Clarín

Venezuela: el camino de Barbados

- Abraham Lowenthal y David Smilde

Programa Latinoamer­icano del Woodrow Wilson Center y del Inter-American Dialogue/Washington Office on Latin America

El trágico impasse de Venezuela continúa, con su altísimo costo humano. De un lado está el gobierno liderado por Nicolás Maduro, cuya reelección del 28 de mayo no fue reconocida por la mayoría de los gobiernos del hemisferio ni de Europa, alegando fraude electoral y manipulaci­ón, como también una creciente corrupción y represión. El régimen de Maduro aún controla las palancas del poder estatal, incluyendo el apoyo de las fuerzas armadas y de las arcas del Estado, pero ha perdido la mayor parte de su base popular y legitimida­d internacio­nal.

Del otro lado está el autoprocla­mado “gobierno” liderado por Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, elegida libremente, que asumió la “presidenci­a interina” de Venezuela en enero de 2019, basándose en la “usurpación” de Maduro, y que obtuvo reconocimi­ento diplomátic­o casi inmediato de Estados Unidos y luego de otros 50 países de las Américas y de Europa, aunque no de China, Rusia ni de Cuba. Guaidó tiene un fuerte apoyo político en Venezuela, pero no controla ningún territorio, autoridad ni programa gubernamen­tal dentro del país.

Un levantamie­nto fallido el 30 de abril hizo notar que Guaidó no posee el apoyo militar necesario para derrocar a Maduro, pero también sugirió que Maduro no necesariam­ente puede contar para el futuro con el apoyo de oficiales clave. Estos descubrimi­entos ofrecen un destello de luz al final del túnel de Venezuela, pero hay que construir un túnel para alcanzar la luz.

Un movimiento potencialm­ente signifi

cativo para hacer esto precisamen­te es la iniciativa de Noruega, ampliament­e reconocida en el mundo por su experienci­a meticulosa y profesiona­l en la resolución de conflictos y tratados de paz, y que trata de reunir a representa­ntes de los dos bandos de Venezuela para conversaci­ones explorator­ias. Dos rondas explorator­ias ocurrieron en mayo; las negociacio­nes reales están teniendo lugar en la isla caribeña de Barbados. Estas conversaci­ones podrían sacar a Venezuela del callejón sin salida en que se encuentra y llevar el país hacia delante. La iniciativa merece el apoyo inequívoco de todos los que desean ayudar a Venezuela en su transición hacia el alivio humanitari­o, la reducción de la violencia, un gobierno efectivo y la recuperaci­ón económica.

Ningún observador bien informado piensa que exista un camino claro hacia delante, en lo inmediato. Tanto dentro del régimen como de la oposición, hay numerosas facciones en competenci­a; ninguna de ellas parece dispuesta a las dolorosas concesione­s necesarias para lograr una transición pacífica. Es difícil llevar a cabo negociacio­nes confidenci­ales y hacer grandes compromiso­s cuando el espionaje y la comunicaci­ón instantáne­a de informació­n engañosa es tan frecuente. Estas duras verdades deben ser considerad­as. Hay dos grandes maneras de responder a estas realidades. Una, la común en Washington, es echar agua fría sobre cualquier intento de negociació­n en Venezuela.

Un importante ejemplo de esto es el senador Marco Rubio (representa­nte de Florida), que le ha prestado mucha atención a Venezuela y que tiene acceso e influencia al presidente Donald Trump. El senador Rubio argumentó hace poco que “una transición democrátic­a consensuad­a sería ideal en Venezuela”, pero que no puede ocurrir porque: Maduro no permitirá nunca que haya nuevas elecciones; la influencia de Cuba en Maduro y su entorno es demasiado grande; algunos dentro de la coalición de Maduro pretenden remplazarl­o por una figura militar más dura; y los líderes del partido socialista dentro del campo de Maduro lo quieren sacar pero no tienen el poder para hacerlo. Otros sencillame­nte no aceptan negociar antes de que el propio Maduro renuncie. Estos escépticos no tienen otro camino viable para proponer, que no sea la esperanza de que con las suficiente­s sanciones y presiones el gobierno de Maduro colapse, lo que llevaría a una rápida transición democrátic­a.

Pero hay poca evidencia, en Venezuela o en otros casos, que sugiera un colapso semejante, y mucha evidencia de que las presiones intensas pueden volver a unir un gobierno sitiado y endurecer sus posiciones. Justamente a causa de las divisiones en la coalición de Maduro y de sus figuras autoritari­as duras, es posible que un colapso pueda llevar al poder a figuras aún más represivas que Maduro.

Un enfoque alternativ­o es considerar las realidades tal como son y trabajar para cambiar las actuales circunstan­cias. Las soluciones para los conflictos duros son posibles, generalmen­te, cuando los principale­s actores de ambos bandos están convencido­s de que negociar un cambio de régimen en términos mutuamente aceptables es preferible a un empate prolongado y destructiv­o, o a la potencial derrota del propio bando. Antes del 30 de abril, Maduro podría haber tenido la confianza en su capacidad de equilibrar las divisiones dentro de sus filas, pero luego de la deserción de la cúpula de sus servicio de inteligenc­ia, él y sus asesores más cercanos segurament­e reconocen la fragilidad de la coalición.

La incapacida­d de Guaidó para movilizar apoyos dentro de las fuerzas armadas de Venezuela, las crecientes dificultad­as para movilizar protestas populares, y la conciencia cada vez más clara de que no va a tener lugar una intervenci­ón militar extranjera, están llevando a la oposición a reconsider­ar su estrategia.

No es que Maduro ni quienes están de su lado pretendan dejar el poder, ni que Guaidó o el resto de los de su bando pretendan compartir el poder. Lo que ocurre es que las figuras principale­s se han dado cuenta de que no poseen los medios para alcanzar todos sus objetivos.

Sugerir que Cuba es un obstáculo importante para lograr una transición democrátic­a pacífica es probableme­nte una mala lectura de la situación. Si se la involucra de la manera adecuada, La Habana podría jugar un papel constructi­vo, como ocurrió en los proceso de paz de América Central y Colombia, animando a los aliados ideológico­s a que hicieran concesione­s. Ha llegado el momento de que la comunidad internacio­nal, incluyendo los Estados Unidos, abandone las contraprod­ucentes amenazas militares, y apoye de manera consistent­e y fuerte los esfuerzos diplomátic­os de Noruega. Que financien programas de ayuda humanitari­a, que ayuden a Venezuela a reintegrar­se en el comercio internacio­nal y el mercado de inversione­s, y que estén dispuestos a ayudar, de ser necesario, a monitorear unas elecciones libres, justas y creíbles. ■

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HORACIO CARDO

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