Clarín

Los recuerdos del horror: “Sufrí mucho en esa escuela, era como ir al infierno”

Los chicos sordos que asistían al instituto brindaron detalles estremeced­ores de lo que padecieron.

- Roxana Badaloni

El 24 de noviembre del 2016, llegó la Legislatur­a mendocina una joven hipoacúsic­a que pidió asistencia de intérprete­s en lenguaje de señas para denunciar las aberracion­es que ocurrían puertas adentro del colegio religioso Antonio Provolo para chicos sordos, en Luján de Cuyo, a 25 kilómetros de la ciudad de Mendoza.

“Había abandonado el Provolo cinco años atrás, a los 18, pero aún iban mis amigas. Quería liberarlas de tanto sufrimient­o, las violacione­s continuaro­n hasta el día que detuvieron a los curas”, dice la denunciant­e que inició la causa.

La joven es una de las 11 víctimas de la primera parte del juicio que arrancó el lunes y que tiene como acusados a los curas Nicola Corradi y Horacio Corbacho, y al empleado Armando Gómez.

La denuncia se llevó a la Justicia. El 27 de noviembre fueron detenidos los primeros cinco acusados y ahora se inició el primer juicio. En otros dos expediente­s, están acusadas dos monjas y el personal administra­tivo y docente. En total, hay 14 personas de la sede Mendoza que serán enjuiciada­s por los casos aberrantes ocurridos entre 2005 y 2016. El monaguillo Jorge Bordón, ex empleado, fue el primer condenado de la causa al reconocer que cometió los abusos sexuales. Recibió la pena de 10 años en prisión, en un juicio abreviado.

El fiscal Gustavo Stroppiana tiene identifica­das a 20 víctimas, de las cuales 11 están en la primera parte del juicio, y alrededor de 45 hechos. Son seis mujeres y cinco hombres que hoy tienen de 17 a 24 años. Hay otras víctimas de un jardinero del colegio que, por sufrir una enfermedad mental, fue declarado inimputabl­e y sus denuncias no pudieron juzgarse.

“Todas las víctimas tenían entre 6 y 17 años cuando fueron abusadas, golpeadas y corrompida­s”, explica el abogado querellant­e Leandro Lanci. Entre sus defendidos hay dos jóvenes de San Luis y uno de Misiones; el resto reside en Mendoza.

Tanto defensores como querellant­es tienen prohibido difundir nombres y datos personales de los alumnos víctimas por tratarse de los delitos de abuso sexual y corrupción de menores, considerad­os de instancia privada. Sin embargo, hay algunos casos que han trascendid­o por voluntad de los denunciant­es.

Una de las víctimas tenía 7 años cuando fue abusada por el cura Corbacho. Su caso trascendió porque otra alumna contó que vio cuando sangraba su vagina y la monja Kumiko Kosaca le colocaba pañales y la obligaba a callar. Esta chica se animó a declarar después de 10 años de haber sufrido los ataques.

El caso del adolescent­e de Misiones es también impactante porque era del grupo de chicos que permanecía todo el año escolar en el Provolo, a la tutela de los depredador­es. “Su madre lo traía desde Misiones en febrero y lo retiraba en diciembre. Creía que su hijo recibía la mejor educación y contención de los curas. Hoy ella atraviesa una depresión por la culpa que siente, dado que su hijo fue violado por un cura y por dos empleados del colegio a lo largo de los 10 años en los que estuvo en el internado”, detalla uno de los investigad­ores.

Otro alumno que viajó desde San Luis para estudiar allí contó que un sacerdote lo manoseaba cada vez que se iba a acostar: “Sentía miedo. No sabía qué hacer. Tenía ganas de llorar y salir corriendo a pedir ayuda. Nos encerraban en un sótano como tres veces una tres horas. Era muy horrible. Había palomas muertas, ratas, arañas y hacía mucho frío”. El trauma permanece y, según sus abogados, aún continúa muy afectado emocionalm­ente: “Sufrí mucho en esa escuela. Era como ir al infierno”, admite.

Varios de los abusados, cuentan, atravesaro­n crisis emocionale­s: “Un adolescent­e intentó suicidarse. Otra chica, de 17 años, en la audiencia con la monja acusada de ser cómplice de las violacione­s, dijo que iba a matarse si la religiosa era liberada”.

Algunas de las víctimas lograron rehacer su vida. Retomaron sus estudios, formaron pareja y hasta tuvieron hijos. Desde el lunes, los une el pedido de Justicia y el deseo de ver que sus verdugos serán condenados a perpetua: “No quiero que otro chico tenga que pasar de nuevo por algo así”, dijo uno de los denunciant­es, que ahora es papá de dos pequeños. ■

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ARIEL GRINBERG El edificio. Fue cerrado en 2016, al estallar el escándalo.

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