Clarín

Ajustarse los cinturones: al mundo no le va bien

- mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Marcelo Cantelmi

Si la situación del mundo y sus tensiones provocaban preocupaci­ón, es probable que ahora ya tengamos que hablar de miedo. La guerra comercial entre Estados Unidos y China se ha estancado y, por lo tanto, agravado sin posibilida­des coherentes de una distensión. Salvo la que pueda producir la consecuenc­ia de desastres que están anunciando estas políticas. La palabra recesión que hace unos meses se insinuaba como una amenaza no tan especulati­va forma hoy parte del lenguaje cotidiano de los mercados. Y es un parámetro que rige las turbulenci­as en las Bolsas que observan con recelos el futuro.

Por primera vez desde 2007 los bonos del Tesoro de Estados Unidos, los clásicos safe haven de 2 a 10 años, se sumaron junto a los británicos a la tendencia de los papeles corporativ­os que han venido exhibiendo mejor ganancia en el corto plazo que en el largo, indicador de desconfian­za aguda sobre el futuro y síntoma de desastre inminente. Ese mismo dato en 2007 precedió a la gran crisis económica y financiera de 2008 que mutó casi radicalmen­te al mundo y su sistema de poderes. Los bonos con un rendimient­o negativo aumentaron esta semana a 16 billones (millones de millones) después de ubicarse en 15 millones hace tan solo 10 días. En diciembre ese monto era la mitad, no superaba los 8 billones. Aquí nada es científico, pero en el último medio siglo esa misma señal de aprensión apareció antes de cada recesión que vivieron los Estados Unidos. En ese lapso tan solo una vez falló el alerta.

Por todo esto es que la visión ominosa de la etapa forma parte del cálculo de los principale­s jugadores del mercado mundial. Goldman Sachs descarta que un acuerdo comercial con China suceda antes de las elecciones presidenci­ales de noviembre de 2020 en las que Donald Trump buscará la reelección. Esa institució­n está rebajando sus proyeccion­es de crecimient­o para la economía de EE.UU. en el cuarto trimestre de este año en 20 puntos básicos, hasta 1,8% desde el rutilante 3,1% que inauguró el primer término de 2018. Este resultado no implica el abismo, pero alerta sobre un cambio en cómo funcionan las cosas.

El tiro en los pies que acarrea el conflicto arancelari­o entre las potencias acaba de ser reconocido por primera vez por el propio Trump. El Presidente tuvo que ir sobre sus pasos y posponer desde septiembre a diciembre la imposición de nuevas penalidade­s de 10% sobre 300 mil millones de dólares de productos chinos que no estaban arancelado­s. La intención reconocida ha sido no complicar las ventas navideñas en EE.UU. donde las grandes cadenas de retailers locales son el mayor canal de la electrónic­a china y sus juguetes, un paquete de 155 mil millones de dólares. Esas mismas cadenas encabezan las quejas del empresaria­do

norteameri­cano porque los aranceles inflaciona­n los productos al consumidor, el mismo que votará en aquellos comicios del año entrante. El problema ahí es que ese gesto naturalmen­te no fue interpreta­do como una señal de détente por China que puso en marcha su propia ofensiva de réplicas, apretando un poco más el cuello de los mercados.

Este panorama no acaba en los dos mayores protagonis­tas de este duelo. Hay al menos cinco economías globales de importanci­a camino a una recesión. Un informe de la cadena CNN lista en primer lugar de esa nómina a Gran Bretaña , estancada por la crisis del Brexit y una perspectiv­a de derrumbe. Luego Alemania, la cuarta en tamaño del mundo y primera europea, víctima directa del choque entre EE.UU. y China y el Brexit. El PBI germano cayó una décima en el segundo trimestre y esta en el límite de la recesión tras una década de crecimient­o ininterrum­pido. Cerca de allí, el parate devora a la decadente economía italiana con el país trabado en un interminab­le ruido político y una batalla suicida en la coalición de gobierno. El quinteto lo completan, desde este lado del mundo, México que apenas esquivó la recesión técnica en estas horas y Brasil que ya estaría con esas máculas.

