Clarín

Solos (y varados) en la madrugada

- Brian Cohn bcohn@agea.com.ar

Por obra del destino y las inclemenci­as climáticas, la pantalla de la terminal A que anunciaba el vuelo de Miami a Charlotte se convirtió en mi Netflix. Cuando la leyenda “on time” (en horario) pasó al ingrato “delayed” (demorado), toda la atención quedó retenida en ese monitor al costado de la puerta 5. Primero fueron dos horas, que se sumaban a las 10 de escala que ya tenía por negligenci­a propia. Después fueron otras dos, más otras dos, y así hasta llegar a las ¡27 horas!

Más de un día completo dentro del mismo aeropuerto, con la única ropa que llevaba puesta, el cansancio in crescendo, el fastidio por las nubes. Por momentos me sentí Tom Hanks en la película “La Terminal”, aunque también había algo de “Náufrago”.

Despojado de toda rutina, al principio resultaba simpático recorrer los negocios, caminar y hablar con desconocid­os. Pero eso duró un par de horas... ¿Qué hacer? ¿Adónde correr a la madrugada? La buena: había Wi-Fi gratis. La mala: no tenía notebook ni tablet.

Cuando nos ofrecieron ir a un hotel a descansar, ya quedaban seis horas para el vuelo y mi lógica me indicaba que era más seguro acostarse en un rincón del aeropuerto. Lo que no contemplab­a era que de noche pasaban la aspiradora por las alfombras. Dormí entrecorta­do unas cuatro horas. Me desperté dos veces, una con hambre que no pude saciar (los negocios estaban cerrados) y otra porque una empleada de la aerolínea me preguntó si esperaba un vuelo a San Francisco que estaba por salir. Negativo. El único consuelo era recordar que se trataba del viaje de ida. Y lo mejor, definitiva­mente, estaba por venir... ■

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