Es indispensable que se cumplan las reglas y las normas médicas
En la mira. Los boxeadores se deshidratan para cumplir con el peso de la categoría y se inflan de nuevo en pocas horas.
No es ningún descubrimiento coincidir en que el boxeo es una actividad deportiva violenta y que, más allá de las normas que lo regulan, puede resultar peligrosa si las autoridades -especialmente las médicas- no controlan y convienen con los entrenadores, representantes y promotores las seguridades necesarias para evitar los accidentes que muchas veces surgen de los descuidos en las preparaciones. Pero es cierto que las muertes de Hugo Santillán y del ruso Dadashev, con dos días de diferencia y a raíz de lesiones cerebrales, uno en San Nicolás y el otro en Maryland, multiplicaron la inquietud por las trágicas consecuencias.
Hay un viejo dicho que explica que el principal rival de un boxeador no es su oponente circunstancial sino la balanza. La lucha por dar el peso demanda el principal esfuerzo para un boxeador, delante de la búsqueda de la mejor técnica o la mayor potencia. ¿El peso que corresponde a la naturalidad cotidiana del individuo? No, el que se establece desde afuera por la altura y la contextura y tras riguroso entrenamiento.
Por ejemplo, un boxeador de categoría welter, cuyo límite máximo es 63,500 kilos, lo tiene que dar aquel que de civil pesa 70. Con el rigor del gimnasio, las corridas matutinas y la dieta preparatoria, con tiempo necesario se llega al objetivo el día del pesaje. Y por una ancestral manía de los preparadores, en lo posible con el registro máximo de los 63,500.
Claro que el estado de deshidratación produce el peso menos real por un ratito. En las 30 horas que separan el pesaje de la pelea, la aguja sube exponencialmente. Como se infla automáticamente con las comidas y las bebidas, el boxeador sube al ring con cinco o seis kilos más que los que tenía el día anterior. Casi el 10 por ciento de su peso. Y lo mismo suele pasar en la curva descendente, si no se toman recaudos adecuados. Por ejemplo, cuando se arma una pelea de apuro y el pugilista se ve obligado a bajar en pocos días casi el 10 por ciento de lo que pesa en ese momento.
Antes los pesajes se hacían en las mañanas de los días de los combates. Era más peligroso y los organismos cambiaron las reglas alargando el intervalo. La historia dice que a Horacio Accavallo, campeón mundial de los moscas en los '60, se le mojaban apenas los labios con algodones en las horas previas para que bajara hasta los 50,800, el tope de la categoría.
Víctor Galíndez, fiera y glotón, campeón del mundo medio pesado, llegaba al peso como podía, con saunas y calefacciones incluidas y hasta con su entrenador sentado a la puerta del baño en la noche previa para impedir que tomara agua. Se pesaba a la mañana y luego comía ansiosamente y terminaba vomitando lo que consumía. Así peleaba. Con toda su furia como estandarte.
Y se dio el caso de la Hiena Barrios, que perdió su título por no dar el peso superpluma (59 kilos) en Las Vegas ante el dominicano Guzmán. Las autoridades le dieron dos horas de plazo. Barrios fue al sauna. Volvió y seguía arriba. No quiso continuar con su calvario y resignó la corona. La pelea se hizo igual. Si ganaba Barrios, el título quedaría desierto. Ganó Guzman y se coronó campeón.
El Consejo Mundial de Boxeo exige ahora un pesaje 30 días antes de una pelea por un título mundial, en el que los boxeadores no pueden exceder el 10% del límite de la categoría. Y otro pesaje a una semana, en el que no pasen del 5%. Hasta llegar al pesaje oficial el día previo. La FIB fija un pesaje suplementario el día del combate para evitar que los pugilistas no hayan subido el 10 por ciento desde el día anterior.
Hay reglas y normas médicas estrictas en todos los organismos. Es indispensable que se cumplan. ■
El boxeo es violento y se deben evitar accidentes por descuidos en las preparaciones.