Clarín

Por la calle, en la ciudad de la furia

- sfesquet@agea.com.ar Silvia Fesquet

Sábado a la madrugada. El hombre, que se adivina de entre 30 y 40 años, va manejando su moto por una de las calles más emblemátic­as de Palermo con una sola mano. Con una sola maneja porque en la otra tiene un celular, en el que va leyendo mientras conduce; se está mensajeand­o con alguien. La mujer que viaja en auto por la misma calle dice que se sintió tentada de decirle algo. Admite que lo primero que se le cruzó fue un exabrupto. Después pensó en llamarlo a la reflexión. En decirle que una cosa es ser suicida y otra, asesino. Que si él choca producto de una distracció­n mientras revisa o manda un mensaje y se muere, lo habrá hecho bajo su irresponsa­bilidad, producto de su imprudenci­a. Pero que si en vez de morir él, o además de morir él, muere también un tercero, entonces será un homicida. Más allá de que esté sobre esta tierra para comprobarl­o o no. Más allá incluso de lo que digan las leyes, o quienes deben interpreta­rlas. Todo eso pensó en decirle y estuvo a punto de hacerlo pero en una fracción de segundo congeló el deseo de bajar la ventanilla e increparlo. “¿Y si está armado?”, se preguntó. Tuvo miedo, y se enojó consigo misma por ese sentimient­o pero debió rendirse ante las evidencias y aceptarlo. Se dio mil excusas, reales y razonables. Repasó los acontecimi­entos de las últimas semanas, todos los incidentes de tránsito que terminaron en muerte o en agonías de final incierto. Un taxista asesinado por un karateca, un ciclista al que un conductor alcoholiza­do atropelló y dejó tirado, y otro caso más. Con mucha rabia y un nudo en el estómago, dice que siguió su viaje, sin haberse animado a pronunciar una palabra, en la ciudad de la furia. ■

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