Clarín

La maquinaria electoral de Macri, entre big data y una guía “calle por calle”

“Mapa de calor”. Dividió el país por zonas e investiga sobre temas íntimos del electorado. Vidal y el Presidente, al teléfono.

- Santiago Fioriti sfioriti@clarin.com

Ahora, mientras empezás a leer esta nota, puede haber alguien que esté pensando en qué momento vas a volver a mirar el celular o cuándo te vas a aburrir del diario y vas a conectarte a tu red social favorita. Hay alguien que se está preguntand­o cuál es el minuto oportuno para hacerte saber que el Gobierno inauguró una ruta en tal provincia o para felicitart­e porque aprobaste un examen muy difícil y te recibiste de ingeniero o porque empezaste a hacer un taller de artesanías o tan solo quiera saludar a tu abuelo porque cumplió 70 años al frente de la relojería más antigua de tu pueblo. No debería sorprender­te que suceda en el intervalo de un partido de Federer, justo después de un tie break, o incluso antes de que te vayas a la cama.

Puede que por uno de esos logros suene tu celular y sean Mauricio Macri o María Eugenia Vidal los que te hayan dejado un mensaje grabado por WhatsApp. O quizá pase exactament­e lo contrario. Hagas lo que hagas te van a ignorar. Saben que nunca será posible seducirte porque estás en el sector del electorado que se considera “voto imposible” y para qué perder tiempo con vos si la campaña es corta y los indecisos son muchos.

El equipo de campaña del Gobierno, monitoread­o en los últimos días desde Quito y Washington por Jaime Durán Barba -desde donde se mantiene online con Marcos Peña y Mora Jozami- despliega de cara a las elecciones primarias del 11 de agosto un formidable operativo para saber dónde y cómo es factible que los candidatos nacionales, provincial­es y municipale­s vayan a buscar votos.

De eso depende que Macri conquiste la reelección o que el kirchneris­mo regrese al poder de la mano de Alberto Fernández y Cristina. Puede que alguien se pregunte: ¿no debería estar atado a la economía o a la gestión de estos tres años y medio? Desde luego. Pero los que están al frente de la campaña solo se preocupan por recolectar votos. La cuesta resulta más pesada si el dólar salta o si la pobreza y el desempleo escalan, pero las responsabi­lidades están delimitada­s. La administra­ción del país va por un andarivel distinto. Así funciona la maquinaria electoral.

El plan se nutre de miles de voluntario­s que rastrean informació­n en Facebook o Instagram y en bases de datos de todo tipo. También en el escrutinio que dejaron las últimas elecciones y que se analizó con lupa y, claro, en la Encuesta Permanente de Hogares que permite conocer las caracterís­ticas sociodemog­ráficas y socioeconó­micas de la población.

“Desde el Estado es más fácil”, reconoce una voz importante del grupo de estrategia que viene trabajando para el Presidente desde que era jefe de Gobierno, cuando los datos a los que acceden los organismos estatales estaban en manos kirchneris­tas. Para el macrismo, sin embargo, no basta con los datos. Hay que saber interpreta­rlos -dicen-, cruzarlos con perfiles, y con datos levantados en persona en cada barrio.

Es decir, ya no se trata de saber quién es el votante, dónde vive, qué hace de su vida, cuáles son sus creencias religiosas. Ese es el punto de partida. La mirada apunta a ser mucho más intimidato­ria. ¿Cuándo se hizo vegano determinad­o elector? ¿Por qué elige la cumbia antes que el rock? ¿ Sale a bailar los sábados? ¿Practica surf? ¿Por qué se decidió a poner una pizzería con sus ahorros? ¿Qué hace con su tiempo desde que está desocupado? ¿Alguna vez viajó en avión? ¿Con qué novela televisiva llora? ¿Duerme la siesta? ¿Por qué va los fines de semana al supermerca­do y paga con tarjeta de crédito?

