Clarín

“Todos estamos en este lugar porque nos robaron ...”

- César Dossi cdossi@clarin.com Analía Nijamkin analianija­mkin@gmail.com

Sábado a la tarde, lluvioso y frío, con más ganas de estar adentro que de salir, ideal para darse un empacho de Netflix, pero no queda otra. ¡Tengo que hacerlo! Durante la semana se me hace imposible entre las largas jornadas laborales a las que se le suma la ardua tarea de estudiar pisando los 50. Me digo, ¡dale!, pensá que estás yendo al corazón del barrio de moda del momento, es hermoso vibra buena onda y alegría. ¡Dale, arrancá!

Es cierto, llegando al barrio los cafés están llenos de gente, las veredas repletas de paraguas que tapan las caras de las personas, sólo se escuchan las risas, se ven los pasos apurados por entrar a esos espacios calentitos con olores deliciosos salientes de los chai latte y los croissant. Busco el local que me va a dar lo que me sacaron, alzo la vista y lo diviso a lo lejos, enorme, llamativo. Y ahí voy llegando, me dejo sorprender porque no está lleno, está llenísimo de gente.

Entrás y hay dos chicas paradas con unos mini escritorit­os redondos que parecen más mesitas de bar que otra cosa. Una de ellas es centroamer­icana, con una sonrisa de punta a punta y anteojos a la moda, la otra compatriot­a y con cara de “por favor que no entre

más gente”. ¿Quién me toca?, justamente la alegría de vivir, mi compatriot­a, me toma los datos y me dice que me van a llamar por mi nombre. Le consulto si la demora es para todos los trámites igual y me contesta, “si

encontrás lugar donde sentarte aprovechá por

que tenés para dos horas”… ¿What? Me dispongo a buscar lugar donde sentarme, las personas no se las veía muy entusiasma­das y no ayudaban a hacer espacio, encuentro un huequito y, como puedo, me siento. Elijo sumergirme en mis pensamient­os y me digo ¿qué será qué sucede que hay tanta gente? ¿Seguirá la promo por el Día del Padre y por eso todos se pusieron a comprar celulares? Ahhh, no, quizá es por el “Ahora 12” que también está el “Ahora 18”. Apoyo la espalda y sigo con mis especulaci­ones. Hasta que aparece el que siempre rompe el murmullo, el que grita, el que se exalta cuando le dicen lo que no quiere oír… tiene dos horas de espera y vocifera, “es el tercer local que entro y todos me dicen lo mismo”, sigue gritando, no tengo ganas de engancharm­e, bastante tengo con lo mío, pero me salgo de mí y empiezo a escuchar la charla en común que se había armado entre las personas que esperaban ser atendidas. Una mujer decía que le pasó tempranito, llevando a la nena a inglés; otra le dice que hace dos horas almorzando por acá, un señor comenta que a él fue ayer a la nochecita y otro dice “si,

a mí también anoche”, y así las voces se iban sumando a la compartida experienci­a y ahí mi cerebro dice ¡stop! Vos también te tendrías que sumar. Nadie como vos fue a comprar un celular porque estaba la promo del Día del Padre ni por el “Ahora 12 o 18”. Nadie estaba ahí porque deseaba comprarse un celular nuevo o porque por esfuerzo de su trabajo quería cambiarlo por otro con mejores prestacion­es. No, querida, me seguía diciendo mi cerebro. Caída de mandíbula total: “Todos estamos acá porque nos roba

ron”. Necesito aire, me levanto, salgo y respiro. Afuera siguen las risas y sigue la lluvia y el frío. A mí me robaron, pero no sólo me robaron un celular, me robaron un espacio que para mí era seguro (me pasó en la puerta de la facultad) un

camaleón se mimetizó entre los estudiante­s y ¡zasss!, aceleró, me arrebató de mis propias manos el celular.

Nos están robando, y no se hace nada. Somos nosotros los que tenemos que acorralar y exigir a los que permiten a esos camaleones profugarse por las calles con nuestro celular.

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