El corredor de Bolsa que no fue
“Sólo disponible en edición electrónica”, te contestan cuando preguntás hoy por ciertos libros. Todo bien con el cambio de soporte: es ecológico y el precio opera como argumento a favor. Pero flaquea ante el hechizo sensual de pasar páginas cuando lo que tenemos entre manos es un título para atesorar. Este, por ejemplo. “Leer”, del húngaro André Kertész, uno de los fotógrafos más influyentes del siglo XX, propone una paradoja exquisita. Más allá de las notas iniciales y la referencia de sus 66 fotos, no tiene una sola letra y, sin embargo, ganó para la devoción de la tinta a varias generaciones de lectores. Ellos son su fauna singular y encantadora. Gente de distintas ciudades que lee de pie ante quioscos de revistas, acovachada en vestuarios, despatarrada en parques o terrazas, refugiada en bibliotecas, encerrada en monasterios, caminando por la calle... Personajes que parecen llevar consigo su propio silencio y desplegarlo como una tienda un segundo antes de sumergirse en otra dimensión. Publicado originalmente en 1971, “Leer” llegó ahora a la Argentina en edición magnífica de Periférica & Errata Naturae con prólogo del escritor Alberto Manguel. Kertész (1894-1985) era hijo de un librero y aunque su familia le había soñado un destino como corredor de Bolsa (trabajó incluso en la de Budapest), estas fotos, tomadas entre 1915 y 1970, testimonian su arte y su temprano apego por ese origen de anaqueles. “Mi fotografía es un diario íntimo visual”, definió en los años 80. “Es un modo de proyectar aquellas cosas que fui encontrando”. Una imagen que se repite entre esos hallazgos es la de lectores en balcones, abstraídos, apartados y distantes de todo lo demás. En una de ellas, mientras se seca al sol una ristra de camisas, una nena lee en un rincón de La Boca en 1962, a varios metros del suelo. Metáfora feliz de la suspensión gozosa –peripecia, zambullida o fuga– que nos regalan los mejores libros.