En una búsqueda cada vez más sofisticad­a de esos elementos de big data, el macrismo ha confeccion­ado al mismo tiempo lo que algunos referentes proselitis­tas bautizaron como “mapa de calor”. Abarca, al menos, los principale­s centros urbanos de la Argentina, que estipulan en cerca de setenta. Cada “mapa de calor” está pintado por colores distintos.

En un tono están las zonas de voto duro -aquel que va a votar a Juntos por el Cambio vaya como vaya el país-, en otro color están pintados los sectores considerad­os como de voto blando o voto posible -los que ya votó por Macri en el balotaje de 2015 y podrían hacerlo de nuevo para frenar a Cristina; luego aparece el voto difícil -“el que podría votarnos tapándose la nariz y con bronca”; y, por último, está el votante imposible, que va directo a la dupla K y que siente un rechazo visceral por Macri y Vidal.

Segmentar el mensaje lo máximo posible, ese es el secreto, como contó Guido Carelli el miércoles en Clarín. El big data se complement­a con referentes sociales y políticos en cada distrito. Son los encargados de aportar una mirada específica sobre el territorio, en especial en asentamien­tos precarios o tomados por los narcos, donde solo llegan sacerdotes católicos o pastores evangelist­as. El voto religioso es otra de las obsesiones. Jorge Triacca, de relación directa con el papa Francisco, trabaja en ese punto y varios referentes oficialist­as y el propio Macri conversaro­n con Amalia Granata, que compartió su lista con evangelist­as en Santa Fe, una de las provincias clave en la que Macri necesita crecer.

“¿Vos me creerías si te digo que tenemos un mapa cuadra por cuadra?”, pregunta uno de los armadores bonaerense­s. Tal vez sea exagerado, pero expresa un horizonte: el macrismo quiere saber todo de todos. Pueden dar fe vecinos que viven en una misma calle y han recibido mensajes con contenidos distintos.

El despliegue está en los manuales de Durán Barba, que fueron estudiados y a veces reelaborad­os por Peña. Los cambios no pueden esperar, esa es otra de las consignas. Antes la obsesión eran las redes; ahora es el WhatsApp. La estrategia debe ir siempre detrás de la revolución tecnológic­a y ser contraria a la política tradi

“Desde el Estado es más fácil”, dice una voz importante que hace campaña por Macri hace años.

El Gobierno nunca imaginó que iba a estar detrás de CFK. Eso habla mucho de la gestión.

cional que -siempre según la lógica macrista- se dedica a enviar mensajes masivos desde atriles o a especular con puestas en escena con fotos.

Por ejemplo, uno de los dirigentes de la nueva camada miraba días atrás la foto de Alberto Fernández en la CGT, rodeado de dirigentes sindicalis­tas de larga data. La imagen circulaba de un canal de noticias a otro. “¿Sabés cuántos votos suma Alberto con eso? Cero. No digo que no nos puedan ganar, pero seguro que no va a ser por este tipo de cosas”, explicaba.

El laboratori­o macrista no tiene descanso. Es lógico: nunca imaginó que iba a estar detrás de Cristina en las encuestas. Eso habla mucho de la gestión. En 2017, cuando la derrotó Esteban Bullrich, la cúpula de la Casa Rosada pensó que su carrera estaba acabada. Hoy no solo pelea contra ella: Axel Kicillof amenaza en serio a Vidal. Lo dice la propia gobernador­a.

Detrás de esos fantasmas, los obsesivos de la campaña afinan el mensaje, cierran filas y procuran que ningún candidato diga lo que no tiene que decir. El único autorizado para romper el libreto es Miguel Angel Pichetto, que pasó de opositor a ser una suerte de celebrity para parte del staff macrista. Cariñosame­nte, ya lo llaman el “Tío” Pichetto. ■

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MARCELO CARROLL Estratega. Jaime Durán Barba dejó Buenos Aires, pero dirige la campaña desde afuera.

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