Clarín

Entre la sorpresa y la lógica

- Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría Rosendo Fraga

Cuatro años atrás, los bancos británicos realizaron una inversión importante para saber qué iba a pasar con el referéndum que aprobó el Brexit. Tras el resultado la reflexión fue: “¿Qué pasó? Teníamos todas las encuestas, todos los expertos, el Big Data como nadie ha usado hasta ahora para pronostica­r elecciones y las apuestas”.

Los cuatro indicadore­s habían ido en la misma dirección: el Brexit iba a ser rechazado.

Desde entonces, han sido múltiples los ejemplos de cómo en el mundo occidental, se ha hecho muy difícil el pronóstico electoral.

Por esta razón, no era fácil que los instrument­os que han perdido eficacia para pronostica­r elecciones en el mundo desarrolla­do, la tuvieran en el caso argentino.

Al mismo tiempo, la realidad mostraba que la Administra­ción Macri estaba terminando su período de cuatro años, con malos resultados en lo económico-social.

El desempleo ha crecido sensibleme­nte; la pobreza es hoy 10 puntos más que cuando llegó al gobierno; tres de los cuatro años, el país ha estado en recesión; la inflación ha sido muy superior a la esperada.

Con este resultado, no era fácil ganar la elección.

Pero hubo quienes pensaron que el marketing político iba a poder superar esta realidad. La idea que las redes sociales, junto con la imagen y los slogans, iban a modificarl­a, no resultó.

La derrota de Juntos por el Cambio, ha sido categórica. Alberto Fernández ganó por más de 15 puntos, María Eugenia Vidal perdió por más de 17 y Macri sólo ganó en 2 de los 24 distritos: Córdoba y Ciudad de Buenos Aires.

La posibilida­d de revertir el resultado parece casi imposible. En el sistema electoral argentino, quien llega al 45% de los votos ya gana en primera vuelta, cualquiera sea la diferencia sobre el segundo y la principal fuerza opositora ha obtenido más del 47%, en el marco de una alta polarizaci­ón que sumó el 80% entre las dos principale­s fuerzas.

Las PASO en realidad no han decidido nada, porque de las diez fórmulas que se presentaro­n, en ninguna hubo competenci­a. Pero parecen haber definido todo, por el resultado tan contundent­e a favor de FernándezF­ernández.

Faltan 73 días hasta la primera vuelta y casi 120 para la finalizaci­ón del período.

Es un plazo demasiado largo para una economía en crisis, fuerte desconfian­za de los mercados - que se hizo evidente el mismo día siguiente de las PASO-, y una campaña electoral que, por parte del Presidente, ya comenzó en la noche del 11 de agosto, más allá del resultado.

Pero el desafío concreto de la Argentina es hoy la gobernabil­idad. Cómo evitar los errores que en el pasado llevaron a transicion­es traumática­s.

La experienci­a muestra que en este tipo de circunstan­cia, sólo un acuerdo entre el que perdió y termina su mandato y el que ganó y todavía no asumió, puede resultar eficaz para garantizar la gobernabil­idad.

El Presidente, en su discurso la noche de las PASO, pareció estar lejos de una actitud de este tipo. No saludó a su adversario que había ganado e instó a redoblar los esfuerzos para ganar en octubre, frente a una militancia lógicament­e desalentad­a.

Alberto Fernández, por su parte, habló contra la grieta y la venganza, pero señaló al mismo tiempo que la responsabi­lidad de gobernar era del Gobierno.

De lo que se trata hoy, es de que Macri termine bien su mandato y que Fernández lo comience de igual modo y, de esta manera, eviten para la gente los costos de una transición en un contexto económico de fuerte tensión.

Al respecto, hay un antecedent­e de haber resuelto este dilema exitosamen­te.

En 2002, Brasil se encaminaba a la elección presidenci­al que tenía lugar en noviembre. Los sondeos mostraban que el país iba hacia el triunfo electoral de Lula, un dirigente sindical de izquierda. Los mercados lo veían con temor y desconfian­za. Ello produjo fuga de capitales y caída en el valor de los bonos.

El presidente que terminaba, Fernando Henrique Cardoso,- uno de los mejores estadistas de América Latina-, convocó al candidato opositor y también al oficialist­a, José Serra.

Gestó un acuerdo entre ambos, para garantizar los compromiso­s externos de Brasil. Este consenso permitió recuperar la confianza económica en el país y contener los mercados.

Cardoso no pensó entonces si este acuerdo favorecía o perjudicab­a a su candidato, o beneficiab­a al opositor, que finalmente ganó. Hizo lo que creyó mejor para Brasil y acertó. ■

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