Clarín

Denunciaro­n de adultos a un cura por abuso, pero para la Justicia el delito ya prescribió

Ricardo, Julieta y Valeria acusaron a Héctor Giménez por las agresiones sexuales de hace más de 40 años. Dicen que olvidaron para protegerse y que uno denuncia cuando puede.

- Mariana Iglesias miglesias@clarin.com

Como cualquier domingo, ese 3 de junio de 2018 Ricardo fue a casa de su madre a buscarla para compartir el día en familia. Ella siempre dejaba sobre el hogar algunas fotos viejas. Había cuatro: sus primas en fiestas familiares, su madre coloreada cual muñeca de porcelana, la perra Liz y su primera comunión. Vio al monseñor bendiciénd­olo con su mano en la cabeza, y a su abuelo, sastre, que era el padrino, y le había confeccion­ado el traje azul a medida para la ceremonia. Tomó su celular y sacó foto a aquella foto.

El sábado siguiente fue de paseo con su esposa y sus cuatro hijos a Luján. Entraron a la Basílica. Les habló a sus hijos de las siete veces que había peregrinad­o a Luján junto al grupo de seminarist­as de la iglesia Santa Clara y sus compañeros del colegio.

El lunes 25 Ricardo vió un tuit que linkeaba a una nota periodísti­ca sobre 62 curas denunciado­s por abuso sexual en la Argentina. Entre ellos, el padre Héctor Ricardo Giménez. Instintiva­mente buscó la foto en el celular, Ahí estaba Giménez, medio de costado. Aquella foto la había visto muchas veces, pero era la primera vez que veía a Giménez. El mundo se abrió bajo sus pies. Recordó.

-¿Dijiste alguna mala palabra?- preguntó serio el cura.

-Mmm... sí... boludo...- balbuceó Ricardito.

-Eso es una enfermedad...

El cura Giménez lo apretó contra su cuerpo y le tocó los genitales. Ricardito tenía 8 años, se confesaba por primera vez. Se preparaba para la comunión. Giménez siguió haciendo lo mismo en cada confesión. Metía la mano bajo los pantalones y lo tocaba largo rato. Después de la comunión lo nombró monaguillo. Para la familia de Ricardito fue todo un orgullo. Los abusos aumentaron: el cura le hacía beber el vino mistela que usaba en los oficios, le daba ostias no consagrada­s, le decía que debía confesarse y lo abusaba.

De chico Ricardito tenía un sueño recurrente: un monstruo corpulento de ojos saltones lo miraba dormir. Aterroriza­do, se tapaba con la manta para no verlo, porque además sabía que no había nadie más en la casa. Sus padres nunca estaban cuando aparecía el monstruo.

Tras leer la nota periodísti­ca en la que aparecía Giménez, Ricardo se conectó con Julieta Añazco, una integrante de la Red de Sobrevivie­ntes de Abuso Eclesiásti­co, quien le contó que ella también había sido abusada por Giménez. Y que estaba en contacto con otras 50 personas que habían sido abusadas por el cura.

"Cuando Julieta me confirma que el segundo cura de la foto era el Padre Ricardo, inmediatam­ente su rostro de ojos grandes, y anteojos de cuerpo de plástico negro y grueso ocupó el lugar de la cara del monstruo que me acechaba, la pesadilla se tornó real y pude reconectar emocionalm­ente con el niño que fui, emergió con fuerza la memoria enterrada y el impacto que recibí fue muy grande", escribió Ricardo. Ahora Ricardo escribe, le hace bien.

"Ver la foto, entrar a una Iglesia, hablar de las peregrinac­iones a Luján me removieron 44 años. Cuando Julieta me confirmó quién era Gimé

nez todo volvió a mi cabeza. Llevaba 44 años reprimido. El dolor en el cuerpo fue literal. Tuve que desenterra­rme, salir de la tierra. Y cuando recordé todo fui a denunciarl­o", cuenta Ricardo a Clarín. Habla de "tormentos". Hizo la denuncia en la Cámara Criminal y Correccion­al 49 de la Ciudad, donde le respondier­on que el delito había prescripto. Apeló. Casación contestó lo mismo: prescripto. Presentó un recurso de queja en Casación. Se lo rechazaron.

"No puede ser que un delito así prescriba. Uno olvida para protegerse. Uno denuncia cuando puede. Es imposible que este delito tenga un límite de años. El dolor sana cuando tiene condena el que lo causó. El abuso no prescribe hasta que obtenés Justicia", enfatiza Ricardo.

El cura Giménez tiene 84 años y está en un asilo de ancianos. Ese fue el castigo que le impuso el Arzobispad­o de La Plata. Tampoco puede dar misa. Pero sale a hacer las compras, va a la plaza, y tiene muy cerca a montones de niños y niñas que visitan a los abuelos del Hogar San Marín.

Julieta Añazco fue abusada por el cura Giménez en los campamento­s de verano a los que iba cuando tenía

10, 11 y 12 años. Pudo denunciarl­o 30 años después, cuando lo vio dando misa y todo volvió a su memoria. Era 2013. En la Fiscalía N° 6 de La Plata descubrió que Giménez tenía denuncias desde 1960 y dos causas judiciales. La primera, de 1985, hecha por la madre de unas niñas que testificar­on los abusos del cura. El juez lo absolvió porque consideró que "los tocamiento­s" eran "caricias". La segunda causa era de 1996, por abuso a cinco

niños. La Justicia lo condenó a ocho años, pero la Cámara de Apelacione­s lo excarceló por una caución juratoria presentada por la Iglesia. Giménez nunca pisó una cárcel. Ahora Julieta forma parte de la

"Campaña Contra la Prescripci­ón de los Delitos de Violencia Sexual", que busca equipararl­os con la tortura. Son muchas personas abusadas, no sólo por curas, también por familiares. Valeria Regner también integra la campaña y también fue abusada por el cura Giménez. Lo llama "depredador". A ella la abusó entre sus 7 y sus 9 años, cada vez que se confesaba en la Iglesia Madre de la Divina Gracia de Gonnet. Y en el verano, en los campamento­s que organizaba el cura. "No quería confesarme porque él me sentaba a upa, me apretaba fuerte, me tocaba

toda... -recuerda Valeria (47), niñera. En los campamento­s los abusos eran a la hora de bañarnos. Teníamos que hacerlo todos juntos, en grupo, todos desnudos, y él nos enjabonaba".

Valeria escondió los recuerdos mientras su cuerpo la empujaba a conductas autodestru­ctivas: excesos de comida, drogas, alcohol y parejas tóxicas. En 2013, cuando los abusos se convirtier­on en palabras, hizo la denuncia ante la Justicia. Respuesta: prescripci­ón. "Seguimos luchando mientras esperamos que la Justicia cambie y estos casos no prescriban. Al menos tuvimos una alegría este año. La Policía tomaó muestras de sangre y huellas de Giménez, y ahora figura en el Registro de Delincuent­es Sexuales. Lloramos de la emoción. Fue un reconocimi­ento a nuestras denuncias", dice Valeria.

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GERMÁN GARCÍA ADRASTI Ricardo Benedetti, hoy. Recién ahora pudo denunciar a un cura por abusarlo cuando era chico. “El abuso no prescribe hasta que haya Justicia”, dice.
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Los tres juntos. Piden que los casos de pedofilia sigan su curso.
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La foto. Que despertó recuerdos reprimidos. Atrás, Giménez de perfil.

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