“El País de Nomeacuerdo, en un punto de quiebre”
Hace varios años, una notable escritora argentina componía “En el País de Nomeacuerdo”. Desde hace décadas, y cual excelentes y disciplinados alumnos, venimos replicando su letra como si fuera nuestro himno. ¿Llegará el día en el que recordemos, al menos por un instante, todo lo vivido desde la llegada de la democracia? ¿Qué es lo que nos impide asumir que en más de una ocasión nos hemos equivocado: la preservación personal, la vergüenza o una mezcla de ambas?
“Un pasito para atrás y no doy ninguno más porque ya yo me olvidé donde puse el otro pie”. ¿Cuántos pasos para atrás hemos dado en los últimos años? ¿Tenemos una clara noción de dónde estamos situados más allá de lo económico? Somos brillantes para ver las consecuencias pero incapaces de asumir sus orígenes. Hemos atravesado etapas en las cuales la información se ocultaba o tergiversaba con total descaro. La verdadera realidad, y por ende la vida de millones de argentinos, era manipulada según la ocasión. No había pobreza ni inseguridad. Los funcionarios de turno eran tan probos y eficientes como los héroes que éstos invocaban.
Afortunadamente, y tal vez como nunca antes, las evidencias de cualquier índole no sólo están a la vista, sino que se viralizan en cuestión de segundos. No obstante ello, y a manera de ejemplo, hay quienes apoyan la postura de la actual existencia de “presos políticos”. Quisiera recordarles a los habitantes de “Nomeacuerdo” que hace algunas décadas varias celdas fueron ocupadas por personas que cometieron el “trágico error” de no pensar como lo determinaba la autoridad de turno. A muchos de ellos, tamaña actitud les significó la vida. Resulta imprescindible destacar que dichas detenciones no fueron efectuadas sólo en épocas de gobiernos militares y que los encarcelados no habían incurrido en ninguno de los delitos contemplados en nuestro “flexible” Código Penal.
Tomando nuevamente a María Elena Walsh como referente, en agosto de 1979 la galardonada poetisa escribía un artículo en el que comparaba a la Argentina con un jardín de infantes: “Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Cuando el censor desaparezca, estaremos decrépitos y sin saber ya qué decir. Habremos olvidado el cómo, el dónde y el cuándo y nos sentaremos en una plaza como la pareja de viejitos del dibujo de Quino que se preguntaban: ‘¿Nosotros qué éramos?’”. Si bien la citada censura afortunadamente desapareció junto con la dictadura de entonces, siguen plenamente vigentes -al menos a mi juicio- los interrogantes planteados hace cuatro décadas. Los rumores fueron reemplazados por documentos, testimonios y estadísticas. Lo oculto se hizo público. No somos mejores que Alemania ni alcanzamos la pobreza cero. La Argentina está nuevamente en un punto de quiebre. Está en nosotros reconocerlo y en base a ello, reflexionar y obrar. Todos ansiamos un país mejor pero éste nunca llegará si seguimos gateando en una “salita” en donde los “maestros de turno” (con varios años de magisterio ejercidos en distintos “institutos”) nos dicen qué color debemos elegir en base a argumentos que -en algunos casos- ni ellos mismos practican.