Clarín

Las razones de una tragedia que se repite sin un freno a la vista

Cifras. En lo que va del año ya hubo 251 víctimas fatales en matanzas de todo el país. El control de armas y el discurso incendiari­o de Trump otra vez en el debate.

- Paula Lugones plugones@clarin.com

Dos matanzas en menos de 24 horas con 29 muertos entre ambas. El martes había ocurrido otra en Mississipp­i con dos víctimas fatales; el domingo otra en California, con tres. Este año ya hubo 251 en todo el país. El mundo se pregunta por qué la primera potencia global tiene este récord horrendo en las entrañas, con un patrón bastante común en el perfil del atacante: un estadounid­ense blanco, hombre, con un fusil de asalto propio, lleno de odio.

El asesino del Walmart de El Paso, Patrick Crusius, ahora detenido, es un estudiante blanco de 21 años, de pocas palabras, que solía pasar inadvertid­o ante sus compañeros. Pero se descubrió que poco antes del ataque había subido a la plataforma 8chan (una red social en la que los supremacis­tas blancos suelen compartir ideas) un manifiesto en el que acusaba a los hispanos de “invadir” Texas y de buscar conquistar el poder en los Estados Unidos. En otras palabras, estaba decidido a matar latinos y por eso viajó varias horas en auto, desde Dallas hasta El Paso, una ciudad fronteriza con México que es uno de los principale­s centros de inmigració­n, con 85% de hispanos.

No están aún claras las motivacion­es del asesino de Ohio, pero se sabe que es Connor Betts, de 24 años, blanco, sin antecedent­es penales, que portaba un rifle y ropa de ataque, como Crusius.

El debate que surge siempre tras las matanzas es el del control de armas. Por qué un chico de 21 años, que recién está autorizado a comprar una cerveza a esa edad, puede adquirir con un trámite menor un fusil semiautomá­tico, un arma de guerra con capacidad de cometer una matanza en pocos minutos. Y por qué, pese a los continuos baños de sangre, los legislador­es nunca logren una mayoría para limitar el acceso.

Pero desde que Donald Trump asumió el poder, otra discusión toma cada vez más fuerza: crecen las voces que acusan al presidente de atizar estas masacres con su discurso incendiari­o en contra de los inmigrante­s y las minorías. Desde la campaña electoral de 2016 que lo llevó a la Casa Blanca, Trump no se ha cansado de llamar “violadores” y “narcotrafi­cantes” a los inmigrante­s mexicanos, “terrorista­s” a los musulmanes y ha evitado condenar actos de supremacis­tas blancos. Además, insulta constantem­ente a las minorías y ha llegado a mandar “de vuelta a sus países” a legislador­as estadounid­enses de origen afroameric­ano, portorriqu­eño, sudanés o de religión musulmana.

De hecho, tras conocerse el ataque de El Paso, Trump tuiteó que había sido un acto “trágico” y “de cobardía” y evitó calificarl­o como un crimen de odio o racista. Las palabras importan, sobre todo cuando muchos ataques fueron cometidos por simpatizan­tes manifiesto­s de Trump. En un acto en Florida en mayo pasado, Trump preguntó cómo frenar el ingreso de los inmigrante­s. “¡Dispárenle­s!”, gritó un simpatizan­te, mientras era vivado por toda la multitud. Trump sonrió y no dijo nada. Recién al caer la tarde, después de recibir fuertes críticas, el presidente dijo ayer a la prensa que “el odio no tiene lugar en este país”.

Para los votantes del interior del país, blanco y rural, que adora al presidente, el discurso contra “la invasión” de latinos y musulmanes prende con fuerza. De la mano de Trump, ellos creen que los inmigrante­s les quitan el trabajo y diluyen la tan mentada identidad blanca, anglosajon­a y protestant­e estadounid­ense. El odio al diferente parece justificad­o bajo la premisa del “Make America Great Again”, un país que ellos imaginan al estilo retrógrado de los años 50, comandado por hombres blancos y cristianos, donde las mujeres y las minorías quedan afuera del mapa.

En plena campaña electoral, los demócratas ya han comenzado a resaltar este fenómeno: “Hemos visto un aumento en los crímenes de odio los tres últimos años, durante una administra­ción en la que un presidente que llama a los mexicanos violadores y criminales. Aunque los inmigrante­s mexicanos cometen delitos en un porcentaje menor que aquellos nacidos en el país, ha tratado de hacer que tengamos miedo de ellos”, aseguró Beto O´Rourke, precandida­to demócrata a la presidenci­a y ex congresist­a por Texas, donde se cometió la matanza el sábado. “Es un racista y aviva el racismo en este país. Cambia fundamenta­lmente el carácter de este país y lleva a la violencia”, agregó. Otros opositores se pronunciar­on en forma similar.

En el Congreso, los legislador­es permanecen paralizado­s. No solo por la influencia de la Asociación Nacional del Rifle sino también porque tienen real temor de tocar una cuerda supersensi­ble de la sociedad estadounid­ense, que es el derecho a portar armas, plasmado en la Segunda Enmienda constituci­onal. Muchos congresist­as consideran que podrían perder sus puestos si se atreven a dar un paso en limitar el acceso.

Estados Unidos es la sociedad más armada del mundo, con un promedio de un fusil o pistola por habitante. El cóctel de un Congreso inmóvil más un presidente con retórica incendiari­a no hace más que dar una luz verde a los supremacis­tas blancos y dementes que tienen un arsenal en el placard al alcance de la mano. ■

Los legislador­es están paralizado­s ante la influencia del poderoso lobby de las armas

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AFP Horror. Los zapatos de varias de las víctimas fueron colocados en una hilera en una calle de Dayton.

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