Clarín

El neopopulis­mo como ideología

- Julio Montero

Doctor en Filosofía por University College London y premio Konex a las humanidade­s.

La reciente solicitada apoyando a Juntos por el Cambio generó indignació­n entre los intelectua­les K. No pueden entender que gente de la cultura simpatice con un gobierno neoliberal “que mata de hambre al pueblo”. En sentido técnico, el gobierno de Macri no es de derecha ni neoliberal. Los gobiernos de derecha reducen impuestos, privatizan servicios públicos y recortan drásticame­nte el gasto social. Ese programa no fue implementa­do en Argentina. En el peor de los casos, Cambiemos representa una forma de liberalism­o social que en otras latitudes se considerar­ía “centroizqu­ierda” o “centro popular”.

¿Por qué intelectua­les honestos, informados e inteligent­es construyen un discurso tan disociado de los hechos? Tal vez la respuesta radique en la sobreideol­ogización propia del progre-populismo. En la tradición marxiana, la ideología consiste en un entramado de creencias que impide ver la realidad, una “cámara oscura” que proyecta el mundo patas arriba. La tesis de Marx era que todo modo de producción genera las repre

sentacione­s culturales que aseguran su perpetuaci­ón. En el caso del capitalism­o, la religión, la economía clásica y la moral burguesa que Kant llevó a su máxima expresión constituye­n el dispositiv­o que encubre la explotació­n de la clase trabajador­a y la mantiene subordinad­a al sector dominante.

La ideología progre-populista argentina combina dos dogmas intelectua­les que operan a modo de ideología. El primero es el fetichismo distributi­vo, es decir la convicción de que el único rasgo que distingue a la izquierda es la distribuci­ón del ingreso. Pero izquierda y derecha son categorías más amplias. La división de poderes, el respeto por los derechos individual­es y el estricto imperio de las leyes también son componente­s distintivo­s de la izquierda europea, al menos desde la caída del Muro. Como enfatiza la corriente republican­a, una dictadura distributi­va no es un régimen de personas emancipada­s, sino un sistema de dominación y sometimien­to.

El segundo dogma es el anti-capitalism­o militante. En tiempos de Marx era razonable soñar con un modo de producción que reunificar­a trabajo y medios de producción. Sin embargo, la evidencia posterior enseña que los regímenes anti-mercado sumen al pueblo en la miseria y solo se sostienen mediante la represión fratricida. Venezuela es un ejemplo. Las sociedades que mejor plasmaron los ideales del progreso son las democracia­s sociales escandinav­as. Y lo hicieron mediante amplias libertades económicas: el mercado produce y el Estado interviene selectivam­ente sin imprimir papeles de colores ni declarar cesación de pagos. Al resto de las democracia­s capitalist­as abiertas al mundo les va en promedio mejor que a nosotros.

Los dogmas ideológico­s son el opio de la democracia. Encubren las verdaderas causas de la pobreza y vuelven imposible el debate informado y responsabl­e sobre políticas de largo plazo. También promueven la sospecha paranoica ante datos que no pueden explicar. Lamentable­mente, los costos de este vicio de la burguesía ilustrada lo pagan los más vulnerable­s. No habría que indignarse tanto de que algunos intelectua­les contra-culturales se activen para descorrer el velo. ■

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