Vladimir Putin cumple 20 años en el poder y no quiere irse
Historia. Fue nombrado premier en 1999, con la misión de continuar la apertura a la economía de mercado. Dos décadas después, busca silenciar a la oposición.
Cuando Vladimir Putin fue nombrado primer ministro, muchos pensaban que el desconocido jefe del ex-KGB continuaría las reformas democráticas tras la caída de la Unión Soviética. Pero desde entonces impuso su poder unipersonal y veinte años más tarde parece decidido a conservarlo.
Estas últimas semanas, la negativa del gobierno a dejar que la oposición se presente en las municipales de varias grandes ciudades, entre ellas Moscú, así como la dura represión policial y judicial del movimiento de protesta que siguió dejan pocas dudas.
Tras haber marginado a las voces críticas, el ex agente de los servicios de inteligencia, de 66 años, popular por devolver a Rusia a un lugar preponderante en el escenario internacional y logrado cierta de estabilidad, no piensa dejar que la oposición asome la cabeza. Y eso a pesar de que la Constitución no le permite presentarse a un nuevo mandato en 2024.
La historia comenzó el 9 de agosto de 1999 cuando Borís Yeltsin nombró al director del FSB, heredero de la KGB soviética, al frente del gobierno. Los analistas veían en él a un representante de los servicios de inteligencia capaz de poner fin a la inestabilidad política y a la revuelta en el Cáucaso. También a un hombre de Estado eficaz que inició su carrera junto al liberal alcalde de San Petersburgo, Anatoli Sobchak, y fue elegido por el clan Yeltsin para mantener a Rusia en la senda de la economía de mercado.
“Al principio de su reinado, Rusia, aún pobre y criminalizada, continuaba siendo sin embargo un país libre y democrático”, dice a la AFP el periodista de la televisión pública Nikolai Svanidzé, que recuerda a un Putin “agradable conversador”, “natural” y “dotado de sentido del humor” en sus primeros años en el Kremlin. “Tras 20 años de poder sin límite, rodeado de aduladores, lo que es inevitable en nuestro régimen relativamente autoritario, ciertamente ha cambiado, y no en el buen sentido”, agrega.
En sus inicios, Putin se mostraba relativamente tolerante y dispuesto a buenas relaciones con Occidente. Aún así ya cultivaba la imagen de duro y lanzó la segunda guerra de Chechenia, la base de su popularidad, que le permitió ser reelegido presidente en el año 2000 con 53% de los votos.
Gracias a la abundancia petrolera, su primera década en el poder estuvo marcada por la recuperación del nivel de vida de los rusos y un regreso del Estado. “El Putin de hoy no es el de 1999-2000: de liberal pasó a ser conservador”, estima el politólogo Konstantin Kalachev. “Esta evolución se desencadenó por su decepción con los occidentales”.
En 2004 se produjo un punto de inflexión con la “Revolución Naranja” que llevó a la presidencia de Ucrania a un pro-occidental y que el Kremlin consideró una injerencia en su territorio. En 2007, Putin pronunció en Münich una dura y muy recordada crítica contra EE.UU.
Luego, se multiplicaron la crisis: guerra en Georgia en 2008; intervención occidental en Libia en 2011 vivida como una traición por Moscú que dio luego un respaldo determinante a Bashar Al Assad en Siria; crisis ucraniana en 2014 con la anexión de Crimea inevitable para no perder la base de su flota de guerra estacionada en Sebastopol y desde donde podía alcanzar el Mediterráneo. Y la deriva de ese litigio, con el conflicto que aun pervive en el este ucraniano entre las fuerzas de Kiev y los separatistas prorrusos. “El conflicto con Occidente transformó a Putin en reaccionario”, confía el editorialista político de la radio Business FM, Georgui Bovt.
En el plano interno, esto se tradujo en la defensa de valores conservadores preconizados por la Iglesia Ortodoxa, en oposición a una “decadencia occidental”, y en un retroceso permanente de las libertades públicas en nombre del orden y la estabilidad.
Pero el dato más relevante es la alianza que forjó con China, la más estrecha de la historia moderna. Ese acuerdo que incluye maniobras militares conjuntas y una ofensiva de influencia sobre el Asia Pacífico, rompió la confianza de Occidente en que estos dos antiguos adversarios del pasado mantendrían sus rivalidades que EE.UU. siempre alentó. La alianza entre Moscú y Beijing es un dato central de esta era.
La duda es qué hara Putin en adelante. ¿Volver a ser premier? ¿Designar a un sucesor? “Putin y su entorno buscan todos los medios para no irse”, dice Bovt, para quien el presidente considera que debe “cumplir una misión histórica”. ■
Un dato relevante de su reinado es la alianza sin precedentes que forjó con la potencia china.