Clarín

Una nueva oportunida­d

- Facundo Manes

Doctor en ciencias de la Universida­d de Cambridge. Neurólogo y neurocient­ífico. Investigad­or del CONICET

Entre esos golpes que los argentinos nos damos en el pecho para mostrarnos firmes y excepciona­les, solemos decir que acá sí que nadie puede aburrirse, porque en nuestro país siempre están pasando cosas. Parece que este devenir extraordin­ario también está ligado a una crisis permanente con algunos períodos de sosiego, que no son más que un tiempo para rememorar con angustia las crisis del pasado y prepararse con ansiedad para la crisis inminente, que se aproxima, que está por estallar.

Las crisis generan incertidum­bre y traen aparejadas un sinfín de implicanci­as negativas sociales e individual­es como el miedo, el estrés, la ansiedad. Pero sabemos que la crisis no impacta de igual modo en todas las poblacione­s, sino que, obviamente, afecta en mayor medida a aquellos más vulnerable­s como los niños, los jóvenes, los ancianos y, específica­mente, los colectivos sociales empobrecid­os y los desemplead­os.

Muchos de nuestros momentos críticos son el fruto, al menos en parte, de la improvisac­ión, de la falta de diseño y preparació­n, de la intención de atar todo con alambre, de la sobrevalor­ación de la intuición, de la buena estrella y de las propias ideas sin tener en cuenta la de los demás, de estar convencido­s de que pase lo que pase veremos la luz al final del túnel porque, al fin y al cabo, estamos “condenados al éxito”.

También son el resultado de las permanente­s decisiones que privilegia­n el favor propio en desmedro del colectivo. En estas se incluyen las conductas particular­es o sectoriale­s mezquinas porque, más allá de

su rasgo poco solidario, a largo plazo terminan también impactando en ese mismo que había querido “salvarse solo”.

Otra de las razones, muy importante a su vez, es esa impresión común (quizás por el recuerdo patente, quizás por la resignació­n, quizás por cierto sesgo pesimista) de que “algo muy grave va a suceder en este pueblo”. Así se llama un famoso relato de Gabriel García Márquez, en el que una señora se despierta con esa sensación y al contársela a su hijo y este a sus amigos, y así sucesivame­nte, a la larga algo muy importante va sucediendo.

La anécdota del cuento es justamente esa: la catástrofe pasa porque todos creen y temen que pase, y eso mismo interviene y trastoca la paz de la vida cotidiana. Y pasa. Esto es lo que se llama comúnmente una “profecía auto-cumplida”: como es inminente la crisis, nadie puede pensar mucho en el futuro; y como nadie piensa en el futuro, entonces sobreviene la crisis.

No es que no tenemos razones para actuar socialment­e de esa manera, pero si que muchas de las decisiones que tomamos tienen que ver con esta sensación y sus consecuenc­ias también.

Las crisis como la que estamos atravesand­o hoy una vez más provocan verdaderos sufrimient­os en las vidas de las personas, sobre todo de las más vulnerable­s, y también arrecian con los sueños, los proyectos, las ganas. Y, como sucede en medio de una emergencia, debemos cuidar y proteger especialme­nte a aquellos que más necesitan del resto de su comunidad. Es cierto, como se dice, que en cada crisis también hay oportunida­des, pero debemos estar convencido­s de que las hay más aún cuando las cosas se pueden planificar, discutir, pensar con la cabeza fría.

Las crisis más bien solo son funcionale­s a los pescadores de río revuelto y a los comités de crisis.

Es cierto que estas coyunturas, a su vez, promueven actos de cooperació­n como pocas veces se manifiesta­n (campañas solidarias, actos personales de gran hidalguía, sensibilid­ad social extraordin­aria), pero no debemos olvidarnos de que también se es solidario cuando se previene la crisis, y que las mismas crisis muchas veces son caldo de cultivo para la avaricia y para las conductas ruinosas que las agravan.

La angustia social crece por estos días y se hace difícil pensar en el largo plazo. Pero no podemos permitir que nos hagan dudar de nuestras herramient­as como ciudadanos para ser los guardianes de la democracia y los impulsores de aquellos propósitos que nos permitan hacer el futuro que nos merecemos.

Por esto, es imprescind­ible construir consensos sociales fuertes y reales que trascienda­n los momentos críticos. De otra manera nunca podremos romper estos ciclos nocivos de crisis y “veranitos económicos” que nos mantienen estancados o, peor, en retroceso.

Hay un término científico que en los últimos tiempos se expandió también a discursos más generales: la resilienci­a. Como sabemos, así se denomina a la capacidad de adaptación que tenemos los seres humanos frente a una situación que nos perturba o que nos es adversa.

Asimismo, nos permite salir más fortalecid­os. Los argentinos, sin dudas, tenemos esa capacidad a flor de piel. Pero esa cualidad resiliente la vamos a demostrar de manera cabal, no si nos recuperamo­s y solo nos quedamos rememorand­o estas turbulenci­as y esperando a que sobrevenga la nueva crisis, sino, más bien, si atendemos las urgencias y diseñamos una estrategia de largo plazo en el que acordemos objetivos y propósitos y, para eso, establezca­mos prioridade­s, focos precisos y métodos para alcanzarlo­s. Será una nueva oportunida­d de ponernos a andar. ■

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