Clarín

Polarizar, la estrategia trumpista

- Rubén M. Perina Analista político. Ex funcionari­o de la OEA

La elección presidenci­al en Estados Unidos no es hasta noviembre de 2020, pero la estrategia de reelección de Trump ya se avizora. En contraste, los Demócratas recién empiezan los debates de su primaria, con más de 20 candidatos en la largada. Su estrategia es dividir y polarizar, una estrategia electoral común en los últimos tiempos en variados contextos político/electorale­s (Argentina, Brasil, Colombia, México, Gran Bretaña, Italia, Hungría, Turquía, Venezuela, entre otros). El fenómeno ya se considera una verdadera amenaza a la democracia liberal.

Está claro que Trump busca repetir los resultados de 2016, concentrán­dose en los distritos de los Estados que le dieron la victoria, 306 a 227 votos en el Colegio Electoral (total de diputados más senadores). Trump ganó en más estados con menos población, en su mayoría del centro, del sur (franja conocida como Sun Belt), y en el norte desindustr­ializado, deprimido económicam­ente (Rust Belt), debido a la globalizac­ión de la industria automotriz y del acero. Pero Trump perdió el voto popular por 3 millones, 60 a 63 millones. Los votos de Hillary Clinton proviniero­n de los populosos Estados de las costas este y oeste, y de la mayoría de los centros urbanos más prósperos del país.

El electorado de Trump es mayoritari­amente blanco, de zonas suburbana y rural, de menores ingresos, menos educado formalment­e y de ocupación manual, incluyendo blancos “nativistas”, supremacis­tas y extremista­s religiosos evangelist­as. Sus tendencias e instintos son nacionalis­tas, anti-inmigrante­s, proteccion­istas y anti-globalizac­ión.

Lo apoya también el liderazgo del partido Republican­o y sus votantes duros, conservado­res liberales tradiciona­les, que se han

sometido al trumpismo y que segurament­e se tapan los oídos cuando Trump habla.

El trumpismo ha copado el partido prácticame­nte, ignorando sus valores y principios tradiciona­les. Lincoln debe estar por levantarse de su tumba.

La oposición a Trump incluye el partido Demócrata, que controla la Cámara de Representa­ntes (Diputados), el establishm­ent académico y diplomátic­o tradiciona­l, y la prensa escrita como el Washington Post y el New York Times, y las cadenas de televisión como CNN y NBC. Fox News funge como asesor y vocero del Presidente. Esta oposición recalca y repudia su comportami­ento heterodoxo, narcisista, soberbio, mendaz, errático y revisionis­ta, y rechaza sus políticas de inmigració­n, salud, medio ambiente, su irrespeto por las tradicione­s y las institucio­nes, así como su unilateral­ismo y maltrato a sus principale­s aliados internacio­nales (NATO, EU, Japón).

La estrategia de Trump es profundiza­r y consolidar esa gran división o grieta nacional entre sus votantes y la oposición, estimuland­o en sus seguidores el miedo, la insegurida­d y la xenofobia o prejuicios contra extranjero­s, inmigrante­s y personas racial y culturalme­nte distintas a la (menguante) mayoría blanca de este país, e incitando el nacionalis­mo y el patriotism­o, bajo el lema de “Estados Unidos primero”. No busca expandir su piso electoral, ni convoca a la unidad nacional.

Ni siquiera invoca, todavía, los buenos indicadore­s de la economía, que crece constantem­ente (a un average de 2.5 % anual desde 2010) con aumentos del empleo y sin inflación. En este contexto polarizado, Trump descalific­a y denigra constantem­ente a la oposición y la tilda de poco patriótica, de querer fronteras abiertas y de promover el socialismo. Para él, los Demócratas, los medios y los inmigrante­s ilegales son los enemigos del pueblo norteameri­cano. También descarta las conclusion­es y advertenci­as de las agencias de inteligenc­ia (FBI, CIA) sobre la comprobada interferen­cia rusa a su favor en las elecciones de 2016 (le quitan legitimida­d a su victoria) y en las próximas del 2020. Veremos si su campaña incluye el apoyo secreto de trollers rusos otra vez.

Cuando las noticias no le favorecen y sus adversario­s parecen dominar el ambiente político, lanza vía tweet o comentario­s públicos impromptu, anuncios de política nacional o internacio­nal sorpresivo­s, amenazante­s o agraviante­s, que desconcier­tan y generan un nuevo ciclo de noticias, siempre con él al frente y al centro en los medios y las redes.

Una reciente expresión de ello es el trato que le dio a mediados de Julio a cuatro congresist­as, del ala más progresist­a de partido Demócrata, que cuestionar­on su política anti-inmigrante y el tratamient­o denigrante que han sufrido familias buscando asilo en la frontera sur.

En un discurso proselitis­ta, Trump descalific­ó e insultó a las congresist­as (Diputadas), Ilhan Omar de Minnesota, Alexandria Ocasio-Cortez de Nueva York, Ayann Pressley de Massachuse­tts y Rashida Tlaib de Michigan, cuestionan­do su patriotism­o y diciéndole­s que volviesen a sus “infectados” países de origen (Omar es la única que nació fuera de EE.UU). Sus exabruptos exaltaron a la audiencia trumpista, que los aprobó con entusiasmo, clamando que las retorne a sus países.

Este emergente ambiente electoral polarizado, enrarecido, de creciente animosidad, luce extraño y poco ortodoxo en este país de inmigrante­s, donde a partir de los años ‘60 se han venido adoptando políticas públicas progresist­as, de inclusión y aceptación de la diversidad racial y socio-cultural, así como de apertura al mundo, a la globalizac­ión y el multilater­alismo.

En este país también ha predominad­o una tradición política de tolerancia, moderación, negociació­n y transacció­n (“compromise”), y de respeto por las institucio­nes republican­as, las libertades esenciales y el disenso –todos valores y prácticas democrátic­as aglutinant­es que han guiado históricam­ente a sus líderes para hacer de EE.UU la democracia y la potencia mundial que es. ■

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