Clarín

De la erótica política al porno del poder

- Periodista Jordi Évole

Diluvia en Orlando, EE.UU., pero nadie se mueve de la cola. Algunos han pasado aquí toda la noche para verle de cerca. No actúa un grupo de rock. Ni de pop. Ni de reguetón. Hoy hay heavy metal. Actúa Donald Trump.

Quedan 10 horas para el mitin y ya hay decenas de vendedores ambulantes por las calles de acceso al lugar elegido por el presidente estadounid­ense para arrancar su nueva carrera electoral. Me sorprende que aparte de las camisetas tradiciona­les de apoyo a Trump, haya otras mucho más ofensivas. Una con caricatura del presidente orinando sobre las siglas de la CNN. Otra pidiendo prisión para Hillary Clinton.

Entre la multitud que ya hace cola, una bicicleta gigante, más propia de una pista de circo, se pasea con un cartel dedicado a Alexandria Ocasio-Cortez, la nueva sensación del Partido Demócrata. Ocasio aparece sonriendo, con toda la dentadura al aire. A su lado colocan la foto de un asno, también sonriendo. Varios dobles de Trump, se hacen selfies con sus seguidores. Todo es de brocha gorda. Cero sutileza. Hemos pasado de la erótica al porno del poder.

No estamos acreditado­s. Igualmente nos ponemos en la cola de prensa con otros tan

tos periodista­s. Llegamos al mostrador donde te autorizan o te deniegan la entrada. Ponemos cara de perro tristón. “Es muy triste pedir, pero más triste es quedarse sin entrar a un mitin de Trump después de hacer 7.000 kilómetros”. La moneda cae de nuestro lado y Marc González, el director de foto que me acompaña desde hace once años, y yo entramos. Antes nos revisan uno por uno los objetos que llevamos en la mochila, incluida la caja de Almax necesaria para poder digerir todo esto.

La mayoría de medios ya se han colocado en la tarima destinada a la prensa. Ya no hay sitio para nosotros. Pero encontramo­s un hueco a pie de pista para colocar el trípode. Alguien me da un golpe. Es el cámara de la Fox. Se ve que le molesto en su ángulo de visión, y no ha encontrado mejor manera de hacérmelo saber que dándome un microfonaz­o. Ya me habían hablado de la agresivida­d de su cadena.

Esto no es un mitin. Es un show. Música a tope que levanta el ánimo de los que se han mojado por el presidente. La playlist de Trump no tiene desperdici­o. Suena Macho man de los Village People, un himno gay para un público al que a priori no imaginaría desfilando en el día del Orgullo. El Dj no se ruboriza pinchando Sympathy for the devil. Ya se puede quejar Jagger de que Trump utilice sus hits. Al presidente se la suda. Como se la suda que se queje Neil Young, del que pinchan Rockin’ in the free world.

Aparece el hijo de Trump, al ritmo de uno de los temas principale­s de Rocky, Eye of the tiger. El vicepresid­ente Mike Pence no peca de modestia y entra con Simply the best de Tina Turner. Y la apoteosis se desata con la entrada de Donald y Melania Trump. God bless the USA, de Lee Greenwood. Un himno patriótico, tan patriótico que, de lo bien que funcionó, su autor decidió traspasar fronteras y publicó, con los mismos acordes y letra parecida, God bless Canada.

Melania habla dos minutos para presentar a su marido. Su marido nos mete una chapa de más de una hora, plagada de referencia­s a la prensa que son aprovechad­as por sus seguidores para abuchearno­s. El acto lo despiden de nuevo los Stones: You can’t always get what you want (No siempre puedes conseguir lo que quieres), excepto si eres Donald Trump, y llevas años haciendo lo que te da la gana. Llego al hotel y en el lobby suena una versión melódica de Boys don’t cry, de The Cure. Y lo único que querría es romper a llorar. ¿Cómo habremos llegado hasta aquí? ■

Copyright La Vanguardia, 2019

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