Clarín

“En nombre de la corrección política nos volvemos censores”

El periodista radicado en París analiza, en su primer libro, la izquierda actual. Dice que es reaccionar­ia.

- Juan Manuel Mannarino Especial para Clarín

El periodista Alejo Schapire dispara sin concesione­s, con la acidez de un enfant terrible: “La izquierda que ayer luchaba por la libertad de expresión en Occidente hoy justifica la censura”. Es argentino, tiene 45 años y hace más de 20 vive en Francia. Acaba de publicar su primer libro, La traición progresist­a, editado por Edhasa y Libros del Zorzal, un ensayo no apto para quienes se esconden, según dice, bajo la máscara de la hipocresía “en el nombre del bien”.

Desde chico Schapire se crió en una familia de intelectua­les y se educó en lo que considera una moral de izquierda hasta que, trabajando como correspons­al de un medio argentino identifica­do con el progresism­o, sintió “una traición”. Fue el disparador del libro. Era el año 2000 y Alejo recorría París para retratar un estallido antisemita en las calles. Finalmente, le rechazaron la nota. “Me encontré con un muro –cuenta en Buenos Aires–, porque un medio al que debía preocuparl­e el racismo argumentab­a que no podía publicar porque se tomaba una posición pro Israel y pro sionista. Ahí me di cuenta de que no me reconocía en esa izquierda que se aliaba con los enemigos de la libertad religiosa en nombre de la defensa de los oprimidos”.

En el prólogo reseñado por Pola Oloixarac, la autora de Mona dice: “Schapire expone aquello de lo que no se habla. La nueva Iglesia es la izquierda, y el hereje es quien ose criticarla”.

Polémico, mordaz, Schapire –que actualment­e trabaja en la radio pública francesa– examina a la intelectua­lidad progresist­a.

“No es que me convertí en un facho y conservado­r, como suele pasar con gente que fue progre de joven –aclara, locuaz–. Cuando por ejemplo escuché a Hebe de Bonafini festejar el atentado a las Torres Gemelas, un edificio plagado de trabajador­es de clase baja e inmigrante­s, sentí que me estaba divorciand­o cada vez más de mi familia política, lo viví como un desgarro. ¿Cómo podía ser que gente que está en

Los progres están alejados de la sociedad a la que dicen representa­r. Se alimentan de su propio ecosistema ideológico.”

contra de la persecució­n a las minorías encuentre aliados en la teocracia?”.

–En el libro hablás del combate de dos izquierdas...

–Quiero aclarar que no arremeto contra la izquierda, ni busco la polarizaci­ón clásica de izquierda contra derecha. Desde el colapso de la Unión Soviética fue decantando el avasallami­ento de una izquierda sobre otra. Antes predominab­a la izquierda racionalis­ta, la antirrelig­iosa, la pro-libertades, la heredera de las luces. La llamo la “izquierda emancipado­ra”. Su enemiga era la derecha conservado­ra, la que le gusta la censura y la represión. Pero todo cambió, y la nueva izquierda no tiene más como eje al trabajador sino a las minorías étnicas y religiosas, y a la vez su electorado no es el obrero, que bien por el contrario empezó a optar por la extrema derecha, como Trump en Estados Unidos o Salvini en Italia, que captaron su descontent­o. La nueva izquierda se contenta con ser “antimperia­lista” pero está alejada de los problemas de los oprimidos, dispuesta a compromete­rse con los peores enemigos de la libertad.

–¿Es una izquierda que parece tener una cara más bien de derecha? –Eso es lo que trato de fundamenta­r y documentar en el libro. Ha ganado una nueva cultura de izquierda que perdió el laicismo y se enamora del fundamenta­lismo religioso como aliado en la lucha antiimperi­alista, con el argumento de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Que le gusta la censura, cuando se trata de no ofender. Que se convierte en esencialis­ta, cuando por ejemplo se trata de mostrar a la mujer feminista con rasgos de lucha y de empoderami­ento, y se deja de lado a mujeres que no entran en ese casillero. Que se muestra puritanist­a, cuando sanciona a un escritor por su mala conducta.

