Clarín

La “voz” de la azafata que cayó en pleno vuelo

- Diana Baccaro dbaccaro@clarin.com

Hasta donde alcanza la vista se ven pastos duros. El trekking había comenzado bien temprano, empujado por el viento áspero de la Pampa de Achala. A la izquierda se alza la figura del cerro Champaquí, que guiará a los aventurero­s durante las 4 horas de travesía. A la derecha, de pronto alguien señala una cruz lejana que se eleva hacia el cielo sobre una piedra. Fuera del sendero, es difícil llegar hasta allá. Pero la curiosidad puede más que el riesgo: “Lilian Noemí Almada, solo Dios sabe por qué te eligió a ti a tan corta edad. De ahora en más serás una virgen que guiará a todos los que te quieran”.

La placa es color plata y en lugar de flores hay piedras de distintos colores y tamaños al pie de la cruz.

“Ahí está el espíritu de mi hija”, dirá ante el llamado de Clarín la madre de Lilian, la azafata que murió en 1995 al caer de un avión en pleno vuelo. Tenía entonces 28 años y había amamantado a su beba de tres meses antes de ponerse su uniforme azul y subir al avión de Inter Austra que la llevaría a la muerte.

“Mamá, hoy no tengo ganas de viajar. No quiero dejar a la beba”, le había dicho. Pero enseguida dibujó su mejor sonrisa, se despidió de la pequeña Constanza con un beso infinito y corrió hacia el aeropuerto de Córdoba. En una hora debía aterrizar con 40 pasajeros en Mendoza.

“A mi Lilian la mataron y no hubo justicia para ella. La corrupción mata sin bala”, suelta del otro lado de la línea Mirta Murúa, 77 años, ariana, de combustión rápida y dispuesta a usar su palabra como lanza. Infatigabl­e, cuenta que visita la cruz de su hija por lo menos dos veces al año: para su cumpleaños, el 29 de abril, y para el aniversari­o de su muerte, el 9 de agosto. No necesita calzado ni ropa especial para llegar hasta esa piedra esculpida por el viento, la lluvia y el sol, en el medio de la nada misma. Le alcanza con seguir las huellas que fue dejando durante estos 24 años, como cicatrices del paisaje.

El avión turbohélic­e CASA había despegado a las 17.45 del aeropuerto Pajas Blancas. A los 16 minutos, mientras estaba entrando en las altas cumbres, los pasajeros escucharon una explosión y la puerta trasera se abrió por completo. Lilian, que estaba preparando el refrigerio, fue succionada hacia el vacío desde unos 3.000 metros de altura. Tras dos días de búsqueda, su cuerpo fue encontrado cerca del paraje La Posta, donde luego Mirta llevaría su cruz.

“La puerta se abrió por falta de mantenimie­nto y porque los empresario­s querían lucrar con una chatarra. El juicio por la muerte de mi hija se hizo en 2001 y fue una puesta en escena: absolviero­n de culpa y cargo a tres de los cinco ejecutivos de la ex Inter Austral y condenaron con prisión en suspenso a los dos de menor rango, al jefe y al gerente de Mantenimie­nto. El hilo se cortó por lo más delgado”, afirma Mirta.

La claridad del día ayudó aquel 11 de agosto a los 140 hombres que rastrillab­an el paraje La Posta en busca del cuerpo de Lilian. Habían tomado como base el testimonio de una mujer de la zona que había escuchado una explosión en el cielo. Fue precisamen­te dentro de ese radio donde un avión de la Policía Aeronáutic­a avistó un bulto azul poco después de las 11 de la mañana de ese mismo día. Allí estaba Lilian, con su uniforme y su delantal puesto.

