Después de dos muertes, el boxeo examina sus riesgos
Los casos de Maxim Dadashev y de Hugo Santillán reavivaron el debate sobre la salud de los protagonistas.
Pat English, abogado de prolongados e influyentes vínculos con el boxeo, daba una lección de historia sobre varias normas federales para este deporte cuando proyectó la fotografía en blanco y negro de un pugilista joven. Era Stephan Johnson, un peso mediano junior que había peleado tres veces (y muy probablemente sufrido al menos una lesión cerebral) en los siete meses previos a su combate por el título de la Asociación de Boxeo de Estados Unidos contra Paul Vaden, en noviembre de 1999.
Johnson estaba bajo una suspensión médica que no fue reconocida por algunas comisiones locales de boxeo y, a pesar de las objeciones de su entrenador, quería ansiosamente regresar al ring para poder ganar dinero suficiente a fin de sacar a su madre de una vivienda social.
Johnson perdió la pelea y la vida. Noqueado en el décimo asalto, fue llevado de urgencia a un hospital, donde los cirujanos le hicieron dos perforaciones en el cráneo. Murió dos semanas después, a los 31 años.
La semana pasada, English, que había presenciado esa pelea, recordó algunos detalles mientras hablaba en una reunión con autoridades que regulan el deporte y lidian con tragedias recientes, demasiado familiares.
El mes pasado fallecieron dos boxeadores después de sufrir lesiones cerebrales en el ring. Maxim Dadashev, ruso de 28 años, murió el 23 de julio, cuatro días después de una pelea de peso welter en Maryland. Hugo Santillán, argentino de 23 años, murió el 25 de julio, cinco días después de desvanecerse apenas escuchó el fallo de empate de una pelea de peso liviano en San Nicolás.
Ambas muertes enmarcaron las conversaciones de la reunión anual de la Asociación de Comisiones de Boxeo (ABC, por sus siglas en inglés), en la que los directores de comisiones estatales y minoritarias examinaron las políticas centrales para el boxeo y otros deportes de combate, que supervisan a nivel local.
Analizaron los tests de drogas, los protocolos de conmoción cerebral e incluso el decoro de los árbitros en las redes sociales (el mensaje principal, en este último caso: “No tuitees pavadas”). Pero las discusiones volvían a una idea básica: el boxeo es in
trínsecamente peligroso y para evitar las peores lesiones posibles, los boxeadores dependen de las reglas.
“A veces me pregunto por qué hago esto para ganarme la vida. Pero si no lo hago yo, no lo va a hacer nadie”, dijo Mike Mazzulli, presidente saliente de la ABC. Los reguladores y otra gente vinculada al deporte siguen aún buscando respuestas.
“Es un momento en el que todos tenemos que volver al tablero de dibujo y tratar de entender qué está pasando. Porque algo está pasando”, dijo en la reunión Mauricio Sulaiman,
presidente del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), cuya organización sancionó la lucha mortal de Santillán.
“Cualquier boxeador que sube al ring está dispuesto a hacer lo necesario para ganar, triunfar y ganar dinero para su familia. Si se le pide pelear 20 rounds, hará lo que haga falta. Son guerreros. Nuestro deber es protegerlos de sí mismos”, agregó. Es toda una demanda para la gente a la que se dirigía Sulaiman. El boxeo no es sinónimo de salud ni seguridad.
“Los púgiles van a seguir saliendo lastimados y van a morir”, sostuvo el doctor Michael Schwartz, copresidente del Comité Asesor Médico de la ABC, mientras hablaba sobre los problemas de responsabilidad involucrados en la práctica de la medicina en el ring side. “Pero estamos aquí para hacer todo lo posible a fin de minimizar esos riesgos”, continuó.
Un área donde este deporte puede mejorar, según los reguladores, es la supervisión de cómo reducen el peso los boxeadores antes de las peleas.
El ex campeón mundial de peso ligero Andre Ward, afirmó el día en que murió Santillán que era crucial aumentar el monitoreo de la pérdida de peso acelerada justo antes de los combates y de la deshidratación resultante. “La falta de líquido en el cerebro aumenta el riesgo de sangrado cerebral”, tuiteó Ward.
