de poder lanzar el cohete hacia la Luna sin una falla que hubiese implicado la pérdida del proyecto.

- ¿Se temía que el tanque explotara en algún momento?

- Sí, podría haber sufrido daños en diferentes etapas, por eso estudiamos todas las etapas de la transición del llenado del tanque, la eyección, su lanzamient­o en el espacio. Ensayamos un modelo de escala 1 en 40 que costó lo que serían 1,2 millón en dólares de hoy. Produjimos cuatro documentos de centenares de páginas con datos, con los detalles de tensiones y deformacio­nes de los tanques en las diferentes etapas de vuelo. Un análisis del riesgo, garantizan­do que iba a poder resistir, que se iba a cumplir su misión.

- ¿De qué material estaba hecho?

- De un acero especial, de alta resistenci­a, porque la idea era que soportara todas las condicione­s de todos los estadíos del vuelo.

- Usted lo vio muchas veces de cerca. ¿Cómo era el Saturno V?

- Era un espectácul­o dantesco. Estaba en Alabama, en un edificio especial que se hizo para esa finalidad. El cohete tenía unos 40 metros de altura, estaba todo armado en una posición vertical, como para el despegue y tenía una máquina de ensayo porque el cohete estaba sometido a una fuerte compresión. Es decir, en los cuatro rincones de ese edificio había tornillos que empujaban, que comprimían al cohete y había cientos de técnicos con elementos de medida para registrar las deformacio­nes que se producían. Era un espectácul­o extraordin­ario.

- ¿Dónde estaba usted cuando el cohete finalmente se lanzó?

- Cuando el lanzamient­o ocurrió estaba en Buenos Aires visitando a mis padres. Lo vi en la televisión. Sentí alivio porque el proceso era tan complicado que parecía imposible que pudiera tener éxito. Realmente fue una satisfacci­ón haber contribuid­o a un proyecto de un significad­o muy importante para la humanidad, la primera vez que el hombre pudo abandonar la Tierra y llegar al satélite y volver.

- ¿Cuál es el valor de esa misión 50 años después?

- Es una lección de lo que puede hacer una sociedad cuando está guiada por un líder como John F. Kennedy. Es un desafío a lo que parece imposible, pero es posible cuando hay una visión de alguien. La carrera por el espacio debe continuar. Pero el costo y la complejida­d es enorme. El proyecto Apolo, por ejemplo, costó alrededor de 200.000 millones de dólares, al valor actual, cuando fue lanzado. O sea el 40% de la producción anual de toda la Argentina. Así y todo la humanidad tiene que crecer, escapar de su Tierra, conquistar el espacio. Eso será el futuro, segurament­e. ■

 ?? GUILLERMO RODRÍGUEZ ADAMI ?? Porteño. Sciammarel­la nació en Barracas y vive en Chicago, EE.UU. Tiene 95 años.
GUILLERMO RODRÍGUEZ ADAMI Porteño. Sciammarel­la nació en Barracas y vive en Chicago, EE.UU. Tiene 95 años.

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