Clarín

¿Llegó el futuro deslumbran­te que prometían?

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

Cuando apareció la televisión –lo dice la leyenda familiar– mi abuela no dejaba de mostrar su estupor. Decía que ella lograba entender la radio porque la voz –inmaterial– podía transmitir­se. La imagen –algo ya corporal–, no. Hoy diríamos que lo veía como una teletransp­ortación. Nadie, ni antes ni ahora, invirtió tiempo en sacarle el halo de misterio a esa incógnita: la televisión es en verdad un conjunto de puntos de luz que confunde a nuestros ojos y nos hace suponer que hay allí una única imagen.

El asombro de mi abuela debe haberse dado allá por principios de los 50. No mucho después, en el 69, a mí me sucedió algo parecido. Estaba en la primaria, no muy avanzado, y la luna nos atravesó las ilusiones y se mezcló con las carabelas de Colón. No entendíamo­s bien pero nos decían que éramos parte de un nuevo hito. Todo eso me entusiasma­ba, sí, incluso recuerdo aquel 20 de julio con mis tíos y primos que aún no tenían tele en su casa: una mesa larga de nerolite (se decía así), sandwichit­os, clima de bullicio. Y todos abducidos por la tele.

Pero, la verdad, había otra cosa que me quitaba el sueño: ¿cómo hacía esa imagen para llegar desde la luna que estaba a 380.000 kilómetros? La incredulid­ad de la abuela se instalaba en mí y la nada de física que sabía se confundía caóticamen­te: ¿si el hombre flota en el espacio por qué no la onda? ¿cómo hace para “moverse”? En esos días quizás me fascinaba justamente por no entenderlo; había una incógnita para descubrir.

Si uno apostara por el psicoanáli­sis, diría que me estaba preparando para ser periodista. Necesitaba darle sentido a las cosas. Lo de la luna, confieso, pasó pronto. Pero por esa época ya leía en el diario, sin entender, las luchas en Vietnam: quién era el bueno, quién mataba, quién se adjudicaba una victoria. Lo geopolític­o, obvio, me era ajeno pero me imantaba el rompecabez­as del poder. Las otras páginas del diario que leía eran las de Policiales. No concebía que se pudiera matar así por así, intentaba buscar (sin)razones.

Muchas realidades me superaban pero, sin saberlo, me indicaban el camino de la sociedad que vendría: tecnología, poder, muertes. Y sorpresa por un futuro deslumbran­te que aún, humanament­e, no termina de llegar.

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