Puentes, a cada lado del Atlántico

Hay momentos así. Mágicos, misteriosos, con la capacidad de transportarnos a un tiempo y un espacio donde todo es posible. Un tiempo amable, en el que la confraternidad, el disfrute de valores comunes y también el de respetuosas disidencias son el denominador común, dejando fluir las emociones, convocados por todo aquello que lejos de separarnos, nos une. Ese espíritu sobrevoló, el lunes pasado, la maravillosa casa que alguna vez fue de Victoria Ocampo y que hoy pertenece al Fondo Nacional de las Artes, en la despedida del embajador de Francia en la Argentina, Pierre Henri Guignard, su mujer, Marie Carmen y Jeanne Simon, primera secretaria de la embajada, organizada por Marianne, la asociación de mujeres francoargentinas, emprendedoras en los diferentes ámbitos, que brega por estrechar y promover lazos entre los dos países, y que orgullosamente integro. Anaïs al piano ejecutando a Debussy, Vivian en la deliciosa lectura e interpretación de algunas de las cartas que Victoria Ocampo escribió a sus amigos franceses, Marie y Diego, su marido argentino bailando exquisitamente un tango y aquella milonga que supo inmortalizar Tita Merello, esa del “Se dice de mí”, la voz de Louise entonando “Que Marianne était jolie”, la calidez en las palabras de Patricia, y en las del diplomático que se despedía, hablando de sororidad, hermandad, paridad, ese “objetivo que nos enriquece a todos” y que contribuye a hacer de una sociedad un lugar mejor, más equitativo, más justo. Postales de una noche maravillosa, marcada por la pasión en español y en francés, y por un entrañable ida y vuelta; un intercambio capaz de construir puentes en un mundo tan plagado de muros.