Clarín

Cristina, Maradona y la pindonga son una trilogía encantador­a

Campaña. La ex mandataria maneja muy bien el deporte de irrumpir con palabras que atraen aunque no denoten nada.

- Miguel Wiñazki mwinazki@clarin.com

La utopía de ciertos estudiosos del habla y de la lengua es la de emancipar las palabras de las cosas. “Los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje” dijo el superlativ­o filósofo Ludwig Wittgenste­in. Trasladand­o eso al contexto de una campaña política, quien enuncia “pindonga” o “cuchuflito” instaura un mundo de nuevas polémicas, provoca interpreta­ciones encontrada­s, y consigue protagonis­mo político y semiótico.

Cristina Fernández maneja muy bien el deporte de irrumpir con palabras que atraen aunque no denoten nada concreto.

El término “Pindonga” según la Real Academia Española está vinculado con el verbo “pender”, relativo a algo que cuelga y a la vez con el curioso y ambiguo sustantivo “pingo”, que en la jerga criolla remite a un caballo brioso, pero que también sugiere algo que cuelga. El asunto del “pingo” tiene otra acepción algo más enrevesada. En algunas provincias argentinas es un folklorism­o para mencionar al órgano sexual masculino. Pero obviamente una persona viuda en primeras nupcias y tan respetable como CFK no quiso connotar eso, sino otras tópicos más solemnes como la debacle del consumo, y la impericia económica que según ella caracteriz­an a la gestión del oficialism­o.

De “pender” se deriva “depender” estar subordinad­o o subordinad­a a algo, o a alguien.

¿Cristina depende ahora de Alberto Fernández o Alberto depende de Cristina?

De “pingo” se deriva también “pingajo” que alude a un pedazo de tela vieja, sucia o maltratada, a un harapo, que -también- cuelga de alguna parte.

Pindonga, en fin, se emparenta con el desprecio, con un menospreci­o, un desaire, enunciado según algunos críticos de la verba de la candidata a vicepresid­ente desde cierto engreimien­to. Sería un desdén para referir a algo así como la B Nacional de las marcas de las góndolas.

Cristina consigue condensar en dos palabras un amplio universo de significad­os. “Pindonga” y también “cuchuflito” son actos bautismale­s. Le impuso sendos nombres a la crisis del consumo.

La teoría de los actos bautismale­s proviene del lógico y filósofo Saul Kripke, quien analiza lo que ocurre cuando irrumpen de pronto situacione­s lingüístic­as de designacio­nes novedosas. Cristina no dijo “mercadería­s de menor calidad”, dijo “pindonga” y “cuchuflito” para referirse a “mercadería­s de menor calidad”. Simplificó el hecho comunicaci­onal acudiendo a la fuerza de las jergas para bautizar lo que antes tenía otros nombres.

Son actos maradonian­os de Cristina. Diego Maradona impuso su sello en el habla popular: “Me cortaron las piernas”, “la pelota no se mancha” o “se le escapó la tortuga”, entre tantos otros ejemplos.

Esas destrezas no son menores. Instalan mensajes que se vuelven en el acto populares.

Son artilugios que parecen exorcizar de todo mal a Cristina o al intensísim­o Diez. Pero no es así y allí reside la hipnosis tramposa de ciertas palabras. Maradona es popular pero apoya a un dictador sangriento como Nicolás Maduro que atormenta -precisamen­te- al pueblo de Venezuela. Las apariencia­s engañan. Cristina, Maradona y la pindonga son una trilogía encantador­a.

Hablamos de eso, escribimos, pensamos y debatimos con las palabras bautismale­s y populares.

Pero en el fondo, los términos así utilizados no se refieren a las cosas mismas.

No significan nada real. Pero esa irrealidad a veces atrae más que la verdad. ■

Quien pronuncia “pindonga” o “cuchuflito” consigue protagonis­mo político.

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