–Decís que ese puritanism­o hoy arrasa en la cultura.

–En nombre de la corrección política nos estamos convirtien­do en censores de la cultura y custodios de la moral. Es algo muy peligroso. Mirá, hace poco retiraron a Caperucita Roja de las biblioteca­s escolares en España porque era una muestra de los estereotip­os machistas, lo mismo pasó con La Bella Durmiente. Tenemos a la ópera Carmen, a la que se le cambió el final para quitarle el femicidio. Es decir, hay todo un movimiento de purga y todo lo que nos ha antecedido ha estado equivocado, ésa es la idea. Y esta nueva izquierda habla en el nombre del bien, y la paradoja es que el oscurantis­mo religioso es bienvenido.

–¿Por qué señalás en el libro que la izquierda “identitari­a” sustituyó la vieja idea de la emancipaci­ón universal?

–Hoy triunfó la idea identitari­a de las tribus y entonces cada tribu tiene su modo de ver la realidad sin que haya una verdad científica que se le pueda oponer. Predomina el “vos no podés opinar si no pertenecés a este grupo, a esta minoría”. Vamos a una infantiliz­ación de la sociedad, en las redes sociales cada uno vive en su propia burbuja. Y se propicia una esencializ­ación del individuo, te define tu color de piel, tu sexualidad, más allá de lo que pienses como persona, y es curioso porque eso es lo que defendía el fascismo y el nazismo. Una balcanizac­ión de las identidade­s.

–¿Y qué es el progresism­o?

–El progresism­o es el alma bella contemporá­nea, el partido del bien. Cuando hablo de progresism­o, hablo de su batalla cultural en el espacio público. Progresist­a no es necesariam­ente ser comunista, es el que hace la cuenta para que en una película estén todas las minorías representa­das, que se queja porque una actriz no puede representa­r el papel de un trans porque es heterosexu­al. Hay libros que no sería posible escribir desde la exigencia puritanist­a del progresism­o, como Madame Bovary o Lolita. Hoy hay que ser una persona inmaculada, posar con el carnet de buena persona, entonces cómo explicar si sos judío y sabés que Céline era un tremendo antisemita y aun así te conmueve su poesía. –¿En qué medida decís que la corrección política es el mal del progresism­o?

–No está mal aplicar la corrección política en defensa de las minorías, o para expresar las injusticia­s en contra del poder. Pero si vamos a analizar el pedigrí moral de los autores, vamos a vaciar nuestras biblioteca­s. No podemos ser tan hipócritas. Se critica el micromachi­smo en la cosificaci­ón de la publicidad pero después el progresism­o se abraza con Putin que rechaza la homosexual­idad. Otro ejemplo de corrección política es el linchamien­to mediático. La justicia es imperfecta, pero no podemos volver al escarnio público, consignas como “yo te creo” no son pruebas suficiente­s y la condena se impone, no hay defensa posible contra eso. En las universida­des sólo hablan los que están en el “campo del bien”, quien se ha equivocado o entra a cuestionar el statu quo, es excluido. Antes los que censuraban eran los que no querían ver un cuerpo desnudo en una película, hoy si te ponés a escribir sobre determinad­o asunto, podés perder el trabajo. Cuando vos silenciás los matices, la gente se calla. La intimidaci­ón es tal que la nueva izquierda no habla de los problemas y de las contradicc­iones por temor a hacerle el juego a la derecha, no interpela a la clase obrera, le habla a los universita­rios y a los núcleos urbanos. Los progres están alejados de esa sociedad a la que dicen representa­r, se alimentan de su propio ecosistema ideológico, no escuchan a las poblacione­s que viven alejadas de su propia realidad. ■

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EDHASA Enfoque. Denuncia que “en el nombre del bien” hoy se apoyan fundamenta­lismos.
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La traición progresist­a Edhasa y Libros del Zorzal. 160 páginas. $ 425.

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