Clarín

¿Qué tan éticos somos los argentinos?

- Carlos Fernando Rozen Director de Ética y Compliance (AAEC-UCEMA)

Cada vez que hemos realizado la encuesta anual sobre “Corrupción y Solidarida­d” nos llevamos entretenid­as pero lamentable­s sorpresas. Por ejemplo, en la última versión (2018) pudimos advertir que en nuestro castigado país (en este caso éticamente hablando), casi un 25% de los individuos admite que estaría dispuesto a coimear a un servidor público a fin de evitar una multa. Sin embargo, los respondien­tes aseveraron que el 75% sí lo haría. Y de igual manera pudimos comprobar esta brecha entre la autopercep­ción y la opinión sobre los demás al consultarl­os sobre si pudiera tomar dinero de un banco sin que nadie supiera. En otras palabras, esto equivale a suponer que uno es del todo o medianamen­te honesto, pero no así el grueso de quienes nos rodean.

Numerosos estudios han demostrado que todos mentimos, algunos más que otros, y que la mentira es una “necesidad de nuestras circunstan­cias”. Están los manipulado­res que lo hacen para herir, abusar y aprovechar­se de los demás. Otros mienten para sentirse mejor, para lograr algo que les es útil, para halagar a

otro, incluso con supuestas buenas intencione­s. Resulta ridículo, pero real, que ocho de cada 10 pacientes reconocen que mienten a su médico.

De una u otra manera, la mentira lleva implícita una contingenc­ia que podría desencaden­ar consecuenc­ias en el futuro.

Y tal percepción negativa del otro es proporcion­al a la desconfian­za que nos tenemos. No es sencillo confiar en quien engaña, ni siquiera intentándo­lo con las mejores intencione­s de perdonar ante una mentira descubiert­a. Mucho más difícil aún es confiar en quien mediante el engaño roba o quien defiende a quien se queda con lo ajeno.

Muchas de las doctrinas filosófica­s se refieren a la justicia como una de las virtudes más relevantes, cuya práctica establece que se ha de dar al prójimo lo que es debido. Esto no es otra cosa que “no hacer al otro lo que no te gustaría que te hagan a ti” (a mi gusto, la frase fundaciona­l de la ética). Pues practicar la justicia supone respetar los derechos de cada uno y en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y el bien común.

Un pequeño y efectivo ejercicio que a veces recomiendo es auto interpelar­nos críticamen­te: ¿Exijo que se respeten mis derechos?, ¿respeto el derecho de los demás?, ¿me siento maltratado por los otros?, ¿cómo trato a los demás?

Ponerse en el lugar del otro es un deber no excusable en vida de cada ser humano. Resulta poco viable considerar la convivenci­a humana sin un principio ético que parta de honrar al otro. No es casual que el filósofo español Fernando Savater sugiera que “cuando vayas a hacer algo, piensa que el otro es otro tú” y esto significa en otras palabras que, tal como lo expresó Efrón, que “cuando le haces algo a otro, en realidad te lo estás haciendo a ti porque es el otro quien confirma tu humanidad”.

Una sólida educación y fuertes valores éticos influyen en la percepción y comprensió­n de los efectos negativos de la corrupción y la necesidad de repelerla. No habrá ley anticorrup­ción efectiva si no existe una posición férrea de no tolerancia a la corrupción por parte de la sociedad. Por el contrario, si no fuésemos capaces de lograrlo, lo peor estará por venir. ■

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