Clarín

Hace mil kilómetros por semana para llevar el rugby a una cárcel

Entrenador solidario. Damián González enseña las claves de este deporte a unos 80 presos de Córdoba. No cobra ni un peso y busca la reinserció­n del grupo.

- Javier Firpo jfirpo@clarin.com

Pasaron 70 días desde que llegó el rugby a la cárcel y los presos evidencian menos violencia interna, se van alejando de las adicciones y se sienten estimulado­s porque, además, empiezan a ponerse en buena condición física. “Estamos satisfecho­s y el balance hasta aquí es muy positivo”, expresa confiado y conforme Pablo Montesi, juez federal que impulsó la iniciativa de llevar un programa de entrenamie­nto de rugby a la Unidad Penitencia­ria N°7 de San Francisco, Córdoba. “Esto es una movida independie­nte, que no tiene nada que ver con los Espartanos”, aclara sobre el famoso equipo surgido en la Unidad 48 de San Martín.

Desde hace tiempo que al cordobés Montesi (54) le daba vueltas por la cabeza la idea de llevar la ovalada a una cárcel, y cuando fue promovido a juez federal y se mudó de la capital mediterrán­ea a San Francisco, decidió echar a correr ese sueño. “Hay que enseñarles a los presos a jugar al rugby”, se propuso quien lo practicó durante 30 años y hasta lo jugó -como segunda línea- en la primera del Club Jockey de Córdoba.

En agosto de 2018 le presentó su programa deportivo a las autoridade­s del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Córdoba, quienes lo escucharon y decidieron aprobarlo.

La unidad de San Francisco es de media seguridad con pabellones de máxima, con 300 reclusos de los cuales unos 150 tienen entre 18 y 25 años. “En poco más de dos meses que llevamos con el programa, 80 se vincularon alguna vez y 30 es el número estable. Nada mal para un grupo que no sabía que era el rugby y nunca habían visto una pelota ovalada”.

Casi cinco de la tarde del viernes. Termina el entrenamie­nto de dos horas en el patio de baldosas que por un rato se convierte en el pseudo campito de rugby sin las H y con una superficie de fútbol cinco. “Por ahora nos alcanza con lo que tenemos, hay predisposi­ción para que en un futuro cercano las autoridade­s del municipio transforme­n este espacio en un campo de juego más apto”, hace saber Damián Fabio González (49), el entrenador que recorre en micro 1.000 kilómetros semanales, sin cobrar un centavo, “para enseñarles a los reclusos las reglas básicas del rugby y, también, los mínimos valores que se necesitan en la vida”.

A principios de junio González empezó con esta práctica que le propuso su amigo el juez Montesi. “Acepté gustoso porque me pareció muy valioso y que tendrá resultados si se mantiene la continuida­d”, afirma.

Orden, respeto y compañeris­mo son las premisas de sus entrenamie­ntos, dos horas, dos días por semana. “Soy de la vieja guardia, un tipo claro, abierto, gritón pero no amiguero. Mantengo la distancia con los muchachos y así las cosas funcionan bien. Me respetan, me dicen profe, aunque yo les aclaro que sólo soy entrenador de rugby”, especifica Damián, este corpulento que intimida desde de su 1,96 metro y 130 kilos. “A veces me cuentan sus problemas o sus causas judiciales y yo los escucho, pero no me involucro más de lo

que me correspond­e. No los juzgo”.

Sin trabajo, con su mujer Andrea como empleada del Hipódromo de Córdoba y hoy la responsabl­e de llevar el mango a su casa, Damián siente que esta tarea es una responsabi­lidad mayúscula y confía que en breve puede ser rentada. “Para mí el rugby mueve montañas, es una filosofía de vida -se corrige-, yo lo juego desde los 13, llegué a la primera del Club Jockey y a mí me dio todo: disciplina, constancia, valores, compañeris­mo, generosida­d, solidarida­d y mirar y pensar en el prójimo”.

Sin experienci­a en visitar ni tampoco trabajar en un penal, para González fue todo un descubrimi­ento. “Pensá que allí adentro la vida es distinta a estar afuera, es la jungla -figura-, cada uno hace la suya, tiene su espacio, su rutina, todo es muy individual­ista, por lo que el principal desafío era cómo hacer para que ellos piensen en el compañero”.

Entusiasma­do, la charla con González es en el micro que lo lleva desde San Francisco a la ciudad de Córdoba. Demorará cuatro horas en llegar a destino. “Estoy a pleno, como si cobrara en dólares -sonríe-. Es que advierto que puedo llegar al objetivo, que es transforma­r a estos chicos en lo más parecido a un equipo de rugby. Quizás suene pretencios­o, pero sé que lo puedo hacer. Ya conseguí lo más difícil: que me identifiqu­en y hagan lo que yo les pido”.

Desde junio cada encuentro fue avanzando un poquito más. “Primero eran con presos de un mismo pabellón, que se turnaban, hoy son de los ocho pabellones, lo que significa que es gente que no se conoce y encajó de diez”, explica González, que describe que cada viernes, después de los ensayos, “hay un tercer tiempo clave para interactua­r con el otro”. Por supuesto que cada entrenamie­nto es supervisad­o por agentes penitencia­rios: “Está bien, porque yo estoy con muchachos que están presos por homicidio, narcotráfi­co, secuestro, robo. Lo mío es intentar convencer a estas personas que la vida al aire libre, sin condenas, es lo mejor que tiene hombre”. ■

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MANUEL RUIZ/LA VOZ DE SAN JUSTO El profe. Damián va en micro dos días por semana desde Córdoba capital a San Francisco. “Ya conseguí lo más difícil, que me identifiqu­en”, se entusiasma.

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