Debido a que los pesajes suelen tener lugar el día antes de la pelea, los boxeadores pasan 24 horas recuperando todo el peso que sea posible. Pero su organismo no puede volver a absorber los líquidos en un período tan corto, lo cual a menudo deja deshidratados a los contendientes, condición que puede dañar órganos vitales y hacer que el cerebro quede menos protegido de lo habitual.
El CMB presentó este año un programa piloto que exigía más pesajes en los días y en las semanas previas a los combates, además de un pesaje final el mismo día de la pelea para medir cuántos kilos aumentaba cada boxeador a último minuto.
Andy Foster, oficial ejecutivo de la Comisión Atlética de California, ha estado trazando las fluctuaciones de peso de los boxeadores de su estado. Sus hallazgos: de 1.594 pugilistas estudiados en tres años, hasta 2018, 306 habían ganado más del 10 por ciento de su peso corporal en aproximadamente 24 horas antes de sus peleas.
Foster dijo que suponía que ignorar sus hallazgos iba a ser más fácil
que lo contrario. “Pero no quiero que sea más fácil”, continuó. “Ahora que conozco esta información, tenemos que hacer algo con ella”, sostuvo, al tiempo que dijo que iba a empezar a suprimir más peleas.
¿Si hay un aumento de peso del 15 por ciento o más? No hay pelea. Comentó que la comisión de California le había pedido que redactara un borrador para que los miembros pudieran llevarlo a votación en octubre. Y reconoció que cancelar una pelea iba a ser extremadamente difícil. “El promotor te empuja contra la pared y tenés 18.000 personas sentadas mirándote -explicó-. No sólo creo que estas cosas son peligrosas; sé que lo son”.
El doctor Schwartz hizo hincapié en la gravedad del problema. Aseguró que por lo general la pérdida de peso rápida, incluso por debajo del 10 por ciento, podría ser fatal. “Estamos hablando de muerte potencial en un 5 a un 7 por ciento” debido a deshidratación, afirmó, contrastando eso con que los boxeadores disminuyan un 15 por ciento o más de su peso.
También recordó que un boxeador que estaba previsto que peleara en un mes se había sometido a un examen físico que establecía su peso en 96 kilos. Se suponía que iba a pelear pesando 84 kilos. “Si sabemos eso con anticipación, ¿por qué les permitimos entrar en esa categoría de peso?”, preguntó Schwartz.
Una de las principales críticas de los aficionados después de la pelea de Santillán fue que pasó mucho tiempo antes de que recibiera aten
ción médica. Se derrumbó en el ring y necesitó ayuda para mantenerse en pie durante varios minutos mientras se leía la decisión arbitral.
El boxeo ha luchado durante mucho tiempo contra el hecho de que muchas de sus peleas se gestionen localmente, lo cual lleva a fallos en la comunicación y a diferencias en las reglas. La ABC ha tratado de frenar algunos de esos problemas, en parte uniéndose con BoxRec, una base de datos estadísticos.
Mazzulli dijo que el número de boxeadores que peleaba mientras estaba en suspensión, como lo hizo Johnson en 1999, había disminuido drásticamente en los últimos años a menos del uno por ciento.
Cerca del final de la convención, Mazzulli quiso volver a repasar la muerte de Dadashev en Maryland. Desde su punto de vista, era difícil ver qué había hecho mal alguien durante la pelea. El preparador de Dadashev, Buddy McGirt, hasta llegó a intervenir para detener la pelea cuando tuvo claro que su pupilo estaba siendo golpeado demasiado.
Entonces, pregunta Mazzulli, ¿no puede este deporte aprender de estas tragedias gemelas? ¿Dónde va a ir a parar? Schwartz dijo que sería útil poder reunir más información antes de las peleas. “No sabemos qué pasa en el gimnasio -sostuvo, refiriéndose a los púgiles en general-. No sabemos cuánto peso bajaron. No sabemos si sufrieron una conmoción cerebral durante el entrenamiento. Ésta es probablemente la parte más difícil del trabajo: ¿Cómo obtenemos esa in
formación? ¿Cómo logramos que los boxeadores, los preparadores y los managers digan la verdad?”.
Traducción: Román García Azcárate