Clarín

Masticar cerró con récord de público y ahora debe definir su próxima sede

Siempre se realizó en El Dorrego, de Colegiales. Pero el predio fue vendido por el Gobierno porteño.

- María Belén Etchenique metcheniqu­e@clarin.com

Todo fue exceso: las seis horas de espera para el último de la fila, el predio inmenso con capacidad agotada y los grupos de diez (o menos) cocineros por puesto, alimentand­o en continuado a miles de personas. La despedida de la Feria Masticar del predio El Dorrego, después de ser sede durante 10 años, fue récord. Desde el jueves y hasta ayer, 165.000 personas la visitaron, aún en tiempos de crisis y en una semana en la que cualquier valor perdió referencia. Quizás en la decisión de los organizado­res de no remarcar precios esté la explicació­n a convocator­ia semejante. Porque, en especial ayer, la feria estalló.

El caudal de visitantes se sintió primero en el tránsito. Las calles de Colegiales parecían el Microcentr­o en día de semana o los alrededore­s de un estadio cuando hay partido o recital. Acá y allá era imposible avanzar. Tanto así que muchos decidían bajar de los autos y completar el camino a pie. Pero en el acceso había otra sorpresa: los 300 metros de fila.

“Hay cuatro horas de espera, como mínimo”, anunció una chica de la organizaci­ón a quienes formaban esperaban en Conesa y Matienzo, a 100 metros de la entrada. “La capacidad está colapsada, hasta que no salgan los que ya están, no entran nuevos”, agregó. Eran las 14.45 del domingo, Matienzo más que una calle parecía un pasillo del subte en hora pico. En el último extremo, todo era peor: “Son seis horas de espera”, respondía otra chica de la organizaci­ón.

“Voto no, yo también”", dijeron dos jóvenes de 30 años. Estaban en grupo, rodeados de amigos, y decidían si quedarse o irse. Todos habían nacido y crecido en Venezuela y uno de ellos, quien todavía no había dado su veredicto, estaba muy interesado en esperar: “Hace poco abrí Hana, mi propio restaurant. Aposté por la comida hawaiana y el objetivo es estar el año próximo en Masticar. Quiero entrar a ver la dinámica y hacer contactos”.

Dentro del predio, las cosas no eran distintas. Nada podía hacerse sin una fila: cambiar la plata real por la que se usaba durante la feria (unos billetes de colores que sólo tenían utilidad en Masticar), comprar comida, degustar un vino o conocer las cualidades de un producto del mercado - el corazón de la feria, según los organizado­res-. Pero a la mayoría no parecía molestarle.

Carlota, Victoria y Lourdes formaban parte de un grupo de seis amigas. Todas, de Tucumán y en Buenos Aires por un viaje de despedida de soltera. En Masticar eran las últimas en la fila del puesto de “La Cabrera + Don Aristóbulo”. En esta edición, una de las novedades fueron los stands con cocineros invitados, una estrategia que logró duplicar, en comparació­n a años anteriores, la oferta de chefs cocinando. “Ya sabemos qué queremos. Vamos por el choripán de La Cabrera”, contaron. Minutos antes, una de las tres había caminado hasta la caja para ver los precios ($ 150 el choripán). La estrategia que tenían para el resto del día era dividirse en las filas e intentar probar la mayor cantidad de preparacio­nes.

Para la mayoría, era como un Disney de atraccione­s gastronómi­cas. A donde se mirara, había alguien sosteniend­o un plato o bandeja descartabl­e y llevándose a la boca un pedazo de carne, waffle, helado, guiso, empanada o sopa. Entre los fuegos, Lele Cristóbal, dueño del restaurant­e Café San Juan, no paraba de sorprender­se con la convocator­ia. “Hay bocha, bocha, bocha de gente”, repetía. “Yo estoy desde que abre hasta que cierra. No todo el mundo llega a tu restaurant y poder darle algo hecho de mi mano por $ 200 (valor de la entrada) me alegra mucho”. Un mes atrás empezó a diseñar su presencia en Masticar. Definió el menú y después el look: “Presentamo­s tres propuestas, todas con cerdo. Así que nuestra estética obedece al rosa chancho, mucho neón, mucho pinkie”, describió, vestido de blanco y rosa, en los mismos tonos del puesto, donde luces blancas de tubo formaban la cara de un chanchito.

Como los cientos de cocineros que formaron parte de Masticar, para el año que viene Lele tendrá que hacerse a la idea de otro lugar, con otras caracterís­ticas y dimensione­s. Porque la edición de ayer fue la última en El Dorrego. Meses atrás el terreno se subastó y vendió. Ahí, en lugar de propuestas gastronómi­cas, habrá oficinas. Y por el momento la nueva sede de la feria es un misterio. La única certeza serán los miles y miles de asistentes que la eligen año a año. ■

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FOTOS: GERMÁN GARCÍA ADRASTI Multitud. El lugar estuvo lleno durante toda la jornada.
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Carne. En el puesto de Don Julio, elegida como la principal parrilla del país.
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En las redes. Masticar sigue creciendo como evento gastronómi­co.

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