Simpática, dulce, hermosa. Así recuerda su madre a Lilian, y aclara que llegó a los aviones por casualidad. Era estudiante del cuarto año de la licenciatu­ra de Historia, pero un cambio en el programa de estudio la desalentó. Decidió entonces estudiar inglés y, para mantenerse e independiz­arse -era la mayor de 6 hermanos- empezó a trabajar. Unos tres años antes de la tragedia su madrina leyó un aviso en un diario de Córdoba en el que pedían comisarias de abordo para una nueva línea interprovi­ncial de aerotransp­orte: “Esto es para vos”, le dijo. Y allí fue Lilian. Entre 300 postulante­s solo eligieron a 13. Ella fue la primera. Poco después se puso de novia con Guillermo, dueño de una inmobiliar­ia, y más tarde llegó Constanza.

“Yo no quería que volara más. Me daba miedo, porque Lilian ya nos había dicho que había problemas con una puerta del avión que cerraba mal. Incluso una noche debió quedarse a dormir en Tucumán por un desperfect­o técnico. Además, la beba era muy chiquita y ella la extrañaba...”, recuerda Mirta. Lilian había dejado de trabajar el tiempo que fijaba la licencia por maternidad y se había reincorpor­ado justo 10 días antes del vuelo trágico.

Cuando se abrió la puerta del avión entró bastante frío. Un pasajero relató a Clarín durante aquellos días de vértigo periodísti­co cada detalle de lo que pasó allá arriba. Dijo que sintió una explosión, que se dio vuelta y alcanzó a ver las piernas de la azafata antes de caer al vacío. No la oyó gritar. Tampoco vio que luchara contra la succión. Luego la puerta quedó flameando, solo agarrada por los pernos de abajo. Como pudo, el pasajero se arrastró sujetándos­e por las patas de los asientos, y llegó a la cabina del piloto. Allí contó que la azafata se había volado.

“Todos estuvieron en riesgo aquel día. No hubo más muertos de milagro”, asegura Mirta con la voz impaciente. Y recuerda ramalazos de aquél juicio en la que peleó para ser querellant­e. A partir de entonces unió su dolor y su voz a la de los familiares de las víctimas de las tragedias aéreas que le siguieron: Austral (1997), Lapa (1999), Sol (2011).

Mirta está convencida de que su lucha sirvió para que no se derrumbara su familia. Sus dos hijas menores habían dejado de ir a la escuela para visitar todos los días el cementerio de su hermana, y su marido luchaba contra una profunda depresión. Un día Mirta se puso firme: “Acá hay que llorar por jerarquía, y a mí me toca primero”, les dijo a todos. Y se puso en manos de una psicóloga que la ayudó a pelear por ella y por los demás.

Hoy escribe y postea fotos todos los días en el Facebook de Lilian Noemí Almada, abierto hace unos años por un comandante amigo. Allí se la ve con Oso, su perro, o con sus compañeros de la secundaria en Bariloche. Mirta sube canciones de Piazzolla, frases de Cortázar, alguna plegaria....

“Lillian amaba a Silvio Rodríguez y a Marilina Ross. Unos días antes de morir trajo a casa un cassette y me hizo escuchar la canción Honrar la vida”, murmura, y cuenta que sobre la mesita de luz de su hija quedó “Crónica de una muerte anunciada”, de García Márquez: “Había empezado a leerlo unos días antes de la tragedia”.

Mirta cree en las señales, como las que cada tanto “descubre” en el canto de ese benteveo que visita el patio de su casa. Amarillo con corbatita negra, el pájaro abre sus alas y proyecta la sombra del avión en las baldosas. Dice que es su hija, que llegó para iluminarle la mañana. ■

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JAVIER CORTEZ Simpática, dulce, hermosa. “A mi hija la eligieron entre 300 postulante­s para volar. No hubo justicia para ella”, dice Noemí,mamá de Lilian.
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La tragedia, en 1995. La noticia de la caída deLilian Almada en Córdoba dio la vuelta al mundo. La azafata tenía 28 años ya había amamantado a su beba antes de subir al avión.
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Recuerdo. Lilian cayó en Pampa de Achala.
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