“¿Cómo le decís que no a Dios?”, los testimonios de quienes lo acusan
Una de las mujeres dijo que cedió y se acostó con él dos veces. “Sentí como si me estuvieran cazando”, contó otra.
Siete de las nueve mujeres que acusaron a Plácido Domingo por acoso sexual aseguraron que sintieron que sus carreras se vieron perjudicadas tras rechazar las proposiciones de Domingo. Algunas señalaron que se les prometieron papeles que nunca se concretaron. Varias dijeron que aunque trabajaron con otras compañías, nunca volvieron a ser contratadas para trabajar con él.
Solo una de las nueve mujeres aceptó ser identificada: Patricia Wulf, una mezzosoprano que cantó con Domingo en la Ópera de Washington. Las demás solicitaron anonimato, indicando que o bien siguen trabajando en el sector y temen represalias o temen ser humilladas e incluso acosadas públicamente.
Los testimonios de las acusadoras muestran patrones muy similares de comportamiento, en los que Domingo se habría contactado con ellas de forma persistente, expresaba interés en sus carreras y las instaba a reunirse con él en privado con el pretexto de ofrecerles consejo profesional.
Dos de las mujeres dijeron haber cedido brevemente a las proposiciones de Domingo al creer que no podían poner en peligro sus carreras rechazando al hombre más poderoso de su profesión. Una de ellas dijo haber tenido relaciones sexuales con él dos veces, incluida una en el hotel Biltmore de Los Ángeles. Cuando Domingo se fue para una actuación, señaló la mujer, dejó 10 dólares en la mesita de luz y dijo “No quiero que te sientas como una prostituta, pero tampoco quiero que tengas que pagar por estacionar”.
Las mujeres -que dijeron haberse sentido animadas a hablar por el movimiento #MeToo- estaban iniciando sus carreras. Varias dijeron haber tomado medidas para evitar a Domingo, como pedirle a colegas que permanecieran junto a ellas mientras trabajaban o no responder llamadas a su casa.
Una de ellas, cantante, tenía 23 años y actuaba en el coro de la Ópera de Los Ángeles cuando conoció al superastro, en 1988. Dijo que recordaba haberse limpiado la saliva de la cara tras un torpe y húmedo beso en el escenario, tras el que le susurró “Ojalá no estuviéramos en el escenario”.
Domingo empezó a llamarla a su casa a menudo. “Decía cosas como ‘Ven a mi apartamento. Cantaremos unas arias. Te asesoraré. Me encantaría escuchar lo que puedes hacer para una audición’”, dijo.
Cada vez que volvió a Los Ángeles durante tres años la hizo sentir incómoda por sus muestras de afecto, rodeando su cintura con el brazo o besándola en la mejilla demasiado cerca de la boca. Entraba en su camarín sin ser invitado con lo que ella cree que pretendía verla sin ropa.
Una noche aceptó reunirse con Domingo en torno a las 23 horas “y entonces tuve todo un ataque de pánico. Aluciné, y dejé de contestar al teléfono. Él llenó el contestador, llamando hasta las 3.30 de la mañana”. En 1991, sumó, “finalmente cedí y me acosté con él. Me quedé sin excusas. Era como ‘De acuerdo, supongo que esto es lo que tengo que hacer’”.
La mujer dijo haber tenido relaciones sexuales con Domingo en dos ocasiones, una en el apartamento de él en Los Ángeles y en el hotel Biltmore, donde dejó el dinero en la mesita.
Otra joven cantante en la Opera de Los Ángeles, donde Domingo había sido designado como nuevo director artístico, dijo que empezó a llamarla a su casa inmediatamente después de conocerla en un ensayo en 1988.
“Decía ‘voy a hablarte como el futuro director artístico de la compañía y hablaba de posibles papeles”, explicó. “Entonces bajaba el tono de voz y decía ‘Ahora voy a hablarte como Plácido’”, y le pedía que quedara con él para beber algo, para ver una película, para ir a su apartamento para que él pudiera prepararle un desayuno.
Durante una de sus frecuentes visitas al camarín de ella, Domingo admiró su ropa, se inclinó para besarla en las mejillas y colocó una mano en un lateral de su pecho, recordó. La cantante, que tenía 27 años y estaba empezando su carrera, dijo haberse sentido atrapada. “Estaba totalmente intimidada y sentí que decirle no a él sería como decirle no a Dios. ¿Cómo le decís que no a Dios?”, dijo.
Las llamadas continuaron, y ella dejó de atender el teléfono. En persona le daba excusas. Estaba ocupada, estaba cansada, estaba casada. Al final, se rindió a “una sensación de que no iba a tener una carrera en la ópera si no cedía”.
Dijo haber ido a su apartamento, donde practicaron “tocamientos” y “manoseos”. En los días y semanas posteriores la llamó muchas veces. “Me sentí como una presa. Me sentí como si me estuviera cazando”, dijo.
La cantante dijo que una vez que él tomó el control de las decisiones de reparto en la Ópera de Los Ángeles en 2000, nunca volvió a contratarla. ■