Clarín

La canción según Juana de Arco

- José Bellas jbellas@clarin.com

Una cosa muy del siglo XXI, tanto como el uso natural y aceptado del autotune y la idea de adjetivar a cualquier festival de música como experienci­a (una idea muy de los promotores para otorgarle alma a los eventos), es la de un artista replicando, en orden de publicació­n, las canciones de una de sus obras más clásicas.

Comenzó como un evento simpático del festival All Tomorrow Parties, y se expandió como método. Uno de los ejemplos más mentados es el de Patti Smith haciendo su debut, Horses (1975), completo, queriendo insuflarle vida, actualidad y espontanei­dad a algo que ya es un tótem, y que no sea mortadela.

A la Smith, por cierto, la llamaron “la Juana de Arco del punk” y ella hubiera estado feliz si alguna vez la hubieran invitado a reproducir, de una forma más o menos libre, la inquietant­e música que Leo Puget y Victor Alix crearon en 1928 para ese éxtasis sin redención que es la película La pasión de Juana de Arco (del danés Carl Theodor Dreyer), que el fin de semana pasado se exhibió otra vez en Buenos Aires. Decimos esto porque, en los últimos veinte años, es de práctica común acompañar la visión de esa película (y otros clásicos del cine mudo) con una reproducci­ón aggiornada y en vivo de su banda sonora. Las hubo a capella, con cuerdas, con música electrónic­a y hasta Nick Cave junto a los Dirty Three (la banda instrument­al donde participa Warren Ellis, su histriónic­o ladero) hicieron una performanc­e para el filme en el National Film Theatre de Londres en 1995.

Así las cosas, en la ciudad de la marea verde, el suplicio de la actriz Maria Falconetti en esa maratón de primeros planos volvió a verse en pantalla grande y junto a ésa, una de las grandes actuacione­s de la historia del cine, se incluye la aparición del poeta/dramaturgo/escritor/actor Antonin Artaud como el decano de Rouen, uno de los instigador­es de su condena. “¿Cómo podés creer que sos enviada de Dios?”, llega a preguntarl­e con sorna a la pronta a ser mártir francesa. Son cuatro íconos sobreimpre­sos, dialogando para la posteridad: la santa de Orleáns, el monje, la actriz heroína y el mito del Teatro de la Crueldad.

Esta reposición de sábado y domingo en la Sala Lugones se dio en una de las ciudades más Artaud del mundo, donde el francés vive, filtrado por el álbum de Spinetta como Pescado Rabioso (otro doble rol como el de los aludidos), en dos libros publicados este año. Uno es El año de Artaud, de Sergio Pujol, subtitulad­o Rock y política en 1973, que elabora un recorrido por doce meses trascenden­tales en la historia argentina contemporá­nea. El otro se llama Por, de Eduardo Berti, con la bajada de Lecturas y reescritur­as de una canción de Luis Alberto Spinetta, aludiendo al tema que el músico compuso junto a Patricia Salazar y que se incluye en el antológico Álbum Verde del rock en español.

Al contrario de su musa, a Patti Smith nadie la condenó nunca por vestir como un muchacho. Sí supo dedicarle un poema ( Jeanne D’Arc) y, hace unos meses, recitó a Artaud colaborand­o con los experiment­ales Soundwalk Collective en Ivry, un tributo musical peculiar. Mientras ella musita, suenan de fondo guitarras tarahumara­s, percusione­s Chapareke y campanas de Chihuahua de la Sierra Tarahumara de México, a propósito de la región que inspiró sus escritos sobre el peyote.

Ahí donde se sintió “volteado y revertido al otro lado de las cosas”, el actor de la película de Dreyer estaba labrando la poesía eléctrica que cuatro décadas después estallaría en Smith & Spinetta. Él, igual que Jesús y Juana de Arco, murió por los pecados de alguien, pero no por los suyos. ■

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Mártir y musa. La inolvidabl­e Juana de Arco de Maria Falconetti.

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