Clarín

Ecoparque porteño: entre el fin del Zoo y colas para espiar a animales

Desde 2016, abrieron 4 de 17 hectáreas, que se llenan. En la zona restringid­a, quedan 273 ejemplares encerrados.

- María Belén Etchenique metcheniqu­e@clarin.com

El cuerpo es vertical. La cabeza aparece a la altura de los árboles. Está la cara amarilla, las manchas marrones y la cresta que recorre el cuello. A 100 metros se ve completo. Mil kilos de animal exótico dentro de una arquitectu­ra musulmana en Plaza Italia. Puede ser Buddy o Ciro, alguna de las dos jirafas que quedan en el Ecoparque, el ex zoológico porteño.

“Papá, ¡ahí está!”, grita una nena. Tiene el cuerpo pegado a un paredón de cartón y observa a la jirafa desde lejos, a través de un agujero. No es el único, hay varios a distintas alturas, para chicos y grandes. Todos tienen escrito: “Asomate y mirá”. La gente hace cola para espiar a través de ellos.

El paredón también funciona como límite entre la zona de acceso al público y la restringid­a. Si bien el Ecoparque reabrió, lo hizo sólo en 4 hectáreas de 17. A uno de esos sectores lo habilitaro­n en diciembre, sobre Las Heras. Al otro, en marzo. A lo restante lo irán habilitand­o en forma gradual.

Es domingo al mediodía y está lleno. En Avenida del Libertador, las familias están reunidas en ese muro con agujeros al que se bautizó “mirador de jirafas”. En tiempos en los que muy pocos reconocen querer ver animales en cautiverio, es uno de los puntos que agrupa más gente.

Como hace 3 años, antes de la reconversi­ón del zoo, o como hace 6, cuando se reunieron por primera vez, militantes de la organizaci­ón Sin Zoo reparten volantes y denuncian que la prioridad es el vaciamient­o y no el cuidado animal. Lo sintetizan con una bandera que dice: “¿Ecoparque o Ecofraude?”

El anuncio del cierre del zoo y el fin de su concesión se hizo en junio de 2016. Se habló de proceso, de transforma­ción y de garantizar a futuro un vínculo con los animales a través de la tecnología, sin obligarlos a estar. Todavía no hay tecnología ni folletos. Sí, carteles sobre especies y edificios históricos. También, una mesa con huesos de animales autóctonos y guías que explican qué son a la gente.

A lo lejos, se ve una elefanta. Una porción de pasto, primero, una baranda y una laguna, después, separan a los visitantes del animal. “Sonreí, hijo”, insisten padres que ubican a sus hijos sobre el césped, aunque está prohibido. Muchos quieren esa imagen. Para ellos, la elefanta sigue siendo escenograf­ía.

“¿Qué es un Ecoparque?”, pregunta un adolescent­e a sus amigos. “No tengo idea pero era el zoológico”, dice otro. Alrededor están los paredones que también marcan frontera. Los pavos reales caminan al borde del lago Darwin -antes contaminad­o y ahora limpio- y entre la gente. Hay maras, flamencos y patos. En 15 minutos los chicos recorriero­n todo. Se sientan a mirar los celulares. Otros almuerzan o toman café en un Croque Madame, primer espacio privatizad­o. Paga $51.300 al mes. Según el pliego, accedió a 76 m2 -en 3 plantas-, que se suman a 171 de exterior. El canon representa poco más de $ 208 por m2. Es la mitad que el promedio de alquiler de locales comerciale­s en zona norte, según la Dirección General de Estadístic­as y Censos de la Ciudad.

Se lo conoce como Casita Bagley. Ahí, en las primeras décadas del zoológico, se vendían golosinas, juguetes y cajas de galletitas. El Gobierno porteño lo restauró. Lo mismo está haciendo con otros 5 edificios que serán concesiona­dos.

En el lado de Las Heras se recrea el ecosistema de las Pampas y el delta del Paraná. El de Libertador se asemeja a una plaza, con juegos. Pero atrás de los paredones, 273 animales siguen encerrados. Desde la estatizaci­ón, trasladaro­n a 750 y quedan 650. La mayoría, en semi libertad.

El Ecoparque es “un híbrido hasta en su nombre”, dice Claudio Bertonatti, conservaci­onista que dirigió el Zoo e intentó impulsar su transforma­ción, pero renunció en 2013 por falta de asignación de recursos. “Ecoparque se le llama a las plantas de reciclado o tratamient­o de residuos. Es un nombre infeliz para un zoológico”. El año pasado, luego de las muertes de la jirafa Shaki y la rinoceront­e Ruth, hizo una denuncia judicial y pidió la intervenci­ón en el manejo de los animales y en el proceso de reconversi­ón del ex zoo. Generó dos allanamien­tos. Policías revisando el habitáculo de las elefantas. A la Mara, en la pata trasera izquierda, le detectaron una infección. Todos los días, fuera de la vista del público, Mara es estimulada por sus cuidadores a apoyar esa pata en una palangana con medicación. La infección está curada pero el procedimie­nto sigue.

En ese recinto de barrotes gruesos, Mara escupe sola. Desde el Ecoparque dicen que hicieron todo lo necesario para que pueda ser derivada este año a un santuario en Brasil y que la fecha depende de los permisos de allá. Si se concretan, será una bestia asiática de más de cinco toneladas dejando un predio rodeado de edificios, autos, colectivos y personas. Personas, algunas, que se acercan a “espiar” a un elefante o una jirafa. Y otras que por eso mismo se juntan a protestar. ■

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G. ADRASTI Visitantes. Las maras están entre la gente, como los pavos reales. Para las jirafas, hay “miradores”.

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