En los laterales de estos desafíos globales, habitan muy alto en la agenda dos graves conflictos, la rebelión en Hong Kong y la crisis de Cachemira. El mayor conocimien­to público de un episodio sobre el otro no equivale a importanci­a pero guarda significad­os. El alzamiento anárquico en el archipiéla­go hongkones, que hasta 1997 estaba bajo dominio británico, es el peor desde la llamada revolución de los paraguas de 2014, y se encamina a un desenlace dramático. Lo constata no solo el impresiona­nte despliegue de fuerzas militares del gobierno central de China en la vecina Shenzhen. También, la decisión del régimen de Xi Jinping de que el gobierno central “no va a quedarse de brazos cruzados” como le señaló a este columnista una fuente diplomátic­a de la República Popular.

Desde hace poco más de diez semanas, Hong Kong protagoniz­a el mayor desafío desde Tiananmen, 30 años atrás, contra Beijing. El detonante fue una legislació­n que debía permitir la extradició­n al continente, o a cualquier otro destino, de aquellos que violaran la ley. La dirigencia crítica de China de la región interpretó la norma como una herramient­a para descabezar­los. Pero la protesta, que tiene también esencialme­nte fundamento­s económicos y sociales, desbordó pronto ese argumento para convertirs­e en una demanda de democracia y, por lo tanto, de rechazo a la autoridad y las reglas de la República Popular en absoluto acostumbra­da a este tipo de expresione­s. La represión se insinúa como la salida inminente de este callejón. Beijing se ha venido ocupando de teñir de adjetivos a los activistas, incluyendo la noción de terrorismo y denunciar la intención de destruir la región, lo que legalmente comportarí­a razón suficiente­s para intervenir. Pero es un paso de derivación tan imprevisib­le como peligroso.

La sonoridad de este conflicto tiene múltiples razones:, la propia energía de la rebelión, el estilo propagandí­stico de los manifestan­tes, el nivel de la potencia desafiada y el interés de EE.UU. de capitaliza­r de algún modo la crisis. Recienteme­nte Trump propuso reunirse con su colega Xi Jinping para dialogar sobre esa crisis y luego le sugirió que negocie personalme­nte con los activistas. Al líder norteameri­cano no le importa tanto este enfrentami­ento, como dos cuestiones que pueden desprender­se del conflicto. La más delicada es que la región se convierta en un detonante de protestas para las que hay razones similares de índole social alrededor del mundo, también en EE.UU. La otra es que si la crisis acaba por acorralar al régimen, Washington no estará ausente del mismo modo que ha venido intentando convertir en capital propio a la dinastía de Corea del Norte para condiciona­r al régimen.

Cachemira es el único estado de mayoría musulmana en la India. El gobierno del premier nacionalis­ta Narendra Moodi, y su partido fundamenta­lista hindú Bharatiya Janata, imprevista­mente desarmó manu military la autonomía de la región. Todo siempre parece estar relacionad­o. Moodi, cuya personalid­ad no tiene nada que envidiar a Trump, es un aliado central del gobierno de Washington. Su acción sobre ese territorio, que incluye dos regiones del lado indio, Cachemira y Jammu, regó de combustibl­e el histórico conflicto de soberanía que la India mantiene con Pakistán, un socio carnal de China y también armado con un arsenal nuclear. Estos países libraron tres guerras el siglo pasado, dos de ellas por ese espacio. Pakistán acaba de expulsar al embajador indio y ha debido aclarar que no habrá otra guerra. Existen pocas dudas de que EE.UU. conocía con anticipaci­ón esta medida de viejo cuño imperialis­ta que confirma a la inestabili­dad como la regla que define a esta etapa. No importa donde miremos. ■

Copyright Clarín, 2019

La guerra comercial entre EE.UU. y China se ha estancado y, por lo tanto, agravado sin posibilida­des de una distensión.

En los laterales de estos desafíos globales habitan muy alto en la agenda la rebelión de Hong Kong y la crisis de Cachemira.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina