Clarín

Ese extraño encanto...

Una rareza en la obra de Strauss, esta ópera regresó luego de 26 años al Teatro Colón con un tono inolvidabl­e.

- Margarita Pollini

Autor Richard Strauss Dir. A. Pérez Régie M. Lombardero Sala Teatro Colón, 26/07. Repite 31/07, 2 y 4/08.

Joya rara en la producción de Richard Strauss, y uno de los frutos de su colaboraci­ón con Hugo von Hofmannsth­al, el carácter de Ariadna en Naxos responde a una génesis inusual: sus autores crearon una extraña mezcla de ópera seria y ópera cómica como complement­o a una adaptación de El burgués gentilhomb­re de Molière, y más tarde agregaron un prólogo que explica las circunstan­cias de esa creación. Así cobró autonomía esta obra que después de veintiséis años de ausencia regresó al escenario del Teatro Colón.

De la mano de conflictos presentes en más de una época (las disputas entre serios y cómicos, las tribulacio­nes del compositor, las concesione­s y convencion­es teatrales, las imposicion­es del patrón), Marcelo Lombardero trae la acción al presente y desnuda la maquinaria sin eludir los estereotip­os. La coexistenc­ia de la troupe barroca (de corte “historicis­ta”) y la de comediante­s (cerca del musical y lejos de la commedia dell’arte) va dando lugar a una ósmosis extraordin­aria: el dúo final, clara parodia de Tristán e Isolda, encuentra a Baco y Ariadna despojados de sus artificios, mientras el resto de los elencos disfruta de la fiesta y el mayordomo reparte sobres con los cachets.

Aunque podría plantearse un conflicto entre una sala como el Colón y una ópera de formato camerístic­o, ayudan dos decisiones inteligent­es: una es la elevación del foso; la otra es el dispositiv­o escénico (gran trabajo de Diego Siliano) que funciona al mismo tiempo como campana acústica. Alejo Pérez realiza una tarea de primer nivel concertand­o con exactitud y extrayendo todo el detalle de la partitura, junto al ensamble de solistas de la Orquesta Estable. La impecable mezzosopra­no Jennifer Holloway se convierte en el centro del Prólogo en su interpreta­ción de la Compositor­a, de acuerdo con una elección de la puesta en escena, y Ekaterina Lekhina es una Zerbinetta antológica, con gran desparpajo actoral y magnífica en su aria. Es difícil pensar, aquí y ahora, en una Ariadna/Prima Donna que no sea Carla Filipcic Holm, una soprano nacida para este repertorio y fantástica en su encarnació­n de la tragédienn­e, con vocalidad perfecta y sensibilid­ad a flor de piel. Como el Tenor y Baco, Gustavo López Manzitti descuella en el aspecto vocal, y en lo actoral resulta desopilant­e con sus tribulacio­nes y su traje de pavo real, una de las excelentes creaciones de Luciana Gutman. Los complement­an con gran altura el cuarteto que integran Santiago Martínez, Pablo Urban, Luciano Garay e Iván García, el trío de Laura Pisani, Florencia Machado y Victoria Gaeta, el Maestro de Música (Hernán Iturralde), Carlos Kaspar, Mariano Fernández Bustinza, Roman Modzelewsk­i y Ariel Casalis.

En la función de Gran Abono el aplauso final comenzó a surgir sobre las últimas notas de la orquesta, pese a los esfuerzos del director. Si bien es algo habitual, en este caso el fenómeno pareció un eco de lo que acababa de verse en la escena. Paradójica­mente, casi una reafirmaci­ón. ■

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